Hoy cumplimos cien columnas en PERFIL. Yo no pensé que esto fuera a durar ni un mes. Pero aquí estoy. Aquí estamos. Así que me permitiré, a guisa de brindis, un revisionismo de pacotilla.
Si usted es una persona normal, es decir, que el teatro le da más o menos lo mismo que una final de golf (como aducen muchos diarios a la hora de recortar centímetros de teatro, de literatura, o de arte), le ofrezco una explicación elemental: el Rojas es un centro cultural que hizo punta en los tardíos 80, se puso a la vanguardia en los 90, se estilizó y plegó sobre sí mismo en los 2000, y ahora se comporta como una regia chica adulta que festeja sus 25 años. Así que, en tren de festejo, compartí una mesa redonda con colegas queridos: Alejandro Tantanian, Ana Alvarado, Willy Landin, Guillermo Cacace, Román Podolsky y Heidi Steinhardt, coordinados por Carlos Fos.
Lo más apasionante fue que no vino nadie. Nadie. Bueno, había una señora. Y cuatro empleados del Rojas. Fue genial. No había nadie, pero como los encuentros se graban en video (para supuestas consultas de historiadores del área teatral, sección registro oral, inciso “¿Qué carajo pasa en los 2000?”), se decidió sostener la mesa, micrófono en mano, frente a la cámara y la señora extraviada.
La cosa no deja de tener su sentido. Ibamos a hablar de aquellos años dorados del Rojas (que lo fueron) pero cada vez que una institución se “dora”, y pretende hablar engoladamente de sí misma, la realidad (tan implacable como el buen teatro) se ordena por sí misma: ¿a quién le importa escuchar a seis o siete artistas apurados hablando nostálgicamente de lo que hacían hace veinte años? ¿Es ésa la manera de acopiar la historia? Como era de esperar, el Rojas no se deja monumentalizar fácilmente. La gola no le queda bien a lo que ha nacido off.
La mesa venía así, muy mal barajada. Cada expositor, luego de su numerito, corría a ponerse a salvo (fuera de campo) y se iba a su casa. Así que Tantanian y yo aprovechamos para enrostrar a la cámara (y a esa señora) todo tipo de honestas barbaridades. Es que, ante el fracaso de la convocatoria (luego nos enteramos de que la tal convocatoria nunca existió y que la mesa ni siquiera estaba redondamente anunciada), la pregunta urgente era: ¿cómo hacer historia de un proceso en el que no se identifican cortes? El corte permitiría separar al sujeto de su objeto de estudio. Sin claras hecatombes, es muy difícil periodizar la breve historia del teatro en democracia. El público –que durante los festejos llenó las salas cuando se le ofrecieron obras, películas, y cuerpos en acción– no necesariamente quiere debatir cuál es la historia de eso que consume desde hace 25 años. A mí me pasa lo mismo.
Ah, la historia. Los acontecimientos de la vida se encadenan en una sola dirección: la causa precede al efecto; el efecto es producido por la causa. Punto. Así operaría la realidad, al menos en la percepción que de ella hacemos los seres racionales. Sin embargo, a la pícara historia no le queda más remedio que fraguar sus explicaciones yendo en camino inverso: es siempre el presente (en el puro reino de los “efectos”) el que mira hacia atrás buscando, inventando o deduciendo las posibles “causas” enterradas. Así, siete tipos que ahora producen teatro no creo que den cuenta de eso que pasaba cuando la época era otra.
El Rojas fue siempre a contrapelo de las modas, de todo imperativo comercial y oficial: cuando el grupo Caraja-ji, por ejemplo, fue expulsado del Teatro San Martín, fue el Rojas el que vino a buscarnos para armar con estos expulsados su selección de teatro “en contra”. ¿Dónde está la “contra” hoy? ¿Y a qué se opondría? ¿Y quién expulsa y por qué?
El Rojas sigue ahí. Es el capital humano de la ciudad el que ha cambiado un poco. Los vínculos con la representación han cambiado. Antes, para hacer una ópera prima, bastaba tener agallas y algo bueno entre manos. Ahora hay que audicionar. Además de agallas y algo bueno, tu ópera prima debe ser mejor que la de tu vecino, que también audiciona para disputarse el mismo espacio físico. Las reglas del mercado, que antes no se aplicaban mucho a nuestro teatro, empiezan a ocuparlo todo. Incluso lo que no es redituable: unas personas clamando lo suyo frente a otras personas que se dan cita allí porque eso no se consigue en ningún otro lugar, y a ningún precio. Si me he de poner nostálgico, levanto mi copa por los 25 años, por el Rojas, y por estas cien columnas.
Y ahora que venga el futuro, nomás. Ya veremos qué hacer con él.