Cargando con el peso de ser una revolución o un quiosco de acuerdo con el consumidor, #NiUnaMenos cumplió diez años. De tener un ministerio dispuesto por el malogrado Alberto, pasó a recibir un portazo institucional de Milei y tiene que urdir nuevos planes para sobrevivir. En la última marcha, las amadas Taser de Patricia Bullrich deben de haberse salido de la vaina por las ganas de aplacar el ensamble de mujeres y minorías con hinchas de fútbol y jubilados. Pero ¿cuáles son los límites de la unión de fuerzas? ¿Hasta dónde da el estómago para aceptar al distinto a fin de hacer número? Probando, por ejemplo, dialogar con la gran cantidad de argentinas que se declaran provida –algo que planteó CFK mucho antes del balcón–, las filas se ampliarían, porque más allá del duelo verdiceleste, ambos grupos tienen problemas comunes y aglutinantes. Sin embargo, ahora que Inglaterra logró abortar hasta el momento del parto, este horizonte parece tan difícil como un abrazo fraterno entre gente de Racing e Independiente. Se vería incluso más loco que el intento de disputar poder de igual a igual con los libertarios, militantes de un absurdo orgullo antigay, promotores del bardeo infantiloide a las mujeres como marca identitaria.
Quizás la única que quede sea contrarrestar la embestida colgándose de las tetas de la sociedad de consumo. Propongo que las mujeres distraigan al enemigo en nombre de la igualdad (pedir privilegios con los índices de pobreza actuales sería indigno) empezando a fumar pipa como los tipos. Si las brujas reivindicadas por tantas activistas no trepidaron en chupetear un cacho de madera, qué queda para el resto. En algunas viejas películas blanco y negro, de tanto en tanto, una señora con pipa hace algún cameo, pero para hablar del asunto en serio las apariciones excepcionales no sirven de nada. En tiempos de viralización, lo que garantiza el éxito es la hipervisibilidad. Una legión de regatoneras, traperas, influencers, modelos y tiktokeras imitando a Sherlock Holmes y Jules Maigret deberá primerear la movida dando el ejemplo.
Y si no alcanza, se podría tomar como pionera a Marisa Paredes, retratada a fines de los 70 en una revista española, justamente, fumando pipa, con el título: “No lo hago para llamar la atención, sino porque verdaderamente me gusta”. Aunque tal vez sea todavía más encantador partir desde una iconografía argentina, contando con el antecedente magnífico de la Chacha de Paturuzú. Ojo, no hablo de la pipa de la paz, sino de algo más afín a los Virginia Slims que, hechos especialmente para nosotras, nos consolidaron como fumadoras y nicho de mercado. Pipas feministas para dar un paso en la igualdad con los varones y ofrecer un aporte espléndido al capitalismo que, voraz como está, quizás no retribuya ni lo que sale pagar el vicio.