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la mirada DE ROBerto garcia

Veranear en el Riachuelo

La condena: nadar, flotar o hacer la plancha en el Riachuelo. O, como concesión menor, acercar los pies o las patas, en homenaje al l7 de octubre del 45 en las fuentes de Plaza de Mayo, a esas aguas nauseabundas.

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La condena: nadar, flotar o hacer la plancha en el Riachuelo. O, como concesión menor, acercar los pies o las patas, en homenaje al l7 de octubre del 45 en las fuentes de Plaza de Mayo, a esas aguas nauseabundas. Destino argentino o para muchos argentinos. Saldo inequívoco de las últimas horas transcurridas –por no requisar más atrás–, florecido al amparo de un control policial manifiesto e indiscriminado sobre los ciudadanos (a través de escuchas telefónicas, interferencias de mails u otro tipo de persecusión), la procacidad impuesta por un zar del fútbol como representante del país, la impune contratación –o borocoteismo– de políticos de otra fracción y el avance de una reforma política que amenaza trasladar la elección del futuro presidente a un consejo privilegiado de 5 o 6 señores feudales que, luego, le trasladarán ese mandato a un príncipe. O a su consorte. Felices entonces aquellos cuya única posibilidad es sobrevivir en el líquido espeso y proceloso del Riachuelo, única parada permitida hacia el futuro.

Trabajo fino
Casi anecdótico y de última página se ha vuelto el proceso investigativo sobre un ex y reciente colaborador de Mauricio Macri (el jefe de la Policía Metropolitanta Jorge “Fino” Palacios) que, sirviéndose en apariencia de una insólita y cómplice cobertura judicial, hurgaba en la vida secreta de un dirigente judío (Burstein, familiar de un caído en el atentado de la AMIA) y de un empresario vinculado al fútbol, Carlos Avila. Casi todas las miradas y explicaciones periodísticas, mínimas, aluden al caso Burstein, se escandalizan con sordina. Al tiempo que se olvidan de Avila.
Como si quisieran creer que un caso es grave y, el otro, apenas una nimiedad vinculada a negocios pretéritos de Avila con los contratos de TyC con la AFA. ¿Acaso alguien puede creer que a Avila lo espiaban por operaciones de hace un lustro? Ni siquiera hubo una pregunta sobre su última actividad, la seguramente fisgoneada, por intentar convertirse en titular del club River Plate. Allí, es público, hay grupos y empresas que pretenden adueñarse de la institución (tal vez con saludable intención, ya que difícilmente se le pueda hacer más daño a River) y que, en ese intento, no reparan en solventar espías, tecnologías clandestinas para impedir la llegada de otros y favorecer a los propios. ¿O se puede pensar que las escuchas o interferencias se ejecutan gratis y por el bien de una simpatía popular como la de la banda roja? Apartarse de esta guía de intereses es como desprenderse del propósito que, sin hilar fino, podía anidar en el ex funcionario cuestionado: erigir un sistema de control ciudadano desde el Gobierno de la Ciudad. Por lo tanto, imposible que fuese tarea de un solo hombre.
Pretendía ese sistema local competir con el nacional, el mismo que develó la maniobra con Burstein y Avila para que no haya otros participantes en el mercado (o sólo los que ellos habilitan), el que esta semana –con la lubricación de todo el aparato del Estado, sobre todo el de sus medios de difusión y de otros paraoficiales–, se congratuló en expandir una supuesta complicación dineraria de un periodista del diario La Nación para publicar determinadas notas pagas. Al margen del discutible armado del operativo, y sin apelar a una defensa corporativa del periodista afectado (Carlos Pagni), conviene repasar episodios previos en la búsqueda gubernamental para enlodarlo. Larga historia, puedo dar testimonio de lo que ahora se escribe.
Pagni, como el Ambito Financiero de entonces, resultaban una molestia exasperante para distintos funcionarios, inclusive para la pareja oficial. Por cumplir instrucciones o irritados por el fuego plutónico de ciertas notas, en particular clamaban Alberto Fernández, Aníbal Fernández y Julio De Vido. No sólo eran gritos u ofensas. Fui testigo entonces de que ciertos movimientos personales eran rigurosamente vigilados, comprobé la observación ajena sobre mails, atendí con bonhomía las protestas individuales del Gobierno y módicamente me quejé por las interferencias. Pagni solía ser eje de esas circunstancias, también la responsabilidad del diario. No pude, sin embargo, salir del asombro cuando para advertir aviesamente al periodista con una amenaza explícita, apareció su rostro como ejemplo de lo que sería la fotografía en la nueva cédula de identidad o el pasaporte. El diario, Pagni en particular, había señalado incorrecciones en la adjudicación futura de esos documentos: la utilización de su rostro parecía una réplica a esas denuncias. Podía parecer una diversión perversa de un funcionario si no fuera que los ojos de la fotografía aparecían tapados con una venda, símbolo común a la mafia. Se me prometió oficialmente, ante la protesta, una investigación que no prosperó por la simple razón de que nunca se intentó. No hubo ningún medio –ni en el que hoy trabaja– que acompañara la queja a pesar de haber sido publicada. Y eso que eran tiempos del periodismo libre, no amenazados por la inminencia de ninguna ley reformista.
Después, a Pagni lo involucraron levemente en una causa judicial (en la que debió declarar) por mails que había recibido con bagatelas de funcionarios que, a su vez, repartían entre periodistas unos hackers a sueldo del propio gobierno (quienes defendían a un ministro en franca porfía, entonces, con otro ministro). Tuvo más fortuna que otros adjudicatarios de esa información: la causa sigue abierta, curiosamente le levantaron las imputaciones a uno de los hackers, pero otra gente persiste bajo inspección judicial. También con ese caso hubo propaganda variada con sello del oficialismo. Había, en todo caso, que demostrar con ruido vano los meses de trabajo de un organismo del estado que alberga fracciones enfrentadas. Por esa época, también, como Pagni entrevistó y conversó en más de una oportunidad con el ex gobernador de Santa Cruz, Sergio Acevedo –al igual que otros periodistas, incluyéndome–, lo filmaron y grabaron para destacar ese testimonio por distintos blogs de Internet. Como si Acevedo, devenido un maldito para los Kirchner, fuera una fuente de inspiración para conspirar contra el Gobierno. Por supuesto, no se invocó delito ni compromiso espúrio del santacruceño con el periodista ni con el diario, sólo mostraban la tertulia en un café para que supiera del control, de la mirada exigente, de que estaban al tanto por si “algo se había hecho”. Casi todo el mundo periodístico también se distrajo de esta evidencia. Por si no alcanzara esta disuasión, y obviamente no alcanzó, en esos años a Pagni también lo agraviaron con una sucesión de mails sin origen preciso en el que hablaban sobre su vida privada, le hacían cargos y la promesa de que pronto se iban a exhibir con filmaciones.
Después, por lo que sé –en rigor no he hablado con él desde que explotó esta cuestión propalada por Canal 7 y derivados, sin firma ni autoría–, atravesó Pagni otra peripecia: tuvo que declarar ante un juez por mails que había cruzado con Francisco de Narváez, como si ese diálogo tuviera significación y, además, sirviese como elemento en la causa armada por la efedrina (de la cual, quizás, el juez Faggionatto ahora conceda alguna explicación).
Previo a las elecciones, todo parece permitido. Todo esto es parte de lo que conozco antes del actual episodio, lo que abruptamente aparece en mi memoria: años de seguimiento, al igual que a otros ciudadanos, dirigidos desde el Estado y simplemente para dañar o embarrar a quien, quizás más antes que ahora, criticaba ciertas decisiones del régimen.
De ese acecho constante a esta nueva ocasión, tal vez, intervengan ahora participaciones empresarias –del sector petrolero y no del sector petrolero–, privadas, pero la frutilla como el embrión corresponden al Estado (por la calidad de la tecnología y por la estupidez del armado: nadie, salvo alguien asfixiado por el odio, hace gastar tanta plata en una cuestión que de plata no tiene importancia).
No creo que Pagni suponga que estos antecedentes lo protegen y demuestran que es un luchador por la libertad de expresión –ni siquiera los he citado en su propia defensa–, pero sin duda le lleva una distancia al Gobierno en materia de credibilidad.

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El ocaso del dios
Prosigue entonces el oficialismo en encarnizar enemigos con una grosera metodología soviética, sólo para acallar voces, al tiempo que se exime de otras voces que lo copian en su visión sectaria de la sociedad, influjo de quien no soporta una objeción y se multiplica para someter con humillación al autor. Podría citar varios casos en Santa Cruz, será en otra oportunidad. ¿O de qué otro modo se puede interpretar a Diego Maradona y su vulgaridad oral, su odio cerril, su ignorancia, cuando al expresarse guardaba resentimiento y no la reacción condicionada por un shock?
Cubierto de la gloria de antaño, como la etapa de crecimiento de la Argentina, a ese ídolo –por genial como jugador–, se le admitían delaciones por las que tiene adicción, agravios por la gracia de Dios, cambios repentinos y acomodaticios de camiseta (¿o nadie recuerda cuando se colocó una t-shirt a favor de Domingo Cavallo y luego lo repudió?).
Pero hoy, su rol se ha modificado: es uno más de la colectividad de los directores técnicos del fútbol, no demasiado afortunado además (por su contumacia defensiva e inoperante habría que emparejarlo con Carusso Lombardi) y, por lo tanto, sus exageraciones orales (y actitudes, gritar el gol como el que que gritó luego de convertirlo el día que después expulsaron a la Argentina del Mundial por consumo de estimulantes) se vuelven insoportables. Casi un calco de otro hombre.
Podrá pedir perdón, típico en estos casos –sí, la maté, pero no me di cuenta– pero esa desmesura parece inconcebible al frente de un instituto que representa al país, aunque la AFA sea un organismo con Justicia propia y se permita firmar contratos escandalosos y también luego no cumplirlos.
Desmesura comparable a la de los organismos de inteligencia que escuchan, persiguen, dominan e imponen. Aún, si es necesario, a sus propios amos.
Así se respiró en las últimas horas, se vive, así se condena al Riachuelo a quienes en mayoría no quieren ver y al resto que, estupefacto, ve.
Hasta la complicidad decadente, la renovada imbecilidad de una oposición que por disfrutar del partido de la Selección permitió que el Gobierno aprobara en Diputados no sólo un presupuesto ficticio, tambien el aumento de impuestos que no se coparticipan, incluyendo en ese ejercicio de la perinola (llevo todo) la captación de nuevos adherentes.
El borocoteismo por mil, aunque a esta altura ya resulta un exceso acosarlo al médico-legislador con esa imputación.
Pues si Reutemann perdió a Latorre, De Narváez ni se dio cuenta de la deserción del ex dirigente mercantil y puntero de La Matanza, Julio Ledesma, quien ya se pasó al kirchnerismo con su colección de votos de última temporada.
No es sorprendente en Ledesma, él ya anduvo en una vereda y en otra, cualquier bus lo deja siempre en la misma boletería, y el menos imaginativo diría que es un tarambana. Salvo que de tarambana no tiene nada.
Este episodio de trasvasamiento (tan caro al peronismo de la lealtad) podría indicar que, de seguir así con las incorporaciones, el Gobierno en marzo, en lugar de perder la mayoría como determinó la pasada elección, quizás se afirme en número más que antes.
Debe pensar, inclusive, que para alcanzar esa distorsión de la realidad hasta puede forzarla con el respaldo de los radicales. Al menos, para determinados proyectos, como la ley de reforma política ya anunciada y en algún sentido, lanzados sus lineamientos por el hijo de un próspero productor bonaerense, al menos hasta hace poco dueño de espléndidas y fecundas tierras, obviamente montonero en otros tiempos.
Ese proyecto consagrará –junto con los beneficiados radicales que, en ese aspecto, podrán apoyar jurando por la democracia, algo así a lo que hicieron para favorecer al partido cuando cambiaron la Constitución– la postergación de agrupaciones políticas, la no aparición de nuevas, el bipartidismo exclusivo, el opacamiento o desaparición de otras como expresiones de izquierda, el mismo De Narváez, Mauricio Macri, quizás y la hegemonía de 5 o 6 gobernadores o gerontes, para citar a los griegos (ya que habrá internas por regiones y éstas propiciarán a un consejo), quienes a la postre deberán consensuar, por elegir un verbo liviano, a favor de un solo líder.
Nestor Kirchner empuja este proyecto con su destino manifiesto, para sí o para su señora, mientras la UCR quizás arrogue la creencia de que en el último metro le ganará al PJ.
Sin importar el proceso intermedio, los enjuagues, las permisividades y violaciones, mínimos lamentos que no tiene en cuenta el pobre gentío que se agrupará en las aguas del Riachuelo para refrescarse. Creyendo, tal vez, que es el mejor lugar de veraneo.