COLUMNISTAS
la mirada DE ROBERTO GARCIA

Vanidades

Quienes se acercan a Cristina en estos viajes de una semana a los Estados Unidos descubren ciertas diferencias con su marido antecesor. De concepto y de minucias.

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Quienes se acercan a ella en estos viajes de una semana a los Estados Unidos descubren ciertas diferencias con su marido antecesor. De concepto y de minucias. Ella le asigna importancia a Naciones Unidas (inclusive en su presunto servicio a los países subdesarrollados) y, naturalmente, a sus propios discursos (tanto que luego los vuelve a citar, autorreferencial, con el latiguillo “yo lo dije” o “lo dijimos”), cuando nadie ignora que en ese escenario nadie escucha ni se interesa (era una conmoción internacional la presencia de Muamar Kadafi y, sin embargo, casi nadie se empeñó en su alocución estrafalaria, tanto que debió pedir al auditorio que no se durmiera y lo miraran). Pese a este desaire general, igual Cristina previamente recorre textos ejercitando su memoria, se aplica a la lectura de frases inolvidables, revisa el atildamiento de su ropa (justo en los días en que Carla Bruni-Sarkozy sacaba ventajas en todo el edificio con la comprensible atracción de su transitada figura), conservando la asesoría insuficiente del ghostwriter Carlos Zanini. En esta influencia no difiere con su marido, lo mantiene en la cercanía intelectual al secretario Legal y Técnico, que ha hecho de la reserva una profesión (casi como el finado general Viola, el hombre que parecía inteligente por “sus silencios”), más culposo que pudoroso, como lo reveló su poco justificada ausencia al último homenaje que, a sí mismo, se hizo el empresario cordobés Gerardo Ferreyra junto a su esposa, Mimi Cohen, la joyera: celebró con megafiesta en un salón de La Boca sus 25 años en libertad, como rezaba la tarjeta, ya que antes estuvo en prisión y compartió celda con Zanini, generando esa hermandad característica del cautiverio. No vaya a ser que a partir de esa relación se sospeche que Ferreyra (la paraoficial Electroingeniería) triunfe en cuanta licitación se presenta gracias a la poderosa influencia del funcionario.

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Al revés Cristina de Néstor, al menos en la opinión sobre la utilidad del servicio que prestan las Naciones Unidas, ya que el hombre –desconfiado con razones de ese instituto– tampoco se apasionaba con las monsergas que allí se vierten, ni con lo que él mismo debía expresar, mostrándose indispuesto en esos eventos –quizá porque siempre hay una obligada recomendación estratégica a cumplir del gobierno de Washington–, y más deseoso por descalzarse o chancletear en mocasines por esos pasillos, en lugar de sonreír a colegas desconocidos de otros países. Su módico placer, en todo caso, en esa semana de holganza menor ha sido siempre la observación anual del exigente trasiego urbano de Nueva York en el mediodía de un restaurante mediterráneo, jamás atreverse a una comida de fusión (a ver si se desborda su estricta dieta) o a otra extravagancia gastronómica. Menos, claro, acercarse a una exposición o a un espectáculo. Su expansión en el viaje era el entretenimiento con los comedidos de siempre, habituales invitados tipo Díaz Bancalari que compiten en la bufonada para aportarle alegría, complicidad o consentimiento. Como si no fuera necesario pasar a otro hemisferio para esas prácticas de barrio. Sin equivocarse podría decirse que, desde su llegada al poder, en la perspectiva doméstica de los Kirchner, ese periplo exprés a la Gran Manzana ha sido una cábala a repetir en la creencia de que no debe evitarse para no provocar a la fortuna en contra. Además, para los protagonistas, algo de camaleónico ofrecen estos viajes: un ligero cambio de piel o de pelaje que también se observa en otros humanos, justo es decirlo. No son tan diferentes los Kirchner. Por ejemplo, un ciudadano común no respeta el tránsito en su país, pero sí se apega a las normas de velocidad norteamericanas. Claro, cuando uno viaja o modifica su vestimenta a la noche, a veces se vuelve otro. En el caso de Cristina, bien puede ofrecer un rostro progresista solicitando y logrando el apoyo de Pino Solanas para aprobar una ley en Buenos Aires, mientras en Nueva York se saluda a los besos y se ensueña con los directivos de la minera Barrick, los mismos a los que el veterano político porteño los convierte en asesinos seriales en su último documental. Contradicciones que en el matrimonio parecen normas, un mundo apropiado para Lewis Carroll, pues alegar que existen menos pobres con los mismos datos y estudios del INDEC que reflejan –a su vez– caída de la actividad económica, desocupación o decrecimiento salarial constituye un ejercicio de Alicia y sus maravillas. Ese sinsentido, denunciado entre otros por un experto en la materia como Bernardo Klisberg, hasta hace unos meses instalado y elogiado en la cabecera de Cristina, no ofende ni agravia. Más bien, lo afirma a Néstor como rector político. Extrañezas del surrealismo. Impone la ley contra el monopolio de Clarín (o su posición dominante, para que nadie se escandalice), luego de la promiscuidad observada con el grupo durante cinco años, hasta se permite abrirla a la discusión en el Senado cuando disponía del número, refocilándose ante los adversarios por lograr lo que era inimaginable (aun para él, la jibarización del poderío de Clarín) y apremiando con nuevos emprendimientos: una ley sobre educación superior, un avance sobre las Academias, la reforma política y, también, una reforma a la de entidades financieras que supone gravámenes al sector, el qué dirán está sin sanciones desde la época de la dictadura de los 70.

Podas kirchneristas

El breviario de los argumentos. Abunda la literatura –y cierta torpeza de los bancos– para justificar un sablazo reclamado por aquellos políticos dispuestos a extraer de la cacerola en lugar de nutrirla con recursos. Ninguno de ellos, casi todos de izquierda, se ruborizará por desatender la corrupción atribuida al Gobierno –ahora periódicamente declamada por Clarín casi con la misma tozudez que la ignoraba antaño–, mientras se apliquen podas a cuanto sobreviviente prospere. Ya fue el campo, ahora vienen otros, lo importante es que el sacamuelas jura que la pobreza disminuye como sostiene el INDEC aunque el país se quede sin dentadura. Excusa vulgar en el método, como la desnaturalización de la futura Ley de Medios, confundida su catarata de artículos por el argumento de la libertad de prensa, útil para las dos partes en la discusión cuando en verdad las dos partes persiguen otras ambiciones. Poder y plata. Prueba irrefutable observada hasta en el mismo Senado, cuando la prioridad del debate pasa por el plazo concedido al desprendimiento de activos, unos con cierta voluntad para la apropiación luego de un año, los otros convencidos de que si estiran la prórroga a tres disfrutarán de una posición diferente con un gobierno nuevo. Plata y poder, nada más, ya que ni menciones hubo sobre la falta de ética de legisladores comprometidos en el negocio (de un lado y del otro), con radios, canales o cables, quienes no se abstuvieron de intervenir, invocando derechos de los ciudadanos cuando sólo defendían sus propios intereses. Podrá decirse que viven contagiados del desparpajo característico del Gobierno –el cual agrede la inteligencia de un ciudadano común con el impúdico ataque o la brutal ignorancia que le brinda a la oposición en sus medios oficiales–, aunque la falsía también corresponde a los privados que anestesian con sus eslogans al auditorio en el espectáculo teatral. Si hasta los controvertidos jueces del país son capaces de prescindirse en una causa si ésta involucra a uno de sus hijos. En este ejercicio casi abyecto parecen ganar los Kirchner, hoy manifestándose menos irritantes y, en apariencia, más contemporizadores o democráticos que en el pasado inmediato. Como si fuera un cambio de piel o de pelaje, igual que al realizarse un viaje. Tal vez sea el aprendizaje forzado, el residuo del revés electoral en la provincia de Buenos Aires, donde la pareja había depositado fondos, expectativas y garantías sin sospechar que perdería frente a un outsider de la política como Francisco de Narváez, para colmo socialmente incompatible con los deseos del dúo. Entonces, si es que hay un cambio, a copiar la movida del jefe socialista de Portugal, Sócrates –se supone que en homenaje al jugador brasileño que excitaba multitudes, no al filósofo ateniense que descreía de la ignorancia popular–, quien “de animal feroz”, como se autodenominaba antes de su última derrota en las urnas, ahora se presenta a los comicios como un “portugués suave”, según lo define la prensa lusitana. En esa tarea quizás aparezca Cristina, aunque le cueste. Como su marido, han empezado a pensar que no sirven los anticipos del fracaso personal que les auguran para la renovación de 2011, sean por el hastío a sus figuras, ciertas estadísticas históricas o la realidad de que jamás el matrimonio podrá remontar la segunda vuelta electoral irremediable para esa fecha, ya que la opinión contraria de los votantes (hoy en 70%) difícilmente pueda revertirse. Si pudo Hugo Chávez reponerse de una paliza, dicen en Olivos, ¿acaso esa eventualidad no puede ocurrir también con nosotros, más presentables que el cazurro venezolano?

Qué dicen de Mauricio

Para ellos, ése es un antecedente externo a favor. Y, en lo local, apelan a otro caso, al despreciable –para ellos– Mauricio Macri: ¿acaso no hubo quienes juraban –como entonces nuestro ex jefe de Gabinete Alberto Fernández, delante o a espaldas de Néstor–que el ingeniero boquense quizás algún día podría ser presidente de la Argentina, pero jamás jefe de Gobierno porteño? No fue en lo único que se equivocó el socio de Argentinos Juniors, por más que se amparara en que hace cinco años la fuerte opinión pública contraria a la figura de Macri era ilevantable. Como hoy con los Kirchner. Pero Macri lo hizo. Resulta curioso que ese modelo de cambio hoy inspire a la pareja sureña, ambos también entonados para destruir una serie del recorrido histórico que arranca en 1987 y continúa en 1993, 1997, 2001 y 2005: quienes en esas fechas ganaron las legislativas luego vencieron en la presidencial. Los Kirchner también se creen optimistas para afrontar ese desafío. Ligero alabeo sobre la izquierda de la pareja en busca de adhesiones, lo que supone –tal vez– hasta aceptar el subsidio universal para la niñez que reclaman distintos sectores, dinero no contemplado a menos que contribuyan vía reforma financiera banqueros, ahorristas e inversionistas. Este giro político, con miras a 2011, supone una crisis posible con el sector gremial: es que el peregrinaje por la izquierda complica la relación con la CGT de Hugo Moyano, quien ignora muchas cuestiones pero no las elementales. De ahí que en su consejo directivo imaginen, con algún grado de certeza, que ciertas explosiones judiciales –como el tema de los medicamentos en las obras sociales– en rigor esconden una ofensiva para desarmar el poder gremial, al menos descabezar o jubilar a ciertos dirigentes. Han comenzado a alarmarse y, por lo tanto, a enturbiarse el fluido amistoso entre Gobierno y caciques obreros, preocupados éstos porque en la imaginería popular se los reconoce como fabricantes industriales de falsos remedios o placebos, cuando en verdad sólo deben haber fabricado expedientes ficticios para conseguir fondos que el Gobierno les retiene de las obras sociales. No menos inquietos parecen los empresarios con los nuevos acontecimientos, desconcertados –eso sí– por la recuperación alada de los Kirchner. Hubo quienes, como ciertos políticos antes afines al matrimonio, fueron sorprendidos cruzando la tenue línea del offside. Se escurren ahora ante presuntas represalias, pero no pueden salir de la escena; hasta aceptan integrarse en cumbres casi esotéricas como la reunión promovida por Bruno Quintana en el Jockey Club, congraciando al candidato del Partido Nacional, Luis Alberto Lacalle. Para este ex mandatario, las reuniones con argentinos son un pesar: en el verano tropezó en una en la que varios empresarios oficialistas se enfrentaron entre sí, en Punta del Este –relato pormenorizado que se brindó en este medio–, de la cual él hizo mutis por el foro con alguna vergüenza ajena, y desde la cual se le transmitían telefónicamente al ministro Julio De Vido los quiebres, escaramuzas  y traiciones de ciertos participantes. En esta ocasión, debió alertarse: en la mesa, además de colaboradores y empresarios, también asistió el gremialista Gerónimo “Momo” Venegas, un duhaldista que por veterano no teme en presentarse en ciertos lugares ni en descargar munición gruesa contra el Gobierno. Casi un compromiso para el resto de los invitados, quienes uno a uno también debieron expresar su pensamiento: del cuidadoso López Menna, de Buquebus (a quien, en la última elección, le atribuyeron asistencia al Frente ganador), al moderado titular de la UIA, Héctor Méndez, también un menos combativo Cristiano Rattazzi, al igual que Jorge Zorreguieta y uno de los Bagó. Casi neutro pareció Ernesto Gutiérrez, afónico el anfitrión Quintana, insulso Jorge Brito junior; mientras Adelmo Gabbi se hizo la cruz por la posible llegada de José Mujica al poder uruguayo, Hugo Biolcati desgranó su habitual crítica a la discriminación campera en el país y, con menos sutileza, Alejandro Bulgheroni comparó a los dos gobiernos, el que se va de Montevideo (Tabaré Vázquez) y el que se queda en Buenos Aires: los Kirchner. No salió favorecida, otra vez, la pareja argentina. En lo que sí coincidieron todos fue en una información privilegiada: la dama de la Casa Rosada a veces no distingue bien a empresarios de representantes de cámaras, de ahí que supone como el más interesante de los dirigentes a un preferido de su corazón, a quien mejor le endulza el oído: Osvaldo Cornide. Casi la misma manía enternecedora que disponía, para el mismo personaje, Carlos Menem en los 90. Una revelación sobre lo que se hornea en Olivos, siempre con el mismo calor, en la cocina de la corte.