“…dos oficiales, como dos artistas dementes empeñados en dorar el oro o teñir una azucena, continuaron una lucha privada en medio de la universal contienda”
De “El duelo” (1907), de Joseph Conrad (1857-1924)
Somos gente rara, talentosa, desfachatada y tan poco confiable que cuando vamos de punto resulta que nos va fenómeno y nos empatan faltando dos minutos. El exquisito Barça que gana, gusta y golea terminó jugando por arriba, a puro centro para sus torres. Empataron agónicamente y ganaron con un increíble gol de Messi, el chico de oro. Lo del Estudiantes de Verón fue conmovedor. Hicieron un primer tiempo bárbaro y aguantaron hasta que se fundieron. El alargue fue una tortura innecesaria. No fue un show lo de Messi, para nada. Algo le pasa cada vez que juega con argentinos, a favor o en contra. Malhumorado, quizá víctima del síndrome melancólico del desarraigado, protesta demasiado, choca, se indigna consigo mismo hasta que, al final, alguna genialidad le sale. Definir de pechito en una final, por ejemplo. ¡Wow!
Este campeonísimo Barcelona es mes que un club, como les gusta decir a los catalanes en su idioma, que antes de sus partidos en el Camp Nou colocan un enorme cartelón en inglés para advertirle al mundo: Catalunya is not Spain. Borges, que detestaba todo nacionalismo, ironizaba sobre ellos y aclaraba que “ya entre franceses, se nota que los catalanes son impostores”. Tienen fama de ahorrativos y buenos comerciantes y cuando se trata de fútbol, han mantenido un estilo de bohemia y libertad que contrasta con la identidad hegemónica del Madrid. Desde chiquitos aprenden a jugar a un toque, con un lujoso traslado del balón y el arco de enfrente como objetivo. Allí, en La Masía, creció Messi; junto a Iniesta, Cesc y este maldito Pedro, por ejemplo. Cuna de cracks.
Estudiantes arrastra una historia de sacrificio, mística y pésima prensa. Yo, que era un niño de Racing, los odiaba. Por eso explotó Seba Verón en la conferencia de prensa anterior al partido. Es así: la gente recuerda más a Bilardo, sus alfileres y los animals antes que las zurdas exquisitas de Verón padre, Madero y el Bocha Flores. No es justo. Osvaldo Zubeldía fue un innovador y pagó el duro precio de ser vanguardia en un país impiadoso. Este hoy exitoso, pese a la derrota de ayer, es el legado de aquella leyenda y el presente de un dotado: Verón hijo. Alrededor de él se edificó esta nueva realidad.
Lo escribí varias veces durante este año y lo haré una vez más, disculpen ustedes mi insistencia. Messi y Verón, los protagonistas excluyentes del duelo de ayer, son la única esperanza argentina para el próximo Mundial; incluyendo a Diegote y su Armada Brancaleone, el doctor balbuceante, el video con el horrible tema de Valeria Lynch y la participación divina del papa Julio I. Estamos en manos, digamos, de los pies de Messi y el cerebro de Verón. Ellos dos, y nueve más.
Si el tímido Lionel parece, desde el punto de vista físico, un típico producto de laboratorio, ontológicamente es un exponente perfecto del jugador de potrero argentino, lo más parecido a un geist nacional que nos queda. Su endemoniado slalom con pelota al pie es una marca registrada, un rasgo local indubitable. Nuestro individualismo, la facilidad con que nos movemos en espacios reducidos, nuestra astucia para amagar, engañar, meter cintura y pisarla si conviene, son características que nacen de la falta, la crisis, los campitos poceados, las veredas rotas y las pelotas de goma. Este Messi genial es el verdadero milagro argentino, compatriotas. ¿Qué desaparece a veces, se deprime o se empaca si las cosas no salen? Sí, claro. Todo cierto. ¡Argie, hundred percent!
Verón usa el 11 y se pone una vendita debajo de su rodilla derecha, como su papá Juan Ramón. Allí se terminan las coincidencias. La vieja Bruja era zurdo cerrado y su juego era más parecido al de Messi: zig zag, vértigo, gambeta, verticalidad, gol. Su hijo es otra cosa. Un todocampista, prototipo del “volante moderno”, estilo que, paradójicamente, encuentra a su mejor antecedente autóctono en el Humberto Maschio del Equipo de José de 1966 que, como él, regresó de Italia para salir campeón en su amado club. Tipos con equilibrio, manejo de los tiempos, pegada extraordinaria, claridad, personalidad. Maestros.
Confieso que cuando el desgarbado Verón empezó, no me gustaba nada. Recién empecé a valorar su juego viéndolo en Europa y, ya en esta última etapa, me convenció del todo. “La Brujita” contagia, lidera, intimida al rival, sostiene a los suyos. Su aporte es siempre superior a su propia virtud, que no es poca. Cumple con el mandato bíblico de los dones: entrega su 100% y un plus que potencia al grupo. Lo hizo, una vez más, en Abu Dhabi.
Ojalá alcance con estos dos fenómenos en Sudáfrica. La batuta de uno, el toque mágico del otro y el complemento de un plantel con buenos profesionales. La verdad, no espero mucho más; y mucho menos si viene del banco.
Hay que tomar conciencia de la cruda realidad, muchachos. Por suerte y por desgracia, Maradona no juega más para nosotros.