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monstruos

Un pequeño avatar

Avatar 20230701
Avatar | Twitter

Si de algo puede ufanarse el cineasta James Cameron es de haber reorientado una palabra que quería decir cosas contradictorias. El término “avatar” proviene del sánscrito avatâra y llega al castellano, según la RAE, a través del francés y sin pasar por el latín. En la India designaba al descenso de un dios o a su encarnación en la Tierra, es especial Visnú. Sin embargo, y sin que medie explicación que yo conozca, el uso general del término (casi siempre en plural) quiere decir problema, vicisitud, fase de cambio. Desde que Cameron actualizó otra acepción en su película Avatar, cabeza de una saga que se diseña con cierre indefinido, el término ha eclipsado por completo a su sentido más usual, y dado que todos tenemos un avatar en el telefonito (¿una imagen que nos encarna, un descenso terrenal, una vicisitud?), la palabra es sinónimo de identidad virtual en entornos digitales. Un pequeño yo dibujado a grandes rasgos pixelados.

De su película, que es una fábula infantil, siempre me dio gran pena (también infantil) que los invasores atacaran al árbol sagrado y fuente de vida de los seres azules que habitan ese planeta tan frondoso, seres que la industria del cine solo puede conseguir precisamente a través de una sesuda digitalización, que incluye hasta un idioma inventado, a imagen y semejanza de una civilización equis.

Pero hay que concederle a Cameron que el rigor inagotable en la creación de esa botánica, esa zoología, esa antropología para el entretenimiento debe haber calado hondo en su manera de pensar su existencia y su responsabilidad contemporánea. Es como si deseara trasladar la fábula desde el avatar en soporte digital al mundo real sin soporte alguno. Su fundación Avatar Alliance Foundation (en la realidad) reutiliza las ganancias de la industria del entretenimiento para trabajar en pos de asuntos tan delicados y controvertidos como calentamiento global, política energética, ganadería, deforestación, derechos de los pueblos originarios, reconstrucción del entorno oceánico y conservación de los océanos. Ya no se trata de inculcar por ósmosis la ideología de la película sobre el mundo real, sino, además, de reproducir su praxis.

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Wadu Wadu

Por eso me dio mucha vergüenza todo el incidente en Jujuy. Convencido por políticos de diversa laya de que en Jujuy se estaba haciendo aquello que Cameron predica, el cineasta se reunió con Gerardo Morales (hoy a la cabeza de brutales represiones populares) y posó para las fotos. La ilusión, como en el cine, duró poco. Las organizaciones indígenas le dieron después su versión de los hechos. Y como los hechos están en pugna en Jujuy, y la explotación del litio es un tabú alrededor del cual se organizan varias agendas encrucijadas, Cameron tuvo que terminar por declarar que había sido engañado por el gobierno argentino. Me parece fenómeno que enrostre la culpa así, en general, sin discriminar al gobierno jujeño del argentino, dado que –en los hechos– el gobierno nacional tampoco condenó con la firmeza que hubiera requerido la salvaje represión de Morales hacia docentes, indígenas y pueblo en general, ni la carta libre de policías y gendarmes, siempre dispuestos a ejercer su vocación de energúmenos. Las declaraciones de los detenidos y torturados en Jujuy son aterradoras. Pero más aterrador es que tales actos sumen puntos de credibilidad electoral para un sector grande de la población, puntos que hacen de Morales un candidato absolutamente plausible, dispuesto a extender su manera de ver el mundo desde su pequeña provincia al resto del país, también algo pequeño, a estas alturas. Los que decidimos ofrecer inocuas expresiones de repudio en redes sociales vimos con sorpresa (yo no pierdo esa sorpresa) cómo la represión está de moda y fuimos en muchos casos insultados por votantes para los que la política de Morales es un bello ejemplo a seguir.

Si tenemos en cuenta el rotundo éxito comercial de la película de Cameron, habremos de suponer (yo sé que es lógica capciosa) que ese mismo espectador se babea ante una determinada moral en el cine, pero luego la detesta en la vida real. Adora la moraleja azulada del film, pero en el mundo en 3D se pone del lado del represor, del invasor y del mentiroso. Como si los espectadores ya fueran inofensivos avatares (con una ética intachable) de unos verdaderos monstruos, dispuestos a ir a las urnas con ganas de destruirlo todo.