Estamos cansados de oír frases del estilo “la literatura se basta a sí misma”, “la música se basta a sí misma”, o expresiones similares que aluden a cuantos sustantivos sean capaces de bastarse a sí mismos. Pero la pintura no se basta a sí misma. Eso parece. De lo contrario no se explican manifestaciones gigantográficas del estilo Imagine Van Gogh, muestras inmersivas donde el espectador puede sentirse –como si eso tuviera algún sentido– no delante sino dentro de la obra. Efectivamente, el Moulin de la Galette de Van Gogh presente en el Museo Nacional de Bellas Artes es demasiado pequeño como para meterse dentro, pero lamentablemente un Van Gogh es eso: algo para ser observado poniéndose uno delante. No encima o detrás o dentro, sino delante. Ahora el Museo del Prado de Madrid hospeda una muestra olfativa. Se llama La esencia de un cuadro. Una exposición olfativa, y no se trata de una común y corriente muestra performática, sino que recrea algunos olores que emanarían, si fueran reales, plantas, animales y objetos del El olfato, una pintura realizada en colaboración por dos pintores flamencos, Jan Brueghel el Viejo y Peter Paul Rubens, entre 1617 y 1618. Las fragancias, fabricadas a partir de algunos elementos presentes en el cuadro, se pueden oler activando unos difusores presentes en el museo.
El olfato pertenece a una serie de las alegorías realizadas entre Brueghel el Viejo y Rubens, dedicadas a los cinco sentidos. La pintura muestra un enorme jardín idílico –donde un niño ofrece un ramo de flores a una mujer desnuda– presumiblemente Venus.
La pintura está repleta de detalles: contiene más de ochenta tipos de flores y plantas diferentes, y varios objetos que Venus depositó en el suelo. Pero también aparecen varios animales, que como sabemos también son especialistas en emanar olores. La idea de esta muestra es de Alejandro Vergara, curador de la sección de pintura flamenca del museo, era hacer perceptible al menos una parte de la cantidad de olores sugeridos en la obra. Para esto confió la creación de las fragancias a Gregorio Sola, experto en perfumería de la fábrica de perfumes catalana Puig.
Gracias a una tecnología llamada Air Parfum, desarrollada por Puig, pudieron obtenerse las fragancias de siete flores presentes en la pintura, entre los que se encuentran narcisos, flor de azahar, jazmines y nardos. Combinando varios perfumes y esencias se recrearon otros elementos presentes en el cuadro, como la higuera y los guantes que Venus depositó junto a sí, cuyo olor, por ejemplo, tiene resabios de cuero y tabaco.
Incluso consiguieron reproducir el olor de la algalia, la esencia que se extraía de las glándulas del animal del mismo nombre y que aparece abajo a la derecha en la pintura. El olor de la algalia fue reproducido sintéticamente y su presencia es particularmente importante: fuerte y penetrante, en los siglos XVI y XVII se usaba como fijador, en cantidades irrisorias, para permitir que las otras fragancias permanecieran más tiempo en la piel.
Dice Vergara que esta muestra “insólita e innovadora” tiene un objetivo bífido: recrear los perfumes del pasado y exaltar el trabajo de Brueghel el Viejo, un pintor al que muchos visitantes del museo prestan poca atención, entre otras cosas porque sus obras son más bien chicas (El olfato mide 110 x 66,5 centímetros). Seguramente Vergara tiene razón, pero si me preguntan yo no la encuentro tan innovadora y sobre todo para nada insólita.