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MUNDO VIRTUAL

Utopías urbanas

En los años 80 me interesó mucho un tema relativamente nuevo en aquel momento, la cuestión de los espacios físicos (espacios urbanos, museos, transportes) como espacios de comunicación.

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En los años 80 me interesó mucho un tema relativamente nuevo en aquel momento, la cuestión de los espacios físicos (espacios urbanos, museos, transportes) como espacios de comunicación. En París, tuve la suerte de dirigir investigaciones para el Centro Georges Pompidou sobre las exposiciones; analizamos los espacios de las bibliotecas públicas de libre acceso para el Ministerio de Cultura; observamos, a pedido de Air France, las trayectorias de los pasajeros en el aeropuerto parisino Charles de Gaulle; trabajé para la RATP, la empresa que administra los transportes públicos (subterráneos y de superficie) de París y de su conurbano. En 1986 dirigí una investigación en la que quienes trabajamos en ella pudimos dar rienda suelta a nuestra imaginación: la RATP había decidido cablear en fibra óptica la red de subterráneos de París, y quería que exploráramos qué servicios se podrían inventar a partir de esa nueva infraestructura comunicacional. El informe final se llamaba El metro, imperio de los signos. La idea general era que el metro debía poder conmutar con cualquier otra red de la ciudad, ya se tratase de información, de entretenimiento o de servicios, transformando el ticket del subte en una tarjeta electrónica universal con múltiples usos: viajar en cualquier transporte de la ciudad; sacar plata de un cajero automático; grabar la música preferida y acceder a cualquier información de servicios públicos y comerciales, por medio de terminales en todas las estaciones del metro. Había que “bajar” a cada estación del metro, toda la información sobre el barrio al que se accedía saliendo a la superficie, desde la dirección de la farmacia más próxima hasta los horarios del cine tal, del museo cual o de la oficina para pagar los impuestos. Fue hace 23 años, hacía apenas dos que Apple había lanzado su primer Macintosh e Internet no existía todavía, pero la idea de la conmutación universal comenzaba a impregnar la cultura.

Esta semana recibí un mail de las Actualidades Apple en el que se anuncia un programa para el iPhone y el iPod, destinado al metro de París. Cuesta un dólar con noventa centavos y habrá sin duda para todas las grandes metrópolis del mundo. Por el momento se pone el énfasis en la optimización del transporte (el vagón en que conviene subir si uno hace una combinación en tal o cual estación, conexiones con las otras redes de transporte, trenes, etc.), pero se abre la puerta para un proceso global de apropiación individualizada de los espacios urbanos. Cada uno de nosotros podrá circular en una gran ciudad, conocida o desconocida, con la misma eficacia, y conmutar instantáneamente con todas las redes que la vida urbana comporta (actividades profesionales, servicios, información, entretenimiento, redes sociales, transporte, cultura, administración). Bueno, el dispositivo técnico –que hace casi un cuarto de siglo imaginamos como una tarjeta electrónica–, será al fin de cuentas eso que fue alguna vez un teléfono portátil. Con un único y mismo iPhone (o cualquiera de las múltiples versiones de otras marcas), funcionando en cualquier lugar del planeta con un único número transformado en documento de identidad universal, podré decir que, cada vez que lo agarro, tengo a la vez mi mundo (mi agenda, mis redes sociales, mi correo, mi música, mis SMS, mis fotos, mis cuentas, mis apuntes, mi partido de fútbol, el libro que estoy leyendo, mi serie de televisión favorita) y el mundo entero, en la mano. Máxima individuación de lo global y reducción del planeta a un punto incandescente de instantaneidad.

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Lo interesante, me parece, es cómo la gigantesca configuración de mundos virtuales que la convergencia tecnológica ha hecho posible en pocos años, se va a re-inscribir en el mundo material. Ese proceso está en marcha. El programa de apropiación de los espacios del metro de París, que Apple acaba de anunciar, es apenas un ejemplo. Cobra la forma de una extrema individuación, que podría considerarse síntoma de esa Era de una “política global de supervivencia” (por oposición a la política de convivencia que conocimos en buena parte del siglo pasado), que Marc Abélès anuncia y discute en su último libro publicado en castellano (Eudeba, 2008). Pero no me cabe duda que habrá reapropiación colectiva de la realidad social (por ejemplo, de los espacios urbanos) bajo formas que desbordarán los marcos institucionales del Estado y de la sociedad civil tal como los conocimos. Nuevas formas: porque comunidades estabilizadas cuyos miembros tienen la posibilidad individualizada de conmutación universal, son un objeto que hoy apenas podemos imaginar.

*Profesor plenario Universidad de San Andrés.