Hay una historia que me contaron no bien empecé a hacer karate. La de una chica que en los años 70 se sentaba en la puerta del dojo con su pequeño bolso para que el sensei la aceptara. El karate recién llegaba a la Argentina y no se permitía en ese entonces que lo practicaran las mujeres. Pero la chica insistió tanto que un día el sensei la hizo pasar y empezó su práctica. Hoy, a veces, en una práctica, la mitad de los que estamos haciéndola son mujeres. ¿Quién era esa chica? No sé, nunca lo pregunté. ¿Seguirá haciendo karate? No lo sé. Pero cada vez que la recuerdo me genera una sensación de potencia: quiero ser esa chica, no para hacer karate, sino para superar los escollos que la vida nos trae una y otra vez en loop.
Virginia, una amiga querida, me pasó el año pasado una fotocopia de un libro de Jeanette Winterson. Un apellido invernal para una vida intensa. Winterson cuenta en este libro cómo fue adoptada por un matrimonio inglés en la época de la posguerra. Padres trabajadores, con pocos momentos de felicidad, una vida de privaciones. Una madre monstruosa adicta a los policiales, respirando siempre el aire de la infelicidad. Con un revólver en la alacena y dos dentaduras postizas, una para todos los días y otra para las ocasiones en las que salía de su casa. Un día la madre le encarga a Jeanette que le traiga de la biblioteca un libro que –ella supuso– era un policial. Muerte en la catedral, una obra teatral escrita en verso por T.S. Eliot. Jeanette lo empezó a hojear en la biblioteca y se puso a llorar con estos versos: “Este es un momento/ pero has de saber que otro/ te atravesará con una repentina alegría dolorosa”.
Esa obra extraña –Jeanette no sabía nada de poesía– le hizo soportable el día. Terminó el libro en las escaleras de la biblioteca, bajo el típico vendaval del norte. Y lo recuerda de esta manera: “No tenía nadie que me ayudara pero T.S. Eliot me ayudó. Por eso cuando la gente dice que la poesía es un lujo, o una opción, o para las clases medias cultas, o que no se debería leer en el colegio porque es irrelevante, o cualquiera de esas extrañas tonterías que se dicen sobre la poesía y el lugar que ocupa en nuestras vidas, sospecho que a la gente que las dice le ha ido bastante bien. Una vida dura necesita un lenguaje duro, y eso es la poesía. Eso es lo que nos ofrece la literatura: un idioma suficientemente poderoso para contar cómo son las cosas. No es un lugar donde esconderse, es un lugar donde encontrar”.