COLUMNISTAS
FERNANDEZ-FERNANDEZ

Una bomba de tiempo

Es imposible que Cristina acepte jugar el leal papel de Gabriela Michetti en la vicepresidencia. Si la fórmula llegara a ganar, a los pocos meses uno de los Fernández terminará en la Casa Rosada y el otro en la cárcel.

20190525_1414_ideas_alberto-fernandez-cfk-05202019-700694
Juntos. El tema de la vicepresidencia siempre fue complejo. Casi ningún presidente permite que haya alguien que le haga sombra y el vice no debe tener más poder que el presidente. | Cedoc Perfil

Para analizar objetivamente la política, es necesario recordar que es un error partir de que los otros actúan como lo hacen porque son malos o porque son mediocres. Los líderes actúan  porque creen en ideas, o porque defienden determinados intereses colectivos o individuales. Nadie es dueño de la verdad, pero quienes han llegado a ser presidentes de un país tienen condiciones especiales que les permitieron llegar a esa posición. Hay que respetar su destreza y analizar sus acciones con serenidad, porque suelen tener motivaciones más complejas, que quienes no tuvieron esa experiencia.

Cristina Fernández ha sido presidente de la Nación en dos ocasiones, ha permanecido en el poder a lo largo de dos décadas asociada a Néstor Kirchner, y merece que se analice detenidamente lo que hace.
Hace pocos días, anunció que había decidido ser candidata a la vicepresidencia de la Nación y que había designado a Alberto Fernández candidato a la Presidencia. No hay otro antecedente de alguien que tome una decisión tan vertical sin consultar a nadie, ni a los líderes, ni a los partidos que le respaldan.

Ejerció un acto de poder absoluto: comunicó que tiene el poder de designar candidato a presidente a quién le viene en gana, cuándo le viene en gana y los demás deben obedecer. Ese su estilo. Antes ya lo hizo con las intempestivas designaciones de los candidatos Aníbal Fernández para la Provincia de Buenos Aires, y Amado Boudou y Carlos Zannini para vicepresidencias propias y ajenas.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Las causas de la decisión. Está claro que Cristina supuso que iba a perder. No existe un candidato que renuncie si cree que puede ganar. Si no puede afrontar los rigores de la campaña por una situación personal, se retira, no se mantiene como candidata secundaria, sobre todo con su psicología estelar. Lo único que podría darle sentido a esta acción sería que, creyendo probable la derrota, quisiera que, cuando se produzca, la culpa sea de Alberto. Pero hay una explicación más sólida: para ser candidata a presidenta está obligada a renunciar a la senaduría. Los fueros la protegen como candidata, pero si pierde las elecciones quedará en manos de la Justicia. Si es candidata a vicepresidenta no está obligada a renunciar y puede mantener la inmunidad después de la derrota. Si por alguna razón llega a ganar, pensará que tiene la fuerza para reemplazar a un presidente con poco arraigo en la realidad.

No conozco otro caso de un candidato amenazado por tantos juicios penales y con cuatro órdenes de captura pendientes. Los políticos son seres humanos. Debe ser muy duro afrontar esos problemas judiciales. Debe serle insoportable sentarse en el banquillo de los acusados con personas que fueron sus íntimos colaboradores, y con los que ni siquiera se saluda. La procesan como jefa de todos ellos en una asociación ilícita. Algunos jueces hicieron lo imposible para impedir su comparecencia y para detener los juicios por corrupción hasta después de las elecciones. Algunos magistrados leen más las encuestas que los códigos, y prefieren que las urnas declaren la inocencia o la culpabilidad de los acusados. La gente reaccionó de manera furibunda. Los estudios dicen que un 80% de los argentinos quiere que “devuelvan lo que robaron”, incluido un 50% de los que votan por Cristina. Los jueces dieron un discreto paso al costado.

Campaña. Desde el manejo de la campaña tenían que evitar una foto de Cristina en los tribunales junto a Lázaro Báez, Julio De Vido, José López, y Carlos Santiago Kirchner. Los electores que la han mitificado sufren un golpe cuando la ven sometida, acusada de delitos comunes. Acudirán como testigos sus ex jefes de Gabinete Juan Manuel Abal Medina, Sergio Massa, y Alberto Fernández, que además es candidato presidencial. La audiencia pública durará varios días en los que se conocerán detalles de las acusaciones. Aparecerán barras bravas, matones y militantes que rodearán a Cristina agrediendo a la gente común y a los medios. Es imposible que una candidata no sufra severos daños apareciendo en este escenario.
En el lanzamiento de su libro mil personas llenaron una sala vip en la que se comportaron de acuerdo a su educado discurso.

En una segunda sección estuvieron cientos de dirigentes con actitudes salvajes, coherentes  con el libro, que atacaron a una periodista. En una tercera estuvieron miles de ávidos lectores que aplaudían a la autora. Llegaron en cientos de colectivos, para llenar un escenario que los esperaba: la Avenida Sarmiento estaba cortada desde la Avenida del Libertador. Según quienes presenciaron el acto la mitad del espacio estuvo vacío, no hubo más de cinco mil personas. ¿No pudieron mover más gente? ¿Deprimió esa debilidad a la candidata?

Los anuncios de reforma constitucional, eliminación del Poder Judicial, realización de una reforma agraria, una reforma urbana, persecución  a los jueces que investigaron la corrupción, provocaron la indignación en muchos que quieren vivir en democracia y debilitaron a Cristina. No les gusta la versión K de la Toma de la Bastilla cuando  anuncian que, si ganan, liberarán inmediatamente a los presos políticos. Siete de cada diez argentinos creen que son delincuentes. ¿Los efectos de todo esto son tan graves como para cambiar de candidata?

Elecciones. Tal vez creyeron el mito de que Cristina puede ganar la primera vuelta, pero no la segunda. Eso se instaló en Argentina desde que Menem perdió las elecciones del 2003, pero fue algo único en el mundo. Siempre, el mejor candidato lo es para todas las vueltas posibles.
Los problemas de Venezuela pudieron ser otro factor de inquietud. Cuatro de cada cinco argentinos rechaza la dictadura de Maduro a la que respalda Cristina. ¿Sintieron que la hecatombe venezolana los afectaba demasiado?

Pudieron tener una lectura equivocada del resultado de las elecciones provinciales, que no fueron ni un triunfo ni una derrota para Cristina. Las cosas siguieron como estaban. Tal vez en su entorno sintieron como algo humillante tener que retirar candidatos en algún lado, o los asustó la personalidad de algunos gobernadores reacios a unirse a un peronismo servil.

Los arrepentidos que provienen de su círculo íntimo cuentan historias increíbles acerca de las costumbres de la familia Kirchner: el trato violento de Néstor con los más altos funcionarios, la displicencia de Cristina con todos, ministros, gobernadores, periodistas, empleados de la Casa Rosada. Es difícil entender que personas con una autoestima básica hayan aceptado ese ambiente y vuelvan al redil porque ella digita a un candidato, o que dirigentes con futuro estén dispuestos a meterse en este molino de carne.   

La fórmula Fernández-Fernández. El tema de la vicepresidencia siempre fue complejo. En los países presidencialistas no es posible la bicefalía. Los mexicanos simplemente eliminaron el cargo cuando las disputas culminaron con el asesinato del presidente Francisco Madero y de su vicepresidente Pino Suárez. José María Velasco Ibarra, cinco veces presidente del Ecuador, fue derrocado por su vicepresidente en tres ocasiones. Los cuatro presidentes ecuatorianos anteriores a Rafael Correa fueron reemplazados por sus vicepresidentes. Cuando Correa quiso permanecer en el poder por interpuesta persona, lanzó como candidato a la presidencia a Lenin Moreno y para la vicepresidencia a su incondicional Jorge Glas. En cuanto asumió el poder, Moreno apresó a Glas y persiguió a Correa. Miguel Angel Mancera, síndico del municipio de México exhibía una lealtad canina hacia el jefe de Gobierno Marcelo Ebrard. Se le agotó a las 48 horas de asumir como su sucesor, cuando inventó una historia para perseguir a su ex jefe. Podríamos seguir con una lista interminable de casos semejantes.

Casi ningún presidente permite que exista alguien que le haga sombra y el vicepresidente no debe tener más poder que el presidente. Si triunfa el binomio Fernández-Fernández no existirá un presidente con sombra, sino una sombra con presidente, al que deberá eliminar. Esto pasaría en cualquier hipótesis, pero en este caso es más grave porque Alberto Fernández no tiene psicología de títere, sino una personalidad fuerte. Ha criticado violentamente a Cristina durante años.

La fórmula es una bomba de tiempo que estallará cuando se organicen las candidaturas, durante la campaña o en el primer mes de gobierno. En el armado del Congreso los dos saben que está en juego el resultado del conflicto que van a vivir si ganan, y por eso tratarán de conseguir la mayoría para combatir al compañero de fórmula. Es imposible que Cristina acepte jugar el leal papel de Gabriela Michetti en la vicepresidencia. Si esa fórmula  llegara a ganar, a los pocos meses uno de los Fernández terminará en la Casa Rosada y el otro en la cárcel.

Alberto Fernández podría conseguir  un acuerdo con Clarín ofreciendo no repetir el lema “estás nervioso Clarín” y podría ofrecer que las esposas de sus principales ministros no filmaran películas sobre Papel Prensa. Tiene una vieja relación con Ricardo Lorenzetti que le permite operar en la Corte. Su problema es atraer votantes anti K: si logra convencer a los electores de que será él el presidente, perderá muchos votos de Cristina. En cambio, si parece que ella gobernará agazapada y Alberto será un títere producirán temor y ahuyentarán votos.

 

Alberto Fernández no tiene votos propios, no puede garantizar el voto duro de Cristina y su imagen es negativa


Existe un enorme archivo público de declaraciones de Alberto en contra de Cristina. Será difícil explicar cómo está en esa fórmula después de decir que “después de  todo, su acción institucional es deplorable, todo lo que hizo en materia judicial es deplorable, lo que hizo con el Consejo de la Magistratura y con la asignación de los jueces subrogantes, lo que inició con la llamada democratización de la Justicia todo eso es deplorable, lo que hizo con el tratado de Irán es deplorable, la muerte de Nisman es deplorable, la no resolución de la muerte de Nisman es deplorable, en el segundo mandato de Cristina a mí me cuesta muchísimo encontrar un elemento valioso”. Esas afirmaciones lo hacen sobreactuar su fidelidad defendiendo la maniobra de los jueces pro K y anunciando que aquellos que investigan la corrupción “van a tener que explicar las barrabasadas que escribieron”.

Alberto Fernández no tiene votos propios, no puede garantizar tampoco el voto duro de Cristina y su imagen es negativa. Es poco probable que gobernadores con personalidad, líderes que tienen futuro, dirigentes kirchneristas jóvenes, se entusiasmen con esta aventura. Probablemente piensen en el mediano plazo y traten de fundar un peronismo democrático.

La política como arte y ciencia. En Blink: el poder de razonar sin pensar, Malcolm Gladwell cuenta cómo una especialista puede saber que una pintura está falsificada sin necesidad de usar procesos racionales. En la política ocurre lo mismo con quienes la cultivaron como arte. Conversar con Fernando Henrique Cardoso o Carlos Salinas de Gortari es una experiencia maravillosa que permite aprender conceptos que solo pueden manejar quienes estuvieron en el centro del poder por muchos años.

Tradicionalmente el arte de la política se aprendía con la experiencia. Había pequeños grupos que gobernaban, se aliaban o combatían y en su seno se formaban políticos  profesionales que aprendían la disciplina que definió Maquiavelo. La democracia no cambió mucho la situación. Al principio votaban unos pocos que podían comunicarse, manejados por un aparato que los organizaba verticalmente. La mayoría no opinaba, seguía a punteros y dirigentes. El esquema empezó a derrumbarse cuando aparecieron en el siglo XX la radio, la televisión y la internet. La comunicación entre los líderes y los votantes se hizo más horizontal. Las sociedades crecieron, se hicieron complejas y aparecieron técnicas que no existían. Fue necesario complementar la destreza política con una mirada científica que sistematice información objetiva que permita tomar las mejores decisiones. Matt Reese, el asesor político de la familia Kennedy, decía que en política no existe lo que no se puede contar.

Desde hace años la mayoría de los occidentales siente antipatía por la política y siente asco por las maniobras y acuerdos de los líderes. El clásico de E.J. Dionne Why Americans Hate Politics alertó hace tiempo acerca del cansancio de los electores, que se agudizó en la sociedad posinternet. En estos años el incremento de la velocidad y la diversificación de la red nos obligó a cambiar la metodología del análisis político. Antes, la campaña la hacían los líderes, ahora la gente se mueve por sí misma.

En 2015 un candidato presidencial me preguntó qué podía hacer para impedir que lo abandonen los intendentes que lo apoyaban y que se llevaban a  sus electores. Le dije que el problema estaba en que la gente lo dejaba, y por eso se iban los intendentes que querían ganar sus elecciones locales. Si mejoraba su situación con la gente, volverían los intendentes díscolos y llegarían unos pocos más. Hay que  pensar las campañas desde los ojos de la gente y no solo desde las maniobras de  los líderes.

En todos los países hay personajes como Alberto Fernández que se dedican a “hacer política”, buscar apoyos para candidatos, formar mayorías. Todos tienen mala imagen. Son necesarios para el funcionamiento de la democracia, pero la gente los cree corruptos, sobre todo si han ido de un lado a otro. Alberto trabajó con Alfonsín, Cavallo, Menem, Duhalde, Kirchner, Massa, Randazzo, y ahora vuelve al redil de Cristina. Los que ganan las elecciones son líderes solitarios, enfrentados al establishment como Bolsonaro, Trump, López Obrador o Zelenski, no personajes que vivieron saltando de partido en partido. Pasó antes con Chávez, Correa, Fujimori, Evo Morales, y de distintas maneras con Cristina y Mauricio.  

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.