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AUTOIMAGEN

Un país de juguete

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Un finlandés justificó su elección de radicarse en nuestro país en el hecho de que “aquí todo es imprevisible, siempre pasa algo, cualquier cosa puede acontecer sin regla y sin estructura”. Contrastaba la imagen de nuestra vida social como la antítesis de la de su patria de origen.

Para él la Argentina era un largo día festivo, y se solazaba en su mudanza con lo que quizá constituya nuestro fantasma más temido. En efecto, como en el país de los juguetes al que arriba Pinocho en la novela de Collodi, creemos, por una parte, que el nuestro no se parece a ningún otro país, porque todo en él es bullicio, algarabía, juego; pero por otra, nos da horror sentirnos atrapados en esta “autoculpable minoría de edad”, obstáculo insalvable para devenir una sociedad ilustrada, al decir de Kant.

No se trata de decidir si esta imagen de lo que somos es justa o apropiada, sino de ver en ella una suerte de mito  que induce, en el modo en que nos comprendemos a nosotros mismos, una profecía o un destino. Numerosas y diversas son las expresiones de este mito. En su poema El truco, Borges simboliza la repetición de nuestra historia en una partida del homónimo juego de naipes, y en su impar La lotería en Babilonia, el narrador  –¿un argentino?– afirma: “Soy de un país vertiginoso donde la lotería es parte principal de la realidad”. En su versión reglada (la del poema) o arbitraria (la del cuento), nuestra historia se vuelve un juego en el que se conjuran la violencia y la muerte, o en el que son producidas por un Dios –“La Compañía” en el cuento borgeano – cuyos designios son inescrutables.

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En los oprobiosos años de la dictadura encabezada por Videla y Massera, María Elena Walsh elevó su queja ante el censor que nos volvía un país jardín de infantes, al tiempo que Charly García cantaba nuestras tribulaciones como si fueran las de Alicia en su nada maravilloso país –el nuestro– donde “el trabalenguas traba lenguas y el asesino te asesina”. ¿Qué hay detrás de la insistencia de esta representación? ¿Por qué esta imagen de un juego que, a la vez, “nos hace felices” volviéndose siniestro?

Cuando jugar se convierte en el código rector del vínculo social, éste y las cosas en general se convierten en juguetes. El juguete es eso que perteneció a otro ámbito de significaciones –lo sagrado en su origen– o a los valores de uso y de cambio propios del orden económico y práctico, pero en el que esas dimensiones de sentido se han fragmentado.

El filósofo italiano Giorgio Agamben desarrolla esta idea dentro de un contrapunto entre el juego y el rito. No es casual, agregamos por nuestra parte, que entre nosotros pervivan tan pocos ritos. Volviendo a la comparación del comienzo, Finlandia se nos aparece como una sociedad transparente porque en la superficie misma del vínculo social se expresa la regla, se ritualiza la vida. Llevado a su extremo, ni el juego sin mito ni rito, ni éstos sin aquél, son estados de cosas que nos den condiciones adecuadas para que el lazo comunitario permanezca vital. Pero nuestra preocupación no es Finlandia sino Argentina.

La cuestión es que esta autoimagen que nos forjamos es recurrente y produce efectos negativos. ¿Tenemos que dejar de ser un país de juguete o no lo somos y tenemos que dejar de vernos así? ¿No será acaso que lo uno viene con lo otro, la realidad con su representación?

En un escrito de 1957, H.A. Murena diagnosticaba que no éramos una comunidad porque estábamos sometidos al “demonismo del presente. Y, precisamente, un mundo de juguete es una miniatura del presente, en el que sólo habitan miniaturas sin historia. Desde el retorno de la democracia hemos crecido, pero la impulsión autodestructiva de un antagonismo mal tramitado –y amplificado en la imagen y la voz massmediáticas– puede hacer que el as de espadas deje los límites del truco y aplaste nuevamente cabezas. No será con las botas, pero equivaldrá a ello si nos “jibarizamos” a nosotros mismos en creencias y acciones propias de un país de juguete en el que pueda volver a asomar, paradójicamente, el rostro de lo siniestro.

 

*Senador de la Nación 2007-2013. Filósofo.