En una nota reciente a este mismo diario, llamé la atención sobre el rol ordenador del Partido dos Trabalhadores en el sistema partidario brasileño y, en base a una lectura de los procesos históricos del país vecino, predigo una derrota del candidato extremista Jair Bolsonaro (PSL) en una posible segunda vuelta. Mi argumento se basó en la tradición centrista del electorado brasileño y en la fuerza electoral del PT que, a pesar de todo, todavía atesora.
Sin embargo, esta última semana dos factores puntuales jugaron en contra de mi optimismo anterior. El primero tiene que ver con la reiterada incapacidad de los sectores más a la izquierda del propio PT para avanzar hacia una visión más aggiornada y global de la coyuntura político-económica actual y transformar al Partido en un representante legítimo de una social-democracia de nuestra región. El segundo con la progresiva pulverización electoral de los partidos de centro y centro-derecha.
Buscando comprender al fenómeno Bolsonaro que mantiene en vilo a Brasil y a la región, recordé el célebre trabajo de Lipset y Rokkan (1967) sobre los orígenes de los sistemas de partido y su argumento sobre las diferencias entre los organizados a partir de un lento proceso histórico en las viejas democracias europeas y aquellos emergentes del período post-democrático.
Para ellos, la diferencia principal reside en que los primeros se fortalecieron a través de un largo proceso de maduración e internalización de una cultura representativa, mientras que, en nuestras democracias más jóvenes, los partidos carecerían de sólidos lazos de solidaridad. Un sistema basado en identidades más laxas no solo tiende a ser más volátil, como a favorecer el surgimiento de líderes con fuertes componentes disruptivos y mesiánicos.
En Brasil, el PT es el partido que, según la última pesquisa del Ibope de agosto de este año, todavía presenta el mayor índice de simpatías en el electorado (29%). Sin embargo, del otro lado del espectro político-partidario la densidad en la identificación ideológica cae estrepitosamente. Lo sigue el decaído PSDB de Fernando Henrique Cardoso y de Alckmin con apenas 5% de las preferencias. Los demás partidos (¡son 35 en total!) suman el 4%. Un dato no menor: el 39% de los entrevistados declararon no tener ningún tipo de preferencia partidaria.
La ultima encuesta para las próximas elecciones presidenciales (4/10) muestra una estabilización del candidato Haddad (PT) con un 23% en las intenciones de voto, un crecimiento de Bolsonaro (PSL) con 32% y una caída de Ciro Gomes (PDT) con 10%, Geraldo Alckmin (PSDB) con 7% y Marina Silva (REDE) con 4%. Con estos números, muchos analistas empiezan a barajar la posibilidad de que la contienda se resuelva ya en la primera vuelta.
Si Lipset & Rokkan están en lo cierto y la constatación del carácter centrista del elector brasileño es un hecho histórico, la pérdida de credibilidad que muestran las últimas encuestas del principal partido de centro-derecha (PSDB) y de aquellos más al centro del espectro ideológico (MDB, REDE) después del impeachment de Dilma Rousseff (2016) y de los escándalos del Lava Jato, abrió parte del camino para un creciente fortalecimiento de la candidatura personalista de Jair Bolsonaro.
La otra parte es responsabilidad del “fuego-amigo” que sufre el principal candidato de la centro-izquierda. Las recientes declaraciones de la cúpula directiva del PT han colaborado para su estagnación electoral. Mientras defiendan el indulto a Lula, exploten la figura del líder como candidato real, propongan una reforma constituyente inminente y aseguren derogar en su totalidad la reforma laboral implementada por el gobierno de Temer (MDB), se alejan cada vez más rápido del elector mediano, aquél que tiende a decidir quién gobierna a Brasil.
Este camino, corre al PT más a la izquierda y profundiza la polarización que, sin una contraparte civilizada de centro o centro-derecha, arroja a Brasil al peor escenario visto en su historia.
A tristeza parece não ter fim.
* Politóloga. Escuela de Política y Gobierno. Unsam.