El universo está en transformación permanente. Las estrellas nacen, brillan y, a la larga, se apagan. Algunas de ellas terminan sus vidas en forma catastrófica y bella: las supernovas o SN, como se las nombra en forma abreviada.
Estrictamente hablando, una supernova es un evento: una explosión descomunal que en cuestión de segundos pone fin a una estrella que brilló en el cielo durante cientos de miles o hasta millones de años. Para los astrónomos, ese evento se convierte en un objeto de estudio desde el momento de la explosión y durante las semanas o meses que la luz del estallido sigue siendo visible para un telescopio. Pero la acción que tiene sobre el espacio circundante ese evento descomunal (desmesurado y gigantesco aun para las medidas astronómicas) persiste en el tiempo y transforma el evento en un objeto celeste de larga duración. Se crean hermosas nebulosas, algunos de los objetos más llamativos del cielo, que se mantienen miles de años brillando con todas las luces posibles, tanto las visibles para el ojo humano como las no visibles (como las ondas de radio, los rayos infrarrojos, los ultravioleta, los rayos X o los rayos gamma), y tienen consecuencias extraordinarias sobre todo el material que hay a su alrededor. A esos objetos que sobreviven a la explosión de una estrella se los conoce como remanentes de supernova (RSN).
Los restos de las explosiones de SN son objetos fascinantes cuyo estudio se vincula con temas tan amplios y diferentes como la formación de elementos químicos nuevos, la aparición de estrellas compactas con densidades inauditas o los aún más inquietantes agujeros negros, el movimiento de grandes masas de gas en las galaxias, la química prebiótica en el sistema solar y hasta la arqueoastronomía.
Al momento de explotar, una estrella brilla como miles de millones de soles juntos en un mismo punto. Esta luz se mantiene visible durante días, semanas o meses, según la potencia de la explosión. La estrella que explota brilla más que la suma del brillo de todas las estrellas de la galaxia donde ocurrió la explosión.
Si llegase a explotar una SN en la Vía Láctea, notaríamos la súbita aparición en el cielo de una nueva estrella brillante que el día anterior no estaba allí. Probablemente, la veríamos a ojo desnudo, sin ayuda de telescopios, y hasta de día. Su brillo se iría debilitando con el paso del tiempo, pero seguramente por meses, o hasta durante un año, podríamos seguir viéndola. Sin embargo, la suerte es esquiva para la humanidad y, aunque en una galaxia como la que habitamos se espera que haya al menos una o dos SN por siglo, hace más de cuatrocientos años que el cielo nos debe una y nos tenemos que conformar con ver explotar estrellas en otras galaxias. (...)
Dediqué prácticamente toda mi vida profesional al estudio de los restos de explosiones de SN y sus efectos, y hoy me resulta más real que nunca la frase de una tarjeta que me regaló un amigo hace muchos años: “Here has been an alarming increase in the number of things I know nothing about” (“Ha habido un crecimiento alarmante del número de cosas sobre las que no sé nada”).
Creo que eso es justamente lo que disfruto de la investigación en astronomía: terminar con muchas más preguntas que respuestas.
No hay palabra final en astronomía; se avanza pasito a pasito en el conocimiento del espacio exterior y cada misterio que se devela, cada nuevo descubrimiento, nos hace avanzar un poco más en el entendimiento de la naturaleza. Para mí también viene a confirmar la maravilla de la mente humana. Nunca deja de sorprenderme la capacidad de algunos científicos y científicas de hacer conjeturas físico-matemáticas de gran precisión, que a veces tardan siglos en confirmarse. Junto a esa aptitud de algunas cabezas para hacer predicciones correctas, me maravilla también la tecnología desarrollada por los humanos para construir todo tipo de telescopios utilizando los materiales disponibles en este planeta. Solo a través de instrumentos de observación se pueden tener datos fehacientes que permitan confirmar o descartar hipótesis y encontrar las respuestas tan buscadas.
Desde la mirada de nuestros antepasados, asombrados hace mil años por la aparición de estrellas nuevas en el cielo cotidiano, hasta las detecciones ultrasensibles del presente, se recorrió un largo camino. Estamos viviendo una era de oro en cuanto a disponibilidad de telescopios terrestres y espaciales, y se viene todo un nuevo capítulo en el tema para los próximos años. Vamos a estar inundados de datos en los próximos decenios que seguramente nos van a brindar muchísimas respuestas. ¡Y eso va a multiplicar las preguntas!
Recuerdo que en una oportunidad, durante una reunión internacional de mujeres astrónomas, una colega (cuyo nombre lamentablemente no recuerdo) me dijo que había elegido un tema “femenino” para mi investigación. Ante mi sorpresa, me explicó que, para investigar SN, hay que estar disponible para salir a cazar su luz en cuanto se comunica el descubrimiento de una nueva explosión, armar la valija y en horas estar en el telescopio adecuado (que modica su programación y se adecúa para observar eventos de respuesta urgente). Los RSN, en cambio, perduran en el cielo por miles de años, dándonos tiempo a las científicas-mamás de acomodar toda la organización de la casa y los hijos antes de acudir al observatorio para investigarlos.
Afortunadamente, en el caso de los remanentes, la naturaleza nos espera para que podamos compatibilizar trabajo y familia. En este libro he transitado algunos episodios de la vida de las estrellas junto a sus finales impactantes y lo que desencadenan tras la muerte. Hay muchísimo más por investigar sobre cada proceso que sigue tras ese catastrófico final. Espero haber podido transmitir algo de la pasión que me despertó esta exploración a lo largo de toda una carrera como investigadora observacional de los RSN.
*Autora de Supernovas, editorial Paidós (Fragmento).