Sobre el final de la semana que pasó, el Gobierno logró “domar”, al menos transitoriamente, al mercado cambiario. Para semejante “éxito”, tuvo que impulsar o “ser víctima de” (depende del discurso de cada día) una suba en torno al 20% en un mes del precio de las distintas variantes de dólares a las que se puede acceder y sacrificar el 10% de las reservas del Banco Central.
Un incremento del precio del dólar, medido en el dólar oficial, del 20% en un mes, del 58% en un año o del 30% desde el cambio de gabinete a finales de noviembre pasado, en cualquier país del mundo, sería considerado una bruta erosión del poder de compra de la moneda local. Y, si dicho país hubiera estado bajo un acuerdo con el FMI, estaríamos frente a la típica “devaluación recesiva”. En la Argentina, sin embargo, las palabras “ajuste” y “devaluación” han sido reemplazadas por eufemismos diversos.
Lo cierto es que, más allá del relato, hemos asistido en estos días a un típico esquema “ortodoxo” de devaluación, absorción de pesos por parte del BCRA y suba de la tasa de interés, con el objetivo central de defender las reservas internacionales hasta que lleguen los salvadores dólares de la cosecha.
Sin embargo, como el “dólar de convergencia” en torno a los $ 8 y una tasa del 25-30% resultan insuficientes para corregir el desorden macroeconómico de los últimos años, esta “ortodoxia fondomonetarista” ha sido complementada con fuertes restricciones al pago de importaciones, con la obligación para las entidades financieras de vender parte de su tenencia de activos en dólares o dolarizados y con negociaciones con las grandes comercializadoras de productos agrícolas para que adelanten parte de los fondos que deberían ingresar a partir de abril. Todo esto, “mechado” con amenazas, acusaciones ridículas, discursos contradictorios, etc, etc.
Hemos asistido a un semiajuste ortodoxo complementado con un semiajuste intervencionista K.
Pero toda esta mezcla de instrumentos es, por ahora, la salsa, la guarnición del plato macro. Falta, en lenguaje tenístico, “consolidar el quiebre” ganando el saque. Falta que las paritarias confirmen la licuación del gasto salarial y el valor de los salarios en dólares. Y falta, sobre todo, reducir la cifra a emitir para financiar el gasto público del año.
Porque ahora el exceso de pesos generado por el financiamiento del gasto público de fines del año pasado está siendo retirado colocando deuda del BCRA a tasas crecientes. Es como financiar el gasto con deuda, en lugar de emisión. Pero la deuda del BCRA es simple emisión futura. A menos que se reduzca sustancialmente el déficit fiscal, lo que no se emite por gasto público se termina emitiendo para pagar los intereses de la deuda del BCRA; el resultado es el mismo. La inflación no le pregunta a los pesos “¿De dónde venís?” Si, además, hay que emitir para comprar los dólares de los exportadores, y se venden menos dólares a los importadores, también estamos ante un exceso de pesos.
Y como con menores importaciones es menor el nivel de actividad, el ajuste fiscal necesario sólo puede venir por el lado del gasto, lo cuál también, dependiendo cómo se haga, puede resultar recesivo.
Dicho de otro modo, el Gobierno ha estabilizado, por ahora (y sólo por ahora), el mercado cambiario con una parte del ajuste ortodoxo. Si no completa el ajuste por el lado fiscal y no se moderan las paritarias, para consolidar lo que el Gobierno no quiere decir –la caída del salario en dólares–, en poco tiempo volveremos al punto de partida, de los desequilibrios, pero a un nivel absoluto de precios mucho más alto. En síntesis, si está dispuesto a completar un “ajuste ortodoxo” por el lado del gasto y reducir así la participación directa o indirecta del BCRA en el financiamiento del déficit, asistiremos a las consecuencias habituales del ajuste, esto es, devaluación real, recesión moderada e inflación y mercado cambiario “estabilizados”.
Si, por el contrario, esta es toda la ortodoxia que está dispuesto a hacer, e insiste en hacer recaer toda la responsabilidad de la política macro en el BCRA, vamos rumbo a un descontrol nominal creciente, más allá de que logre, en el mejor de los casos, pasar el verano.
La heterodoxia populista en la ida siempre termina en sobreajuste ortodoxo en la vuelta