“Si tienes miedo de quien te protege, ¿quién podrá protegerte de ese temor?”. Con esta frase, un adagio oriental anónimo, el psiquiatra escocés Ronald Laing encabezaba un texto sobre la sensación de orfandad existencial. Orfandad, fragilidad e impotencia resultan variaciones de los sentimientos generados durante la ola de saqueos y violencia de los últimos días. ¿Cómo es posible que ese vecino y cliente integre ahora la turba impiadosa que saquea y destruye?. ¿O que la policía que debería defender al ciudadano abdique de su responsabilidad esencial para dejarlo inerme ante una furia social irrefrenable?. ¿Cómo es posible que, en algún momento, el Gobierno Nacional se haya concentrado en sentenciar insuficientes y conjeturales diagnósticos antes que en arbitrar los medios eficaces para detener la explosión de irracionalidad?. La Presidente baila en la plaza la danza festiva de la democracia que supimos conseguir. La imagen resulta coherente con su diagnóstico previo: los saqueos fueron pergeñados con precisión quirúrgica para horadar el orden constitucional. Si así fuera, aquel baile sería entonces un símbolo de resistencia. Pero si las causas resultan más abarcadoras para incluir la espiral inflacionaria que lastima la dignidad de los más pobres, la recurrente impericia de suponer que se puede garantizar seguridad con fuerzas policiales que perciben salarios inviables o la evidente incapacidad de logar una paz social con algún viso de solidez; entonces aquella danza se convierte en la fiel expresión de la vacuidad y el desatino. La desafortunada referencia presidencial a una pantalla dividida que hubiera contrapuesto las fuerzas danzantes de la democracia con la barbarie de sus enemigos, se reveló paradójica e innecesaria. Porque la simultaneidad de las dos escenas las enhebró el ojo del ciudadano que asistía atónito al triste espectáculo de violencia, muerte y saqueos, mientras el Gobierno y sus adláteres continuaban con su ritual narcisista bailando sobre la cubierta del Titanic. Quizás algún día sociólogos e historiadores teorizarán con perspectiva temporal sobre esta semana trágica. Hoy, desde el estrecho presente, solo cabe una conjetura simple: en algún momento de nuestra historia, de manera irreflexiva, sea por acción u omisión, los argentinos comenzamos el absurdo juego de coquetear con el mal. Y lo confundimos todo. Y perdimos el rumbo. El gran Discepolín ya nos lo había advertido, pero no supimos escucharlo. Porque “Cambalache”, además de un tango, era el anticipo de la tragedia de la que aún no podemos salir.Mientras nos sigue perturbando el temor que nos provocan quienes deberían protegernos. Ese hilo sutil que ata la orfandad social a la existencial.
*Director de González Valladares Consultores.