COLUMNISTAS

Un escritor multiplicado

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Las dos vendedoras del stand de Bajo la Luna en la Feria del Libro se mostraban muy entusiastas con ciertos escritores de la casa. Una de ellas me juró que DAF, de Beatriz Vignoli, era la mejor novela que había leído en su vida. La otra me habló maravillas de Carlos Ríos. Cuando escucho que alguien adora un libro o a un escritor de ese modo, tiendo a pensar que me estoy perdiendo algo. Así que compré la novela de Vignoli y los tres libros que Ríos acaba de publicar en la editorial. Sí, se trata de tres novelas que se imprimieron juntas a fines de 2014, una movida poco frecuente, sobre todo porque no tienen una relación evidente entre sí.

Lo de Ríos es ciertamente inusual. En 2009 publicó en Entropía Manigua, que según la solapa es su primera novela. Allí dice también que Ríos nació en 1967 y que tiene tres libros de poesía. Seis años más tarde, las publicaciones de Ríos se han multiplicado de un modo insólito. Según se puede leer en la solapa de su obra más reciente, la novela Obstinada pasión publicada en 2015 por la editorial chilena 80 Mundos, que me regaló el distribuidor Jorge Waldhuter el mismo día de mi visita a Bajo la Luna. Allí dice de la vida de Ríos que nació en Santa Teresita, que da talleres literarios en las cárceles y poco más, ya que el espacio está ocupado por la obra. Es que entre 2009 y 2015, en poco más de seis años, aparecieron cinco novelas más de Ríos, cuatro libros de poesía, tres de relatos y tres plaquetas editadas en la Argentina, Uruguay, Chile y México. Hay otros autores que publican a ese ritmo (Aira, sin ir más lejos), pero no conozco muchos casos de alguien que haya irrumpido de tal manera en las letras, que haya pasado de inédito a prolífico en tan poco tiempo y después de los cuarenta años.

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Leí cinco de las seis novelas de Ríos: Manigua, Cuadernos de Prypiat (Entropía, 2012), Lisiana, En saco roto, Cuaderno de campo (Bajo la Luna) y Obstinada pasión. Me falta sólo Cielo ácido (Clase Turista, 2014) pero supongo que tengo una idea de la prosa de Ríos. O debería tenerla, porque no estoy muy seguro y me cuesta identificarlo bien como escritor. Digamos que las novelas son muy distintas pero tienen en común un tono apocalíptico, enrarecido, que lo acerca a la ciencia ficción, pero también una presencia constante de lo primitivo, tanto bajo la forma de ritos y conjuros como de cierta de la extrañeza lingüística: en Manigua aparecen los dialectos del swahili, en Cuaderno de campo el quechua, el ruso en Prypiat, una sombra del portugués casi en todas partes (hay algo en la frialdad de Ríos, en su distancia, que recuerda a algunos escritores brasileños recientes como Noll, Zavros o Bernardo Carvalho). La excepción a esta narrativa de lugares destruidos, remotos o abstractos, de personajes arruinados o de pocas luces es Lisiana, cuyo protagonista es un poeta sin éxito con una alumna obesa y genial que muere trágicamente. Lisiana no sólo transcurre en un lugar urbano e identificable (La Plata), sino que contiene una serie de guiños literarios y biográficos que retratan a un escritor atento a “lo exacto que rompe el molde de lo exacto”. En la diversidad de sus intentos y estilos, en el camuflaje de su voz, Ríos logró atraerme e irritarme, pero sigo sorprendido por la variedad y la ambición de su proyecto.