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Viejas costumbres

Un narrador no identificado cuenta sus desventuras con María, una mujer que lo busca y lo abandona a cada rato.

Apesar de que estoy cada día más recluido en San Clemente, no podía rechazar la amable invitación de Daniel Guebel a presentar Paranoia, su último libro. Así fue como estuve por unas horas en Buenos Aires y aproveché el viaje en ómnibus para leer la novela por segunda vez y tratar de aclarar una duda. En la primera de las tres partes, un narrador no identificado cuenta sus desventuras con María, una mujer que lo busca y lo abandona a cada rato y le cuenta cada día una cosa distinta sobre su pasado. En la primera lectura, al llegar a la página 44 descubrí que el narrador se pregunta “cuántas veces habíamos estado juntas”, lo que me dejó perplejo porque suponía que se trataba de un hombre. Pasé unas páginas hacia atrás y creí confirmar que se trataba de una errata al descubrir que Marcelo, el exmarido de María, llamaba por teléfono al narrador y le decía: “no te hagas el boludo”.

Pero no, no era una errata. En la segunda lectura descubrí que en la página 26 se lee “yo me sentía invadida”, en la 28 María dice “si fueras menos desconfiada“ y se habla de “poner distancia entre nosotras”. Al menos tres referencias se me habían pasado por suponer hombre al narrador. Me propuse dilucidar el problema durante la presentación, que compartí con el autor y con el amigo Maxi Tomas. Maxi también estaba un poco confundido con el género del personaje. Preguntado Guebel sobre el tema contó que, con la novela terminada, su encantadora hija Ana le había aconsejado que cortara un pasaje donde se revelaba con más claridad que el personaje era trans. Y agregó Guebel que, en todo caso, la difusa identidad de ese narrador (que a esta altura creo firmemente que es una narradora y no existe tal confusión salvo en los lectores despistados) es parte de la confusión general sobre las identidades que atraviesa la novela. No solo sexuales sino políticas: nunca sabremos si Fabricio, por ejemplo, es un militante maoísta, un agente del servicio secreto de la dictadura o un oportunista que quiere engañar a los chinos (los chinos, como todo los orientales en versión apócrifa, ejercen sobre Guebel una enorme fascinación). El juego de las identidades se puede resumir en una frase que aparece en la página 24: “Como cualquiera, no sé quién quiero creo ser ni tampoco sé quién o qué soy.” Lo mejor es que la frase se aplica al propio autor cuya obra está recorrida por la sospecha de la imposibilidad del amor y del compromiso político. Ambos, como se lee en la página 137, bien pueden ser simples tentaciones asfixiantes provocadas por la cárcel del lenguaje.

La presentación tuvo lugar en la muy agradable librería Verne y transcurrió entre dos momentos gastronómicos en la misma calle. Ramírez de Velasco es un símbolo de la gentrificación del barrio de Chacarita desde que allí se estableció el famoso restaurante Anchoíta. Frente a Verne se inauguró ahora la “Cava de Anchoíta”, donde pude degustar un jamón de bellota de producción propia y unos quesos de alta gama acompañados de jerez en un ambiente informal, pero distinguido. Eso fue antes. Después, Guebel me invitó a cenar con sus familiares a la buena parrilla Chetito, que queda enfrente de Anchoíta, pero es mucho más plebeya. Su colorido dueño resultó un mileísta para horror de los comensales (todos kirchneristas, aunque muy simpáticos).

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