Un personaje en la obra de Mariano Pensotti explica que los años son un invento egipcio. Antes de ellos, el tiempo era mucho o poco, pero no se medía en regularidades. Quizá las inundaciones perfectas del Nilo, que ordenaron el caos en períodos de cosecha, condujeron a una periodización objetiva del tiempo. Se extendió como un virus. Ninguna civilización quiso ya nunca más medirlo en vaguedades.
Pensotti y su equipo La Marea explicitan las anomalías que surgen cuando presente, pasado y futuro se parcelan en segmentos comunes. Mariana Tirantte les construyó un edificio duplicado: a la izquierda, el pasado de los personajes, que ellos creen presente; a la derecha los mismos personajes, treinta años después. A este futuro también lo llaman presente. De esta divergencia escénica surge un teatro mayúsculo, como el que siempre añoramos; uno en el que nuestra percepción completa un rompecabezas emocional, donde las convenciones no son sino estímulos para pensar colectivamente lo individual y lo político: arquitectura, fascismo, colonialismo, ecología, amor, repetición. Lo emocional no se resuelve en melodrama; queda flotando en el aire, a derecha e izquierda de nuestra conmoción.
Es estéril intentar contar el argumento. Además, doy por descontado que todo el mundo irá a verla al Teatro San Martín, que ahora alberga una gema. Pero querría contar que el día del estreno pasó algo fuera del plan de la obra que se hizo parte irrenunciable de ella. Resulta que hay un personaje filmado, que es un niño. La suya es una historia enteramente pensottiana: un documentalista pequeñoburgués pretende filmar el derrotero de un chico pobre, abandonado por su madre, que debe inventarse una familia para inscribirse en una escuela de Lugano. Raúl solo aparece en video y le corresponden momentos muy emotivos de este laberinto. Pero el día del estreno Raúl estaba entre el público. En el aplauso, los actores (exquisitos Barbi Massó, Mara Bestelli, Marcelo Subiotto, Paco Gorriz y Julian Keck) no vieron dónde estaba, así que no se lo invitó al escenario. Un señor del público nos interpeló a todos, señalándolo: “¡Miren quién está aquí!”. Estalló una ovación solo para él, y Raúl empezó a llorar como lo que es: un niño, un futuro adulto, un médium, un alma tocada por el dedo del teatro. Le temblaban las piernas cuando subió y yo no sé si el futuro exista o si los años sean invento egipcio, pero asistimos a un momento único, teatral: el futuro de Raúl parece haberse bifurcado para siempre. Lo vimos cambiar de luz antes de que el telón se los llevara a todos a lo oscuro.