Hace casi dos siglos, ese gran patriota americano que fue Simón Bolívar propuso la creación del Poder Moral como institución destinada a la formación ciudadana y a asegurar que el acceso a los cargos públicos y su ejercicio estuviesen vedados a quienes careciesen de principios éticos. Su propuesta, formulada al Congreso de Angostura que en 1819 iba a organizar constitucionalmente a los pueblos por él libertados, tomaba en consideración la experiencia histórica: “Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza; y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición”. Y, con prospectiva de estadista, agregaba apuntando al porvenir: “Sin moral republicana, no puede haber gobierno libre. Para afirmar esta moral he inventado un cuarto poder que críe a los hombres en la virtud y los mantenga en ella”.
Sería bueno detenernos en nuestro país a reflexionar sobre esas palabras. Si en la Argentina contamos con la capacidad intelectual, con los recursos naturales, con todas las circunstancias para crecer y desarrollarnos, ¿qué nos está faltando? Posiblemente, la respuesta sea: una verdadera revolución moral.
La sociedad argentina ha sufrido y sufre casos de corrupción, de los que lamentablemente no está exenta ninguna sociedad. Pero, como sucede en general con el delito, la inacción o la falta de medidas adecuadas para prevenirlo, sancionar a sus autores e impedir su reiteración con el paso del tiempo han llevado a que la corrupción se transforme en un fenómeno casi estructural.
Con mucho pesar, observamos que en las últimas generaciones hemos perdido lo que hizo grande a la Argentina: los valores del trabajo, de la honestidad, de la familia, de la solidaridad. Una pérdida que nos ha llevado a muchos desencuentros sociales. Para evitar que se sigan ahondando, es hora de que desarrollemos en nuestro país un Poder Moral, para retomar la expresión de Simón Bolívar, que nos permita construir una sociedad más equilibrada, democrática y republicana.
Es un convencimiento que extraigo de la experiencia y de la reflexión desde hace bastante tiempo. En Humanización o megabarbarie, mi libro de 2011, dediqué muchas páginas a tratar y reflexionar sobre el Poder Moral.
Y todo lo acontecido desde entonces no ha hecho más que reforzar esa convicción y, en especial, la necesidad de hallar las vías para su realización.
El tiempo transcurrido desde entonces ha permitido enriquecer, con otras experiencias, los mecanismos disponibles para ir concretando en la práctica el Poder Moral. Así, seguramente será necesario que, de aquí en adelante, incorporemos las normas de transparencia internacional, como lo hacen muchos gobiernos del mundo.
El Poder Moral debería abarcar toda la política y la sociedad argentina.
Con demasiada frecuencia, los argentinos hemos convivido con hechos de corrupción o con manejos financieros de dudosa índole y, en general, con actitudes y procedimientos de poca transparencia. Es necesario revertir esa “naturalización” de conductas que, más temprano que tarde, socavan los cimientos del edificio institucional y de la vida en comunidad.
En síntesis, el Poder Moral es el contralor ético de la acción de los gobernantes. El funcionario público debe ser un punto de referencia moral para el país en cuanto al rigor de su propia conducta y el rigor que asume frente a cualquier desviación de sus subalternos. No basta con moverse dentro de la legalidad y la Constitución, el gobernante también debe respetar las normas éticas que rigen su propia sociedad.
*Ex presidente. Un anticipo del libro sobre el Poder Moral.