Cuando las redes sociales aún no eran lo que son, pero ya exponían la intimidad en el espacio social, el filósofo Michaël Foessel teorizaba sobre lo íntimo. Hace casi dos décadas se preguntaba por qué Nicolas Sarkozy declaraba su amor a Carla Bruni en Disneyland, es decir, ponía en escena su vida sentimental cuando esta se esperaba que ocurriera dentro de los muros del Eliseo. ¿Acaso Francia no se enteró de la existencia de una hija fuera del matrimonio del presidente Mitterrand hasta que esta acudió a sus exequias?
Foessel afirmaba que la operación de Sarkozy, diseñada por el equipo de comunicación del expresidente, era una exhibición de lo privado en un espacio consagrado a la mercancía. Una puesta en escena de la vida íntima que de algún modo negaba a la misma república, ya que lo privado no es un hecho natural, sino el resultado de una conquista social y política, y su posibilidad es un fin de la democracia.
Más allá de que todos los realities que ofrece la política exhibiendo la intimidad de sus actores, narrativas para sustituir su pasividad y la incapacidad para transformar aquello que llevó a elegirlos, lo cierto es que hoy todo el cuerpo social se expone a ello voluntariamente. Cuando se accede a un concierto en el que activan una kiss cam, todo el mundo está advertido y concede –la mayoría, anhela– el hecho de que se exhiba allí su imagen en un momento dado. Del mismo modo, aun sin su consentimiento, alguien puede tomar esa imagen y subirla a las redes.
Algunas décadas atrás, Jennifer Ringley, una chica de Pensilvania, encendía la webcam de su computadora en el campus universitario donde residía para fundar un formato que hoy consagra TikTok. La Jennycam, como se le llamó, daba cuenta de una intimidad durante las veinticuatro horas, a través de imágenes que, rúter telefónico mediante, se actualizaban cada quince segundos. Jenny estudiaba en la cama, se lavaba los dientes o simplemente exhibía su habitación vacía si estaba en clase. “Me siento tan sola...”, se solía leer en un pedazo de folio garabateado que exhibía ante siete millones de usuarios que la seguían. Era 1996 y se abría la puerta de una nueva intimidad. La hija oculta de Mitterrand, ese mismo año, saliendo de su anonimato, le daba el testigo a Jenny para tirar abajo las paredes de la privacidad.
Andy Byron, el destituido CEO de Astronomer, quien fue sorprendido por la kiss cam en el concierto de Coldplay junto a Kristin Cabot, responsable de Recursos Humanos de la misma compañía, quiere demandar a la banda por difamación, daños emocionales y, en fin, una lista de atropellos de los que se considera víctima. Más allá de la fortuna que encuentre en los tribunales, sigue triunfando en la medida en que provee de más y más contenidos a las redes. Mientras tanto, Astronomer también hace lo suyo. Han contratado a Gwyneth Paltrow para que protagonice un spot en el que se erige en portavoz de la compañía e intentan saldar con guiños de humor y sobrentendidos el asunto de cara al mercado. El equipo de Astronomer cree que es una gracia añadida el hecho de que Paltrow sea expareja de Chris Martin, líder de Coldplay, quien en aquel concierto se permitió tomar el pelo a Byron y Cabot cuando fueron sorprendidos por la cámara. Pero también tiene un acierto la elección. Paltrow es una vanguardista en temas de intimidad y mercado. Hace unos pocos años, lanzó en su tienda virtual, con un gran éxito comercial, una línea de velas a las que llamó This Smells Like My Vagina (Esta vela huele como mi vagina).
* Escritor y periodista.