Buenos Aires ya no puede compararse con ninguna de las grandes capitales, tan evidente y tan definitivo parece ser su deterioro. México, San Pablo, Río de Janeiro, en su desorden constitutivo, llevan una gran ventaja en planeamiento sobre la Reina del Plata. Lo mismo podría decirse si se compara a Buenos Aires con ciudades más chicas: Porto Alegre o Rosario, por ejemplo.
Porto Alegre tiene un Festival Internacional de Teatro (que, por cierto, Buenos Aires copió: las dos ciudades comparten ahora la producción internacional de ese evento, que sucede en fechas idénticas), pero además es sede de la Bienal del Mercosur, que va dejando huellas por toda la ciudad y, cada año, programa un Festival de Invierno que presenta actividades y espectáculos que sirven para refrendar esa quimérica pero deseada unidad continental, con la presencia de uruguayos, argentinos, etc. En distintos momentos del año, las calles de la ciudad son tomadas, alternativamente, por decenas de miles de jinetes (que acampan en el centro, dándole el sentido cabal a la palabra “gaúcho”, de la que Porto Alegre se siente orgullosa) o por manifestantes del gay parade local.
En 2014, Porto Alegre será subsede del Campeonato Mundial de Fútbol y ya se insinúa la transformación: hacia el sur de la ciudad, la parte menos desarrollada, la Fundação Iberê Camargo acaba de inaugurar un museo de arte contemporáneo que podría competir en funcionalidad (en belleza arquitectónica le gana) con “nuestro” MALBA. La zona del puerto, hoy abandonada, probablemente sea reciclada en una dirección parecida a Puerto Madero. Y las imponentes fachadas del centro están en proceso de restauración gracias a subsidios estatales destinados a ese fin. Muchos cariocas y paulistas, hartos de la violencia de sus propias ciudades, han decidido mudarse a la capital de Rio Grande do Sul. Un poco extrañan, dicen, pero viven mejor.
Lo único que falta en Porto Alegre, y que en Buenos Aires se consigue hasta la náusea, es la ficción de que aquí, en esta ciudad desangelada y cada vez más chata, constituimos aristocracia.