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Un cuento patafísico

El gobierno de Cambiemos parece un cuento patafísico, hundiéndose en realidades alternativas donde uno es lo que quiere parecer.

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Un discurso que fue un cuento de hadas | Cedoc

La intervención del presidente Macri a la Asamblea Legislativa tuvo un sonido institucional clásico, muy fácil de reconocer en un lenguaje en el que se enlazaron con grisura la lírica burocrática, las números favorables y la descripción de un destino de ensueño. Pero algo más vivo que eso, una presión invisible y monstruosa como la de un Alien intentó perforar desde su interior esa superficie plana: el discurso personal, que es el que el Presidente intenta imponerle a la política, de algún modo enloqueciéndola.

Dice Roland Barthes: "En Urt: joven motociclista con casco, exhibiéndose, haciendo ruido en la desierta plaza del puerto. Verdaderamente, tiene un discurso. Pero sostener un discurso, ¿no es joder a los demás?". Tener un discurso consiste en "retomar por cuenta propia un discurso mil veces oído como si se lo inventara". De alguna manera tiene el efecto de una alucinación que vuelve adicto al que la padece.

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Iniciada con una alusión a su ausencia de caries (ese tipo de chistes sin código, quizás sin destinatarios, que Macri se tributa a sí mismo), y seguida de una descarga de ironía contra el sindicalista docente Roberto Baradel, la intervención presidencial en el Congreso se encaminaba sin pena ni gloria hacia el punto final. Hasta que el Presidente no tuvo mejor idea que soltar su discurso Alien y hablar de corrupción.

Ese discurso, que parece estar inventando cada vez que lo pronuncia, le habla sin dudas a su padre, Franco Macri, al que lo atan lazos de acero. Subido ya a la moto del joven de Urt, dijo: "Hoy la obra pública dejó de ser un sinónimo de corrupción". Hubos unos abucheos y se oyó por lo bajo la voz psicoanalítica de Gabriela Michetti instándolo a superar el mal trago con un salto hacia adelante: "Seguí, seguí tranquilo". Pareció la escena de catarsis de alguien que está pasando un mal momento en su rehabilitación. Pero el pasado no es un fenómeno de la voluntad (el pasado es una piedra velocísima que rueda de atrás hacia adelante), y los viejos negocios, incluso los nuevos, golpean las costas artificiales de la virtud política, donde son bien atendidos por sus propios dueños.

Hay una falla insalvable en las placas tectónicas que sostienen el discurso del Presidente contra la corrupción y en supuesto favor de la transparencia. Sencillamente, no puede encarnar la figura de la virtud. Si lo intentó, le fue mal muy rápido, casi a la velocidad fulminante de la reincidencia, y recibió una sucesión de manchas negras que, como caídas de un colador, fueron ensuciando el mantel de misa de Cambiemos. El dólar futuro comprado por altos funcionarios, el acuerdo por el Correo, la concesión a las empresas aéreas de bajo costo, los aumentos en la Autopista del Sol, los $45 mil millones para que IECSA haga las obras del Ferrocarril Sarmiento. Si no cambian las condiciones de gestión, las redes de influencia y la reversibilidad de los funcionarios respecto de los mundos privados que aparentemente abandonaron y aquellos en los que ahora se supone que defienden el bien común, que el Gobierno encabece una lucha contra la corrupción será como una CONADEP encabezada con buena voluntad (tan cerca de la falsa promesa) por Miguel Etchecolatz.

Pero si la decisión de insistir en hablar contra la corrupción no es un gesto kamikaze, es porque obedece a un trabajo verbal de rutina del gobierno, mediante el cual se invierte la estructura material de la realidad en nombre de una verdad regimentada por el delirio. En esa inversión, el gobierno de Cambiemos parece un cuento patafísico, hundiéndose en realidades alternativas donde uno es lo que quiere parecer. O carrolliano, en el sentido de Lewis Carroll y sus gatos sin cuerpo, su Sombrerero Loco y su Reina de Corazones, hermosos representantes de una realidad feliz que no existe.