Empiezo con un viejo cuentito.Un señor se acerca a la veterinaria de su barrio con la intención de comprar un lorito para que le haga compañía y tener con quién hablar. El veterinario le comenta: loritos no me quedan más, pero aquí tengo un búho, muy lindo y a buen precio.
— ¿Pero los búhos hablan?- pregunta el cliente.
— Y…, es un pájaro, quién le dice, si lo entrena, a lo mejor habla. Hagamos una cosa, yo se lo doy, lo tiene un par de semanas, si habla, viene y me paga, y si no me lo devuelve y se lo cambio por un loro, para esa fecha ya voy a tener.
El señor acepta y se lo lleva. Pasan un par de semanas y el cliente vuelve a la veterinaria.
— Le vengo a pagar el búho.
— ¿Cómo? ¿Habla?
— No, hablar no habla, pero me presta mucha atención.
¿Qué tendrá que ver, este cuentito, con lo que nos está pasando en este fin de ciclo?
Como en el cuento, esta versión K. del populismo, como toda variante del voluntarismo político, construyó su relato, hablando, pero sin prestar mucha atención.
Habló del desendeudamiento, pero sin prestar atención a la necesidad de mantener el superávit fiscal, única forma genuina de vivir sin deuda, más allá del default.
Cuando perdió el superávit fiscal, recurrió a la confiscación de los ahorros en las AFJP, la toma por asalto de las reservas del Banco Central y la emisión monetaria, como sustituto de la deuda. Además, se utilizaron distintas “trampas” para postergar aumentos de gasto. (Mala liquidación de las jubilaciones, como ejemplo). Ahora, llegado a un punto en dónde tanto la presión tributaria, como el impuesto inflacionario están en un nivel peligroso, se propone el reendeudamiento y la baja del gasto vía quita de subsidios.
Habló de tipo de cambio real alto, sin prestar atención que para mantenerlo competitivo para todos los sectores que comercian con el exterior, en un contexto de buenos términos del intercambio para commodities, se requiere otra política de expansión del gasto público. Otra política monetaria. Otra política salarial. Y eso que se las “ingenió” para que una brutal fuga de capitales, redujera la oferta de dólares en el mejor período del boom de los commodities.
Habló de defender la mesa de los argentinos, sin prestar atención al hecho que, al obligar a los productores a subsidiar a los consumidores, terminó destruyendo la oferta de energía, alimentos y otros productos, al punto que importamos lo que antes exportábamos, pagando precios inéditos, por lo que antes “sobraba”.
Ahora habla de alentar la oferta, reconociendo nuevos precios y firmando contratos leoninos.
Habló de nueva infraestructura orientada y construida con manejo discrecional del Estado, sin prestar atención a que ese “sistema” llevaba a poca obra, enormes sobrecostos, corrupción, e ineficiencia. Y lo más importante: los muertos en los trenes “gratuitos” y destruidos.
Habló de promover la industria, cerrando la economía, y alejando los mercados externos al dejar de ser la Argentina proveedor confiable, al priorizar el mercado interno frente al de exportación sin prestar atención a que esa política llevaba, inexorablemente, por pérdida de competitividad cambiaria, falta de infraestructura, e incentivos perversos, a una industria cada vez más dependiente de las importaciones, y de ayudas y regalos crecientes.
Ahora no tiene más remedio que limitar importaciones, y revisar todo el sistema de desgravaciones impositivas y subsidios mal diseñados y peor gastados.
Habló de mejoras en la educación, en la situación social, en la distribución del ingreso, sin prestar atención a los instrumentos que se utilizaban, a la falta de medición y rendición de cuentas. A la falta de capacitación e inserción de los jóvenes y no tanto, en el sistema laboral, suponiendo que el mal empleo público es un buen sustituto de un buen empleo privado, y que la inflación creciente no iba a terminar erosionando los planes sociales y la distribución del ingreso.
En síntesis, y como la mayoría de estas cosas de las que se “hablaron”, fueron apoyadas por muchos políticos y por los votos de muchos compatriotas, quizás, al gobierno en particular, y a la sociedad argentina en general, la haya llegado la hora de hablar menos, y prestar más atención.