COLUMNISTAS

Una novela poderosa

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Hace unos meses compré Sobre héroes y tumbas con la intención de releerlo a la brevedad. Desde hacía tiempo sospechaba del doble desprecio del que era objeto su autor entre los universitarios (ya fuera entre la variante dedicada a las letras como entre los militantes), al que se agregaba la distancia que con él mantenía el poder político después de incurrir en la canallada de reescribirle el prólogo del Nunca más. La opinión sobre Sabato –prácticamente unánime entre la gente sofisticada– era que se trataba de un escritor mediocre que había abusado de su imagen y almorzado con el dictador Videla.
A su muerte quedó claro que el poder no lo quería demasiado y, a diferencia del velatorio de Mercedes Sosa, que transcurrió en el Congreso con pompa y llanto de los Kirchner, el de Sabato –un personaje respetado y popular– fue en Defensores de Santos Lugares, el club de su barrio, sin demasiados representantes del mundo cultural y con la solitaria asistencia de funcionarios del gobernador Scioli, acaso el político oficial con peor imagen entre la “gente como uno, culta, profesional, libresca, lúcida y progresista”. La expresión entre comillas es de Fogwill y alude justamente a quienes en su momento construyeron una imagen favorable de Sabato y un público para su novela. Pero si ese grupo social sigue existiendo, lee mucho menos que antes y ha sido penetrado tanto por el sentido común de la intransigencia de izquierda como por la larga prédica contra Sabato de los profesores de la academia y de los escritores de las generaciones siguientes. A su muerte, Sabato ya era decididamente “opio” y no “monada” –según la dicotomía que uno de sus personajes compartía con las clasificaciones de Landrú– y eso intimidó seguramente a quienes lo admiraban de un modo u otro, y así se escribieron obituarios de circunstancia y otros se encabezaron con fórmulas del tipo “tal vez Sabato no fuera un gran escritor”, mientras que todo el mundo se apresuraba a aclarar que había leído sus novelas hacía mucho tiempo. De hecho, por las declaraciones de estos días, daba la impresión de que a Sabato sólo lo habían leído personas que trascurrían la adolescencia y que ningún escritor maduro se había tomado el trabajo de volver a intentarlo.

Una notable excepción a esta regla fue justamente Fogwill (quien como no era opio fue velado en la Biblioteca Nacional), cuya atenta y necesaria relectura de Sabato acabo de descubrir por casualidad en una entrevista. Acababa de terminar Sobre héroes y tumbas que es un libro formidable y subestimado, que se lee con gran placer y cuyos defectos están tan a la vista que le agregan un interés suplementario. Desmesurada mezcla de folletín, novela histórica, policial, relato fantástico y cuento romántico, pero también un ensayo que discute a Borges y a Perón, pero cuyo propósito parece el intento de suturar las partes frankensteinianas que componen la Argentina de mediados de siglo y exorcizar desde allí un futuro para sus contradicciones. Lo más notable de Sobre héroes y tumbas, lo que demuestra su supervivencia, es que hoy se lee como un libro ligero, en contra de su truculencia y hasta del talante de su autor, como una novela atractiva y desmesurada, llena pasajes intensos en los que el escritor ha dejado todo con un esfuerzo y una generosidad que apenas se repetirá en la literatura argentina de los años siguientes y que en ese momento era de una originalidad poderosa. Pero aunque la novela da cuenta del trasfondo sobre el que se elaborarían las tragedias de los años siguientes, está recorrida por la intuición de que un país joven no puede tener un destino tan desgraciado. Si Sabato se apagó como novelista después de esta obra única e imprescindible, fue tal vez porque era consciente de haber perdido esa apuesta, al menos en los términos en los que él podía plantearla.