Cualquiera que tenga una biblioteca mediana habrá sido alguna vez objeto de una asombrada pregunta: “¿Pero usted leyó todos esos libros?”, que no es otra cosa que una jugarreta del interlocutor para ponerlo a uno en ridículo. Al responder que eso es imposible, el otro se queda callado, pero flota en el aire una implacable acusación de frivolidad y ostentación. En efecto, tener muchos libros ofende al prójimo, tanto al que no puede comprarlos como al que gasta su dinero en cosas más provechosas. Y que ni siquiera el propietario los lea resulta la prueba última de que no valen la pena.
El primero en plantear la maldita pregunta fue posiblemente Luciano de Samósata, nacido en Siria en el año 125, escritor satírico, conferencista y funcionario romano (el currículum hace pensar en Jorge Asís), quien llevó el arte de la injuria a grandes alturas. En su opúsculo El bibliómano ignorante, radicaliza la cuestión y la emprende contra un fulano que tiene una lujosa biblioteca de la cual no ha leído un solo ejemplar. No está claro si el autor lo ataca por bibliómano o por sodomita y tampoco se termina de entender cuál podría ser la relación entre ambas aficiones. Pero el texto es sin duda elocuente y empieza así: “Tú crees que por comprar compulsivamente los mejores libros vas a parecer una persona con cultura, pero el asunto se te escapa de las manos y, en cierto modo, se convierte en una prueba de tu incultura. Es más, ni siquiera compras los mejores, sino que confías en cualquiera que se ponga a elogiarlos y eres un chollo para quienes mienten sobre tales libros y un tesoro a punto para los que comercian con ellos.” Para un frecuentador de libreros y lector de suplementos culturales, es decir para alguien que no para de ser engañado por reseñas y recomendaciones, el pasaje es hiriente aun sin saber lo que significa un “chollo”, palabra que suena verdaderamente despectiva.
El bibliómano ignorante acaba de ser publicado por Errata Naturae, una de las editoriales españolas independientes más paquetas. Los libros de Errata Naturae son realmente elegantes, inevitables para el bibliómano compulsivo a partir del primer vistazo; aunque el de Luciano, noventa páginas pequeñas, cueste diez euros en España y sesenta pesos en la Argentina. Las tapas están ilustradas con dibujos de un personaje que cambia según la colección. La que aquí nos ocupa incluye también el Elogio de la calvicie, de Sinesio de Sirene (370-413) y su emblema es un hombre “extraño, sereno y meditabundo”, vestido con corbata y con cabeza de pájaro, como representación alegórica de la sabiduría. La editorial nos informa que en el Livre de Sidrach, fechado hacia 1285, se dice que “el hombre debe tener un cuello de grulla, largo y nudoso, con objeto de que tenga tiempo de reflexionar antes de comenzar a hablar”. Pero la casa editorial es tan refinada que hasta el pie de imprenta es original y se extiende casi hasta un ensayo: “El bibliómano ignorante es el tercer libro de la colección Los Agripianos. Compuesto en tipos Dante, este texto se terminó de imprimir en los talleres de Efca por cuenta de Errata Naturae editores en junio de dos mil nueve, medio siglo largo después de que Allan Stewart Konisberg, judío de origen ruso-austríaco, nacido en Brooklyn, firmara su primer texto con el seudónimo de Woody Allen, y uno de sus profesores de la Universidad de Nueva York le recriminase que aquello no era material universitario...”.
En el prólogo, Iván de los Ríos también habla de Woody Allen y lo trata con el respeto debido a una verdadera autoridad intelectual. Es curioso que eso ocurra en España donde, además de saber el significado de “chollo”, las personas del primer decil cultural tienen en su panteón a figuras como Allen, que entre los argentinos más sofisticados no pasa de un segundo plano sospechoso. Lo que seguro tienen los bibliómanos españoles, lean o no los libros que compran, es más dinero.