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burbujas

Una metáfora inestable

1-11-2020-Logo Perfil
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Nací para explotar y ahora resulta que soy metáfora del resguardo. Creía que mi vida era efímera –los segundos que me concedía el aire–, que mis bordes eran lábiles y húmedos, mi consistencia volátil, y en estos tiempos, me adjudican fortaleza, y la delimitación es mi mayor atributo. Además es la primera vez que aparezco tanto en los diarios, y entrecomillada como si tuviera coronita; me mencionan en los programas de televisión y en las escuelas me consideran imprescindible… ¡Soy la nueva fórmula de convivencia! “Burbuja”, me llaman, y no es la primera vez que salen a relucir mis cualidades metafóricas, aunque resulta increíble la manera en que ha cambiado mi destino. Antes yo era elitista, excluyente. “Mucha gente se muda a los barrios privados para encerrarse en una burbuja y no tener contacto con la realidad el país”, se decía. O la preferida de los distraídos: “Vivís en una burbuja”. A veces una ilusión especulativa –extraña combinación de palabras, casi un oxímoron– restituía mi carácter explosivo: “burbujas financieras” y el subconjunto “burbujas inmobiliarias”. 

No todas las palabras pueden relucir tantas significaciones. Quizá resulte de mi origen onomatopéyico, meto mucha bulla. En mi estado más tangible, los niños saltan para atraparme, hago ronronear al agua, soy aire revuelto en olas y cascadas y con el jabón me llaman pompas.

¿Acaso mi esfera hueca e iridiscente resulta propicia para alojar el vacío existencial? ¿Soy lo que no existe?, ¿el contorno de una fantasía? Sin embargo, la risa me incumbe, una de las chicas superpoderosas se ríe todo el tiempo y se llama como yo: Burbuja, la rubia de colitas, considerada el ingrediente azúcar y “pegamento emocional” de las tres heroínas. Si al menos ella pudiera ayudarme a cuidar a los que me integran… Porque ahora ya no soy efímera, ni volátil. Tampoco exclusiva de pocos, o privilegio de solipsistas. Me buscan en distintos ámbitos, en los colegios, reuniones sociales, cumpleaños; soy frontera de afinidades, protección laboral, límite de la propagación. Casi un limbo. 

“Aulas burbujas” o “modelo burbuja” decretó el Ministerio de Educación para los colegios, en primera instancia con los alumnos sentados en zig-zag hacia los costados y el maestro en uno de los extremos. Ahora la población escolar en los distintos niveles, tanto urbana como rural, se cuenta por burbujas, miles de cientos. Jamás pensé que llegaría a formar parte de una demografía.

Para colmo, soy la antítesis de la cuarentena, aunque su nombre se preste al equívoco y ni siquiera yo albergue a cuarenta, si bien en mi interior suelen haber varias personas, y por lo general están bien de salud; aprenden, juegan o trabajan, y a pesar de mi antiguo carácter superfluo, les garantizo permanencia. 

Esta vez me tocó estar del lado bueno de las metáforas. Me llaman para los “grupos de convivencia estable”. Es decir, aquellas personas que suelen estar juntas, comparten bichos, oficios y etapas de la vida. Igual diría que no se fíen de mi frontera, sigo siendo frágil. Para que mi nuevo rol ayude a sobrellevar esta pandemia, no habría que jugar con mis bordes, la explosión es mi designio. ¿Y los inestables donde se refugian? ¿En fiestas clandestinas? Ah, no, esos son los irresponsables… Ninguna palabra se salva, también la clandestinidad ha mudado su significado. No siempre han sido los malos o los indiferentes. En otras épocas, los canales clandestinos eran medios de resistencia al opresor, como lo fueron durante la ocupación alemana en Francia. La rebelión tiene sentido en tanto lucha. Ya sea individual o social, como la proclamaba hace 70 años Albert Camus en su ensayo El hombre rebelde. Rebelarse era contra Dios o el amo... Pero en esta circunstancia, ¿quién es Coronavirus, que encima contiene una palabra que parecía desterrada de la cabeza de los poderosos, sólo útil –aunque un privilegio– en el ámbito odontológico? 

Quizá en estos tiempos difíciles pueda favorecer el intercambio: de afecto, de ideas, de risas. Por suerte he cambiado de signo: me constituyo para salvar a la humanidad de sí misma, sin que pierda justamente, su rasgo fundamental, el humanismo.