Es imposible para mí ver a Lanata como un espectador. No puedo dejar de reflexionar sobre las incidencias que tiene en la audiencia su trabajo y lo que significa para el periodismo en su conjunto.
Sería muy injusto reducir toda la explicación de su impacto a un cambio de clima de la población diciendo que hace muchos años la revista Noticias ya publicó la tapa “Lázaro Báez: ¿el testaferro de Kirchner?”, y otra de “Julio De Vido: el cajero”, exactamente así, con esos idénticos títulos. O que sobre esos mismos temas escribió el propio Lanata en PERFIL, además de varios otros periodistas de este diario, cuando Néstor Kirchner era presidente, algo más grave que hoy porque se denunciaba al presidente en ejercicio. O prestando atención a que, de los cuatro periodistas que acompañan a Lanata en este tema en Periodismo para todos, dos son “hijos” profesionales de la revista Noticias (Nicolás Wiñazki y Mariel Fitz Patrick) y dos del diario PERFIL (Luciana Geuna –antes también de Noticias– y Rodrigo Alegre), y que lo mismo que hacían en papel no imprimía en la audiencia de igual forma que hoy.
También sería muy injusto reducir toda la explicación de su impacto al poder propalador que tiene el Grupo Clarín, que replica en papel, en radio, en TV y en la web lo que produce en cualquiera de sus plataformas, porque desde 2009, cuando comenzó la guerra entre el Gobierno y Clarín, ningún otro periodista, programa o medio de comunicación de ese grupo ha logrado producir el mismo impacto que genera Lanata, y no se puede decir que Clarín no lo haya intentado con muchos otros grandes profesionales. El fenómeno tampoco se explica cuantitativamente.
Para sumar a la cadena de explicaciones, se puede agregar el reciente artículo de Scientific American sobre cómo la transmisión de conocimiento se fija en forma distinta al ser comunicada por diferentes dispositivos (ver: www.scientificamerican.com/article.cfm?id=reading-paper-screens) y cómo nuestros cerebros responden de manera distinta frente al mismo contenido recibido por diversas plataformas. Por ejemplo, el mismo texto leído en una tablet o en papel se “suelda” de manera diferente (se recuerda más lo leído en papel) porque la tablet está asociada al entretenimiento, un tipo de contenidos que permite una atención más discontinua. Ejemplo: a la gente, al ver a Lanata, le queda que el kirchnerismo roba con la obra pública pero no puede alcanzar a comprender en detalle la interrelación de los papeles que Lanata muestra en pantalla porque la naturaleza de la televisión no es la más apta para profundizar más allá de determinado nivel. A la vez, la televisión es infinitamente más poderosa para instalar ideas puntuales: Kirchner = Báez = corrupción = plata negra (y mucha).
Esta predisposición a catalogar los contenidos que recibimos en función del dispositivo que nos los transmite es generacional, y cambiará con las próximas. Cuando los nativos digitales en tablets –chicos de tres y cuatro años– tocan por primera vez una revista o un libro con ilustraciones, tratan de pellizcar con los dedos sobre una página para agrandar la imagen, se decepcionan al ver que nada sucede y piensan las publicaciones como “iPads que no funcionan”.
Pensamos en categorías y ubicamos los mensajes que recibimos dentro de estas categorías, que son determinadas mucho más por los continentes (plataformas) que por el tipo de contenidos (géneros). El paso de Lanata por el teatro de revistas –algo que le critican con mala fe quienes quieren herirlo para neutralizarlo como adversario– todavía produce desconcierto, mientras que un monólogo no tan alejado de los del Maipo no sólo no molesta sino que gusta mucho al ser hecho por televisión y dentro del horario histórico de Tato Bores, a quien se asigna una inteligencia y refinamiento (otra asociación con Lanata) que los cómicos del teatro de revistas no han tenido, a pesar de que también Tato Bores hizo teatro con vedettes, pero no quedó fijado en ese rol.
Es cierto que la popularidad de la Presidenta no está en su mejor momento, que el Grupo Clarín propala mejor, que la TV abierta masifica y que el género, la categoría, el día/horario y el dispositivo de transmisión están bien afinados. Pero en el combo multicausal de este éxito no se puede no considerar el factor Lanata. No es lo mismo que a un gobierno que se presenta a sí mismo como transgresor y popular lo critiquen Grondona, Magdalena o Nelson Castro, todos de distintas generaciones e ideologías pero asociados con la corrección y la distinción, que una persona como Lanata, que ha hecho de la transgresión y lo popular su característica distintiva.
Mañana, PERFIL publicará en detalle la más amplia encuesta sobre cómo el Lázarogate afecta la popularidad de Cristina Kirchner. Lanata le produjo un daño que nunca antes había logrado producirle ningún político.