COLUMNISTAS
la genesis de la ley de medios y la amenaza duhalde

Venganza primitiva

La obsesión de Néstor Kirchner es matar al mensajero. Controlar los medios y la caja son los dogmas de hierro que lo acompañan desde que llegó al poder en Río Gallegos.

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La obsesión de Néstor Kirchner es matar al mensajero. Controlar los medios y la caja son los dogmas de hierro que lo acompañan desde que llegó al poder en Río Gallegos. En todo lo demás, es pragmático. Puede ser amigo como ahora o enemigo como hace un rato del pejotismo. Puede ser un defensor de las Madres de Plaza de Mayo como ahora o haberlas ignorado como hizo mientras fue gobernador. Puede ser estatista como ahora o apoyar fervorosamente la privatización de YPF o del banco de Santa Cruz como hizo antes. Con tal de aferrarse al poder para siempre, es capaz de tirar por la ventana sin que le tiemble la mano a personas de su íntima confianza: Sergio Acevedo y Alberto Fernández son apenas dos ejemplos. Uno de los empresarios más acusados de ser favorecido por los Kirchner o directamente de ser su cajero, en una charla off the record, me preguntó: “¿Usted cree que Kirchner puede tener amigos?”. Ante la respuesta negativa, retrucó: “¿ Y entonces como puede pensar que tenga un testaferro?”. Aludía a la mezquindad, criterio utilitario y desconfianza enfermiza con que se relaciona con los demás. Al final, cuando nos despedíamos, el hombre de negocios presuntamente K remató: “Kirchner es como los Estados Unidos: no tiene amigos, sólo intereses. No tiene sentimientos y sólo se excita con el poder y el dinero para seguir en el poder”.

Esto demuestra que Néstor Kirchner puede ir y venir, decir y desdecirse, puede ser blanco o negro, pero hay algo inalterable: su odio al periodismo. Su intolerancia con los editorialistas que opinan sobre su vida y obra como corresponde y con los cronistas de investigación que descubren lo que él encubre. Alguna vez bromeó, pero no tanto, cuando unos fotógrafos entraron a registrar una reunión que estaba manteniendo: “Estos periodistas son los únicos que me gustan porque no hablan ni escriben”, y despertó las risotadas forzadas de sus compañeros de mesa. La chanza de mal gusto que pinta su verdadero sentimiento ignoraba que hay reporteros que con sus fotos dicen mucho más que los que utilizamos la palabra escrita. Sólo hay que recordar el caso Yabrán y el asesinato de José Luis Cabezas.

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A los Kirchner no se les conoce un solo gesto o medida a favor de la libertad de prensa. Convirtieron Santa Cruz en un terreno inhóspito para el ejercicio independiente del periodismo. Hace unos días, en el Senado de la Nación se denunció este esquema de premios y castigos, que los redujo a su mínima expresión. Durante su presidencia, Néstor Kirchner, primero en forma más soterrada y luego más explícita, diseñó el plan sistemático más formidable y peligroso para controlar los medios de comunicación desde la reinstauración democrática en 1983. Apeló a todos los mecanismos a su alcance. Al maltrato y la persecución de periodistas. Al tráfico de información y al hostigamiento a la propia tropa que accediera a entrevistas con los periodistas marcados como enemigos. A la repartija de la pauta oficial en forma primitiva y vengativa: mucho a los amigos y nada a los enemigos. A la utilización de la AFIP y los servicios de inteligencia como una forma de intimidar, con inspecciones integrales interminables, escuchas telefónicas, hackeos de blogs o intrusiones en los mails. A los aprietes sobre proveedores del Estado y compañías privadas para que no auspiciaran publicitariamente al periodismo crítico del Gobierno. A las presiones a los dueños de empresas para que no contrataran o despidieran a periodistas no domesticados y, directamente, a la compra de medios por parte de amigos con préstamos blandos y fortunas en propaganda estatal garantizada. En el marco de este toma y daca, y en su momento de mayor fortaleza política, Kirchner prorrogó las licencias de televisión por diez años y autorizó la fusión de Cablevisión y Multicanal.

Las conclusiones que el matrimonio presidencial sacó de la paliza electoral del 28 de junio lo acercaron más que nunca al pensamiento de Carlos Menem sobre el tema. La desesperación por construir un holding paraoficial como intentó ser el CEI, la elección del Grupo Hadad como aliado estratégico y esa idea jurásica y paternalista de que los medios hacen ganar o perder elecciones. Hay un brindis emblemático de Bernardo Neustadt y Carlos Menem, donde el ex presidente celebra haber derrotado electoralmente al periodismo. Esa concepción que el propio Perón había descartado por incierta (“gané con todos los diarios en contra y me derrocaron con todos los medios a favor”) también le quita el sueño a Néstor Kirchner. Está convencido de que perdió las elecciones por la erosión de su imagen que le generó el periodismo autónomo. Sobre esa conclusión negadora de la catarata de torpezas que cometió, cargado de rencor, tomó la decisión de huir hacia adelante y quebrar el sistema de medios vigentes para reemplazarlo por otro más obsecuente, con la excusa de democratizar y desmonopolizar la información, cosa que, como está probada, jamás le interesó.

En esa carrera enloquecida, Néstor Kirchner atropelló todo lo que se le puso adelante. Incluso las buenas intenciones y los excelentes artículos de la Ley de Medios que diseñaron destacados académicos. Como en una película de terror se fueron sucediendo imágenes nefastas. La invasión de un grupo de tareas de la AFIP al diario Clarín, seguimientos y vigilancia de directivos y periodistas, amenazas telefónicas, escraches violentos a edificios con rotura de vidrios y pintadas atemorizantes, el reemplazo del portafolio personal por uno igual pero vacío del destacado colega Hugo Alconada Mon del diario La Nación. Fue durante la presentación de su documentado libro sobre la valija negra de Antonini, llena de verdes bolivarianos que, según denuncia, eran sólo una parte del total del aporte a la campaña electoral de “Cristina, Cobos y vos”. Al final del camino, ya absolutamente descontrolados y con gran impunidad, como jugándose el resto para conseguir la ley, aparecieron las actitudes mafiosas de Guillermo Moreno en Papel Prensa y la sospechosa borocotizacion de una senadora correntina que cambió su voto en un abrir y cerrar de ojos.

A esta altura se puede pensar que Guillermo Moreno no es solamente el brazo ejecutor y patotero de Néstor Kirchner en todos los planos. Guillermo Moreno es el funcionario preferido de Néstor, el que mejor lo representa, el que sintetiza su pensamiento más auténtico. Parafraseando a Karl von Clausewitz, se podría decir que Guillermo Moreno es la continuación de Kirchner por otros medios. La política como continuación de la guerra. Respecto de la actitud de la senadora María Dora Sánchez, hubo dos conclusiones demoledoras de dos ex gobernadores de la provincia de Buenos Aires y dos probables candidatos a presidente: Felipe Solá y Eduardo Duhalde.

El diputado nacional electo dijo que la voltereta de la correntina “chorrea sangre”, en directa alusión al pedido de protección del gobernador Arturo Colombi frente a un crimen político que lo salpica, porque mezcla corrupción en la distribución de la pauta oficial con enriquecimiento ilícito.

El ex presidente Duhalde igualó el canje de subsidios o de obras públicas con los gobernadores con las coimas en el Senado que tienen acorralado a Fernando de la Rúa.

Ya lanzado a fondo contra los Kirchner, Duhalde habló de la “degradación institucional” que están dejando y denunció la existencia de “un Estado policíaco”, que acompaña el lenguaje “bélico” del matrimonio que se ha peleado con todo el mundo.

Este panorama político, la semana pasada, comenzó con el siguiente párrafo: “El fantasma de Duhalde viene creciendo y asusta cada vez más a los Kirchner. Para no perder sus costumbres conspirativas lo acusan de estar fogoneando en las sombras todos los conflictos sindicales y los cortes de ruta. Están convencidos de que Eduardo Duhalde es el comandante de un proyecto diseñado para hacerles la vida imposible y para reemplazarlos en el Partido Justicialista y en el gobierno a partir de 2011. Por eso lo espían, lo escuchan, lo filman y lo tienen siempre bajo la lupa”.

En estas horas se confirmaron dos de los anticipos centrales. Que Duhalde resolvió subirse al ring para pelearle el poder a Néstor Kirchner y que el más repugnante delito del espionaje político también lo tiene como víctima.

Igual que Alberto Fernández, el matrimonio Duhalde hizo público que son sometidos a la vigilancia de cámaras de televisión que registran quiénes son sus visitantes y a seguimientos informáticos que conocen hasta los cambios de las contraseñas que encriptan sus correos electrónicos. El Estado nacional es el único que tiene tecnología y capacidad operativa suficientes para cometer semejantes violaciones a la Ley de Defensa Nacional y Seguridad Interior.

Eduardo Duhalde revolucionó el peronismo no kirchnerista de estos días. Consolidó su proyecto de convertirse en el imán que atraiga a todos los sectores antikirchneristas que están dispersos. Al acumular el máximo de poder alrededor de su figura, busca ganarle a Kirchner por abandono en el PJ y colocar todo ese capital al servicio de una candidatura presidencial. En la intimidad, confiesa que le gustaría que todo ese armado fuera el soporte de Carlos Reutemann y/o Felipe Solá o alguien que surja con fuerza en estos meses. Pero asegura que, si es necesario, él mismo será la cabeza de la boleta electoral en 2011. Por eso apela al latiguillo de “yo no descarto nada”. El roce internacional con Lula, Felipe González, entre otros, reconvirtió a Duhalde en un líder de características menos comarcales. Tiene planes y estudios escritos para que no haya un solo pobre más en la Argentina y que cada familia se convierta en propietaria de un terreno. A fin de mes, en el 45° Coloquio de IDEA en Mar del Plata, Eduardo Duhalde y Rodolfo Terragno serán las estrellas del encuentro. Con Pepe Eliaschev como moderador, dialogarán acerca de agendas de Estado, el Pacto de la Moncloa, el Bicentenario y otras miradas estratégicas de un país que debe superar el infantilismo confrontativo. Esa misma noche, Duhalde viajará a Harvard, donde va a exponer sobre el futuro nacional rodeado de varios intelectuales de fuste.

De todas maneras, las cosas no serán fáciles para él. Es un ex presidente y por lo tanto un jarrón chino que nadie sabe dónde colocar, tal como dijo Felipe González en su momento. La liga de ex gobernadores que se presentaron en sociedad en el Senado y que compartirán un acto el 17 de octubre padece ese problema: no saben qué lugar darle. Quieren presentarse todos como pares y Duhalde no encaja en ese rompecabezas, si bien entre ellos hay otros dos ex presidentes, aunque híper fugaces, como Adolfo Rodríguez Saá y Ramón Puerta. El grupo se completa con Juan Carlos Romero, Reutemann, Solá, y tal vez se sumen Jorge Busti y José Manuel de la Sota.

Otra obstáculo que tiene Duhalde en su camino es la repetición de un mecanismo que erosiona su imagen al aparecer en actos con algunos personajes impresentables del estilo de Luis Barrionuevo. Es el viejo dogma justicialista de que todo sirve a la hora de construir, pero que impacta negativamente en la sociedad. Hubo algunos de sus colaboradores que lo intentaron convencer de que anunciara su regreso a las grandes ligas rodeado de cuadros de otras características. No es lo mismo mostrarse con Alberto Abad, Javier González Fraga, Jorge Sarghini, Eduardo Amadeo e incluso el Momo Venegas, que con alguien que pasó a la historia por autotitularse “recontra-alcahuete de Menem” y cometió el sincericidio de pedir que “se deje de robar por dos años”.

Finalmente, la dificultad más grande para Duhalde es la coincidencia entre Néstor Kirchner, Elisa Carrió y Fernando de la Rúa, en acusarlo de haber sido el responsable de que el ex presidente radical haya que tenido que huir por los techos de la Casa Rosada y en helicóptero.

Cualquiera que haya seguido de cerca la política de aquellos días sabe que el principal desestabilizador fue el propio De la Rúa, que en su insufrible indecisión no atinó jamás a elegir ningún camino de los muchos que le ofrecieron para salvar su gobierno. En este solo aspecto, Fernando de la Rúa también se parece a Kirchner. Ambos niegan la realidad, ponen sus culpas afuera y, si pueden, tratan de matar al mensajero.