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Una verdad incómoda

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Magnus Carlsen | Cedoc Perfil
Hay cosas a las que el cine recurre a menudo, porque son útiles para crear atmósfera, símbolos y metáforas con rapidez. Mostrar una partida entera de ajedrez podría resultar aburrido, pero una escena en la que dos jugadores se enfrentan nunca está de más, y es por eso que en el cine abundan. Desde 2001: odisea del espacio, de Stanley Kubrick, hasta Revólver, de Guy Ritchie, pasando por infinidad de películas (El séptimo sello, de Bergman; Blade Runner, de Ridley Scott; Desde Rusia con amor, de Terence Young; Sueño de libertad, de Frank Darabont), el ajedrez aparece, y aparece mal. Cara Giaimo escribió en el sitio Atlas Obscura un interesante artículo sobre por qué los adeptos al ajedrez odian las películas. Y es que cuando el ajedrez invade la pantalla todo empieza a funcionar mal, es decir se disipa el rigor, se cometen errores, se toma todo demasiado a la ligera. En El séptimo sello, sin ir más lejos, en la famosa escena en que el cruzado Antonius Block juega al ajedrez con la muerte, se desliza un error que sigue haciendo que los amantes del ajedrez ante esa escena cierren los ojos: el tablero está mal puesto; los jugadores de ajedrez saben que al disponer el tablero sobre la mesa el casillero que queda a la derecha de cada uno de ellos debe ser blanco. Aquí el casillero es negro.

Otro de los problemas de los que da cuenta Cara Giaimo es el del “¡jaque mate!”, que indefectiblemente viene pronunciado en el cine en el momento en que uno de los jugadores se impone al otro. Dice Giaimo: “Se lo puede entender desde el punto de vista de la dramatización o de la construcción del personaje, pero no es para nada realista”. Es como si un partido de fútbol fuera 0 a 0, uno de los equipos hiciera un gol y el equipo contrario recién se diera cuenta después de haber visto que en el marcador dice 1-0.

Si mucho de lo que saben del ajedrez lo saben gracias a las películas, otra cosa que podría desubicarlos es lo que un jugador hace para rendirse, después de haberse percatado de que no hay modo de ganar y que lo que queda por delante es una larga e inevitable agonía: tirar el rey. El ajedrecista Peter Doggers dice al respecto algo divertido: “Ya se volvió una convención cinematográfica, pero cada vez que un verdadero ajedrecista ve eso piensa: ‘Oh, no, otra vez’”.

Hace casi cincuenta años que los especialistas discuten la escena de 2001: odisea del espacio en que la computadora HAL 9000 juega una partida con el astronauta Frank Poole. Las hipótesis son dos: en la partida hay un error, o bien en la partida no hay ningún error, y lo que se piensa que es una equivocación por parte de la computadora es nada más que una prueba de su extraordinaria inteligencia. Esta segunda hipótesis se ve reforzada por el hecho de que sabemos que Kubrick fue jugador de ajedrez en su juventud y por un breve parlamento que en determinado instante aparece en boca de HAL 9000: “Yo nunca me equivoco”. 

Hay algunos –pocos– casos en que el ajedrez está tratado respetuosa y verosímilmente, incluso a los ojos de quienes de eso saben mucho: en un episodio de Los Simpson en que aparece el campeón del mundo Magnus Carlsen, o en la partida de ajedrez de Harry Potter y la piedra filosofal. Pero en muchas escenas de películas los errores abundan tanto que, como dice Giaimo, “mientras mucha gente al verlas piensa que se trata de un film inteligente, hay un pequeño grupo de personas que las ve conociendo la incómoda verdad”.