Claudio Borghi es brutalmente honesto en un medio que no lo es, en un medio que no discrimina entre un tipo como él y uno que se sienta en una conferencia de prensa y esquiva la verdad como quien salta un charco de agua. Sin ir más lejos, en Boca mismo Carlos Bianchi se rio en la cara de los periodistas negando una renuncia de Basile que se había producido. Borghi no, fue honesto y dijo: “El partido con Vélez será determinante”.
La prensa escrita vive ávida de títulos, lo más difícil de conseguir. En el vestuario post derrota con All Boys, el Bichi se los sirvió en bandeja. Del “el partido con Vélez será determinante”, el título de los diarios fue “si Boca pierde con Vélez, Borghi se va. El lo dijo”. Nunca habló de renuncia y lo reafirmó ayer en otra conferencia de prensa.
El técnico de Boca tiene dos pasos previos bien dispares en el fútbol argentino. El primero fue un fracaso estruendoso en Independiente, donde no dejó error sin cometer: dejó al equipo solo en una gira, no hubo una pretemporada digna de un equipo profesional y en la quinta fecha los jugadores se arrastraban por la cancha.
Después llegó otro ciclo, que comenzó en el mismo lugar en el que el Borghi jugador (un extraordinario caso de técnica individual) dio sus primeros pasos con la pelota y, sobre todo, en el mismo sitio en el que naufragó su primera experiencia como entrenador en el fútbol argentino.
En Argentinos armó un equipo con lo que le sobró a los demás. Su actitud y sus planes fueron totalmente diferentes a los que tuvo en Independiente. En La Paternal se arremangó, fue juntando futbolistas a préstamo –el caso más contundente es el de Ismael Sosa, desechado por Independiente y figura excluyente en el campeón del Clausura 2010– y armó un equipo sólido, rápido y contundente. El título del Clausura no fue casual, Argentinos ya había hecho una campaña excelente en el Apertura ’09, la primera mitad de la temporada. Si el torneo 09/10 hubiese sido, largo como en el fútbol civilizado, Argentinos hubiese terminado puntero junto con Banfield, con 73 puntos. O sea, su campaña fue producto de una regularidad difícil de lograr en este fútbol tan urgido. Argentinos salió campeón y Boca –como sucede cada vez que decide hacer borrón y cuenta nueva– posó sus ojos en el club de Boyacá y Juan Agustín García. Contrató al entrenador y a Matías Caruzzo, el capitán. Los dirigentes de Boca vieron en Bichi a un tipo capaz de dar el salto de Argentinos a Boca, no sólo por conocimientos técnico-tácticos, sino por su personalidad, que casi siempre transmite paz. Boca suele ser una locura, con cientos de periodistas y cholulos girando a su alrededor como los planetas lo hacen con el Sol y cada palabra dicha a medias o poco clara se convierte en un escándalo. Borghi lo acaba de probar.
Esa locura llevó a los periodistas a hablar de ¡¡¡Gallego!!! Después se dijo que “no habrá interino, piensan en Bianchi” y otros sostuvieron que “ya hablaron con Russo”. Si van a operar, que al menos disimulen.
Este contexto sólo es posible porque Boca empató con Godoy Cruz y cayó en fila con Racing y All Boys. Las palabras de Borghi, en un vestuario atravesado por el dolor y la bronca, se convirtieron en una comidilla sin mucho sentido. Si bien el comienzo de torneo no fue el soñado, van apenas tres partidos. Es imposible pedir perfección en el funcionamiento. Algunos la hacen fácil y culpan al sistema de tres defensores y dos volantes centrales. No es por ello que Boca lleva un punto de nueve, sino porque casi todos sus jugadores están en un nivel paupérrimo y todo parece una continuidad del ciclo anterior.
Cuando la cosa se puso difícil –sobre todo con All Boys–, ningún jugador exhibió aunque sea un atisbo de reacción. En el entretiempo, Borghi les gritó, entre decepcionado y triste, que estaban jugando en Boca y lo que había pasado en el primer tiempo era impropio de la camiseta azul y oro. La arenga no dio resultado, los cambios que hizo tampoco.
Pedir que se vaya Borghi o reemplazarlo parece demasiado. Hasta el momento, es el único que reaccionó. Palermo debe estar en el nivel más bajo que le conocemos desde que juega en Boca. Y para Riquelme hay que esperar bastante, aún.
La famosa línea de tres comete los mismos errores que la línea de cuatro de antes: le hacen goles en cuanto le llegan más o menos profundo y, como en el segundo gol de All Boys, todos miran cómo un rival fusila de cabeza al arquero propio.
Está Borghi, hay jugadores nuevos y buenos. Hacía tiempo que Boca no elegía bien los refuerzos.
Ahora sólo resta tener lo único que el hincha y el periodismo que baila alrededor de la vida azul y oro no tienen: paciencia.