Los líderes y observadores occidentales repiten persistentemente, como un mantra, que Rusia se encuentra en una posición “débil”. Esta apreciación se basa en una comparación incorrecta entre Rusia y la Unión Soviética, aunque también es popular en Rusia misma.
Si se la mide con estándares soviéticos, Rusia efectivamente se ha debilitado. Pero, como ha hecho notar el ex asesor de seguridad nacional de los Estados Unidos Brent Scowcroft, Rusia “tiene todavía enormes capacidades de influenciar la estrategia de seguridad estadounidense en cualquier país”.
Un país con una influencia así sobre una superpotencia militar no se puede considerar como débil. De hecho, el tema no es la potencia de Rusia per se, sino si la concentra y aplica de manera inteligente.
La nueva Rusia ha trascendido su identidad soviética y ha logrado aplastar levantamientos en el espacio post soviético en áreas tan alejadas como Tajikistan.
Ha enfrentado una nueva generación de amenazas a la seguridad en su propio territorio –de las cuales la más notable ha sido el caudillo checheno Shamil Basayev– y ha evitado que se conviertan en una fuerza global como Al-Qaeda.
Más aún, Rusia ha ayudado a otras naciones de Europa del Este a crear sus propias identidades.
¿No demuestra esto la dimensión global de Rusia? ¿No es acaso un aporte a la seguridad internacional?
Estados unidos ha reconocido el factor ruso en los procesos de fortalecimiento y reestructuración de estados tras la época soviética. Rusia no ha sido el único beneficiario de sus actividades en el Cáucaso, especialmente desde el año 2000. Al hacer que minorías recalcitrantes pasaran a formar parte de un nuevo consenso de seguridad, Rusia ayudó a transformar los conflictos étnicos locales en un proceso constructivo de formación de naciones.
De manera que la aspiración de Rusia de ser un elemento central en la seguridad euroasiática, a la par que los Estados Unidos y la Unión Europea, no se basa en laureles de glorias ya olvidadas. En lugar de ello, refleja la exigencia de un orden legal internacional justo.
No tiene sentido el debate sobre si Estados Unidos debe permitir que Rusia tenga intereses especiales en Europa del Este, renovado por la oposición rusa a las propuestas de instalación de sistemas de defensa antimisiles en la República Checa y Polonia.
Necesariamente, los intereses de Rusia se están volviendo globales. La agenda de las relaciones ruso-estadounidenses incluye temas como los tratados sobre la reducción de armas estratégicas y la no proliferación nuclear, la OTAN, Afganistán, Irán, Asia central, Corea del Norte y el espacio post soviético. Todos estos son asuntos globales, no locales.
Como país que cubre 11 zonas horarias entre la unión europea y los Estados Unidos, de las cuales cinco tienen frontera con China, es imposible esperar que Rusia se mantenga meramente como una potencia regional. No se puede considerar como regional a un estado que tiene intereses en tres regiones globales (Europa, Asia Central y Oriente Próximo, por no mencionar el Artico) y comparte fronteras con varias otras.
Los estadounidenses sugieren algunas veces que los rusos tienen una agenda estratégica oculta. No obstante, el consenso que Vladimir Putin ha creado en Rusia desde el año 2000 es más que una cuestión de intereses; es una realidad basada en valores. Se basa en la posibilidad de una vida en libertad en un ambiente seguro, algo que los estadounidenses dan por descontado en su caso.
Por muchos años, tuvimos que enfrentar el problema de la existencia misma de Rusia, más que la calidad de su gobierno. El consenso de Putin hizo posible solucionar ambos problemas sin ayuda ni interferencia externa. Hoy, para solucionar otros problemas, debemos ir más allá de Rusia.
*Presidente del Instituto Rusia.
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