En las sociedades modernas las personas intercambian bienes y servicios reales por papeles pintados, que carecen de valor intrínseco pero son aceptados de manera generalizada por la gente, gracias a su valor simbólico que, aunque no está escrito, depende de la convicción de que se podrán intercambiar por otros bienes y servicios de igual valor, en el momento del tiempo que la gente lo desee.
Es interesante notar que no es preciso siquiera que ese dinero sea auténtico ni emitido por un gobierno. Prueba de lo primero es que en la década de los 90 circularon mucho tiempo monedas truchas de 50 centavos, que eran visiblemente distintas de las originales, pero que eran aceptadas porque todos sabían que los demás las receptarían. Las imitaciones perdieron su gloria recién cuando se instrumentaron las maquinitas en los colectivos, que carentes de sentido común rechazaban los metales apócrifos, seguramente en virtud de su peso diferente. La evidencia de lo segundo es la proliferación de monedas virtuales privadas, como las bitcoin.
La moneda es, entonces, una construcción simbólica compartida socialmente que sólo existe en la cabeza de la gente y carece de valor sin la confianza generalizada de la población. Se trata de una institución en el sentido amplio de la palabra; una regla de juego que facilita la vigencia y efectividad de otras reglas asociadas al consumo, el ahorro y la inversión.
Cuando se rompe la confianza, la gente huye del símbolo en decadencia buscando representaciones más estables. Migra de un sistema de reglas que se devalúan a otro que permite mantener las convenciones y los acuerdos.
Instituciones argentinas por la moneda. En el gráfico que acompaña esta nota comparamos la rentabilidad de ahorrar en pesos (tasa de interés), con la alternativa de posicionarse en dólares (medida por los cambios en su cotización) durante los últimos 114 años de historia.
Hasta el año 1946 la apuesta más rentable era a las reglas domésticas. Es verdad que hubo una devaluación importante en 1921 y otra significativa en la crisis del 30, pero se trataban de episodios aislados que permitían que la moneda local recuperara posiciones luego de producido el shock. De hecho, los eventos eran tan esporádicos que no había manera de predecir su ocurrencia. Además coincidían con períodos de deflación muy fuertes, de modo que incluso aunque el dólar ganara más que el peso, quedarse en dinero argentino implicaba que mejoraba la capacidad adquisitiva de los ahorros, en bienes y servicios locales. Las devaluaciones tenían que ver con el reacomodamiento del comercio exterior, pero no reflejaban una pérdida interna del valor de la moneda.
A partir de 1945 hay un cambio drástico en las reglas de juego. Por primera vez en la historia se dispara un proceso inflacionario continuado, que va a durar hasta 1952. El nivel de precios, que en los primeros 44 años del siglo había aumentado sólo 71% (a una tasa promedio del 1,2% anual), explota 464% en los siguientes ocho años (a una tasa del 24,1% anual). Cualquier semejanza con la realidad actual no es mera coincidencia.
La combinación de alta inflación con tasas bajas (ídem 2007/2014) evaporó los ahorros en moneda nacional. Para darse una idea, quien tenía $ 100 depositados a plazo en 1944, acumuló una licuación del 72% de sus ahorros para 1952.
Los que en cambio optaron por otro sistema de reglas y apostaron al dólar quedaron cubiertos de la inflación e incluso ganaron un magro 6%, pero ganaron al fin.
Los errores de política económica condenaron al país a perder su moneda y con ella la soberanía monetaria. Se destruyó en la mente de los ciudadanos no sólo la posibilidad de ahorrar en pesos sino todo el conjunto de significados simbólicos asociados a la institución moneda; se perdió la confianza.
Aunque la inflación cedió en 1953, recuperó fuerzas un año después e inició un camino alcista hasta alcanzar los dos dígitos por primera vez en 1959. Siempre en un contexto de tasas negativas que desincentivaban el ahorro en pesos y con el dólar multiplicando su valor por tres ínterin.
Como puede apreciarse en el gráfico, desde 1946 en adelante fueron esporádicos los períodos en los que ganaron los que apostaron a los pesos y de mucha mayor magnitud las ganancias de los que eligieron dólares, en los años que la divisa norteamericana superó a las tasas, que fueron 31 de los 45 comprendidos entre 1946 y 1990.
La realidad es que desde entonces nunca pudo la Argentina recuperar la estabilidad de su signo monetario, sino hasta la Convertibilidad. La crisis de 2002 volvió a generar una ruptura de las reglas de juego, pero de naturaleza similar a la crisis del 30, a punto tal que la inflación bajó nuevamente a niveles razonables en 2003 y 2004, permitiendo que los depósitos en pesos rindieran tasas positivas nuevamente. Pero desde 2009 se volvieron a perder los incentivos a pesificarse, y con ellos la potencia de la política monetaria. Sistemáticamente, la política económica destruyó la moneda minando la confianza en las reglas.
Si se quiere rastrear el momento en la historia en el que se destruyeron las instituciones que regulan en nuestro país las relaciones económicas entre los hombres, la debacle se inició entre 1944 y 1946. El cóctel de alta inflación y tasas negativas tiene hoy el mismo sabor amargo de entonces.
La Argentina no recuperará la senda sostenible del crecimiento con inclusión, del desarrollo económico integral, hasta que no logre reconstruir la creencia colectiva en el valor de su moneda; la confianza.
*Economista UNLP.
Autor de Psychonomics.