Las elecciones encierran una certeza más grande que el contundente resultado de las PASO: los próximos días serán más complejos que el cándido slogan del Frente de Todos que invitaba a recuperar “la vida que queremos”. El Gobierno tendrá que acelerar en los próximos meses un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, ante el drenaje de las reservas del Banco Central y la avalancha de vencimientos por US$ 5.800 millones que se avecinan de diciembre a fin de marzo. Mientras tanto, tendrá que enfrentar un crucial dilema político: cómo dejar de mirar por el retrovisor el período dorado del primer y segundo kirchnerismo y el plateado del tercero y, de una vez por todas, proponer un modelo de desarrollo para el futuro. Lo paradójico es que uno de los que más intentó esbozar políticas para el mediano plazo, el ministro Matías Kulfas, es de los más apuntados por los accionistas mayoritarios de la coalición gobernante.
Ya no se trata de funcionarios que no funcionan, sino de un Gobierno que no gobierna. El oficialismo se hace oposicionismo a sí mismo, enfrascrado en las internas que los politólogos Federico Zapata y Pablo Touzón definieron magistralmente como “Pimpinelismo de Estado”. Pero salir de esa trampa implica profundizar las contradicciones. La más grande de ellas es cómo conciliar el reclamo público de Cristina Fernández de no hacer un “ajuste fiscal” y, al mismo tiempo, acordar con el FMI para no entrar en default. El desafío es mayúsculo: el presidente tiene el poder formal, pero no real; y la vicepresidenta el real pero no el formal. No se trata de un doble comando, sino de un joystick roto.
La contradicción menos comentada es el sinuoso control de precios del secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, que apunta contra los empresarios de la cadena alimenticia, pero no contra los textiles, que en septiembre aumentaron 6 % y en octubre 5,1 %, muy por encima de la inflación del 3,5 %. Si el Gobierno sostiene argumentalmente que una de las causas de la inflación es el comportamiento de los formadores de precios, no puede apuntar contra los empresarios de un sector y mirar para el otro lado con los de los otros. Ni hablar de la contradictoria relación con Pfizer, una palabra maldita hasta hace meses en el léxico del Frente de Todos. En la última semana, su CEO, Nicolás Vaquer, fue uno de los empresarios que, al frente de la Cámara Argentina de Especialidades Medicinales, dio el visto bueno al congelamiento de precios de los medicamentos, pasando de la insólita acusación de los glaciares a pactar con el “Capitán Frío”.
En las próximas semanas, el Gobierno tendrá que tomar decisiones de fondo. Para estabilizar la macroeconomía, reducir la brecha cambiaria y proteger las reservas hará falta gastar un capital político que se escurre entre los dedos, mientras el joystick maltrecho pasa de mano en mano.