Quise comprar dos libros, ambos de ensayo, publicados por editoriales argentinas, solo que uno es una traducción. Pregunté el precio de ése: 288 páginas, 648 pesos. El otro, una compilación de autores nacionales: 400, páginas, 520 pesos (¿Qué libros eran? No viene al caso, hoy seré bueno). La plata no me alcanzaba para comprarlos y para también pagar la cuenta de gas. ¡Qué duda! No sabía qué hacer. Si no pagaba el gas, seguro me lo irían a cortar. Pero qué importa si me lo cortan si total ahora viene el verano. ¿Y la ducha? ¡Agua fría! ¿Y las hornallas? Podría cocinar solo con el microondas. Pero en ese caso la factura de la electricidad se volvería también impagable. ¿Qué debía hacer? Estaba cada vez más hundido en la duda: ¿debía pagar el gas impagable o comprar los libros incomprables?
Mientras hesitaba, vi por televisión (parado del lado de afuera de un café) a Carrió en uno de esos programas patéticos de TN, diciendo que todo va a estar bien, que este desastre (que recién empieza) es culpa del club del helicóptero y no sé qué ocho cuartos más y…. ¡Me convenció! Con alegría y entusiasmo, me dije “¡Sí, se puede!” y salí corriendo a comprar los libros. Pero ya era tarde: la librería había cerrado. Así que terminé pagando el gas (al final me volví un viejo conservador y friolento) y aquí estoy ahora, escribiendo esta columna sin nada que leer.
O no. Porque llegué a casa, y con ganas aún de leer algo de ensayo, tomé de mi biblioteca Krisis. Ensayo sobre la crisis del pensamiento negativo de Nietzsche a Wittgenstein, de Massimo Cacciari (Siglo XXI Editores, México, 1982). ¿Cuándo fue la primera vez que lo leí? ¿Hace 15 años? No, mucho más, 20 o 25. No me acuerdo bien. Recordaba que el libro tenía una primera parte, algo compleja para mí, sobre debates epistemológicos derivados del marxismo y de Ernst Mach (que incluye a Lenin, por supuesto) y luego uno o varios capítulos sobre la filosofía de la nueva música, de Wagner a Mahler. Del resto del libro no me acordaba nada.
Gran sorpresa me llevé cuando lo abrí: el libro estaba lleno de subrayados (míos, por supuesto). Y al volver a leerlo, llegué a dos conclusiones: una, que es un libro notable. Dos, que yo, en mi juventud lectora, no había entendido gran cosa. ¿Habré entendido algo ahora? No lo sé (tendré que cotejarlo dentro de veinte años). El capítulo sobre la “Nueva música” en verdad trata sobre el lenguaje como problema de la filosofía de la nueva música. No retoma el gran libro de T.W. Adorno, al contrario, discute abiertamente con él: “Adorno entiende mal el discurso weberiano (…) y el de Schöemberg (…) La tragedia weberiana no consiste en una fantasmática escisión entre libertad y sistema, donde por sistema todavía se entiende la lógica del a priori o un formalismo absoluto –y mucho menos en una imposible nostalgia por la voz de la subjetividad que precede su integración y su ser integrante en la forma material (…) La tragedia no nace de relaciones de nostalgia o de esperanza –sino, antes bien, de su rechazo radical”.
Educado yo en el amor por el formalismo absoluto (si están leyendo este artículo en su versión web, sepan que Cacciari escribe absoluto en bastardilla, tipo de marca clave en la escritura del ensayo, y que la versión web de este diario borra sistemáticamente) la frase me pareció por demás provocadora. Habrá que volver sobre ella.