Maruja Bustamante está escribiendo una obra de teatro sobre los NFT (non-fungible tokens) y discutimos acaloradamente sus alternativas. ¿Es la primera vez que algo tan inmaterial colisionará con la muy infungible materialidad del teatro?
El algoritmo me sabe en tema y me detecta; me manda lo que me puede interesar: además de imágenes de criptogatitos –e igualado en peso específico– me llega un video en el que Sir Anthony Hopkins toca el piano. Hopkins se ha hecho célebre en el mundo cripto como actor de NFT: The Eternal Collection son videos un poco como los de –digamos– Tomás Quintín Palma, en Santa Fe, pero con más prensa. También una de sus películas, Zero Contact, será distribuida como NFT; una revolución en la distribución, ya que sumará a los réditos tradicionales del cine el apetito de los coleccionistas, que no saben dónde depositar su excedente ahora que el valor del oro es una narrativa y que los bitcoins también. Hopkins compuso esta melodía al piano y la llamó Eternal.
Pienso que Sir Anthony es –además de un actor talentosísimo y un renacentista– sobre todo un hombre anciano. En el mismo tono de broma de sus tiktoks, su presencia digital encriptada reaviva la vieja fogata del más viejísimo arte: ¿qué hacemos con la muerte? ¿Hay manera de eternizar el alma?
El algoritmo me sabe y me detecta; me manda lo que me puede interesar
Entre los vivos y los muertos hay un pacto. Así como todo el arte nació de la muerte (que convierte en cosa al cuerpo del viviente, cosa que reclama un acto imperativo, como el entierro, la cremación o la momificación), esta vuelta de tuerca tecnológica como mediación sacerdotal de pasaje de un estado al otro viene a subrayar aquello inmaterial que hay en toda obra matérica. No me sale decir nada en contra de este uso y costumbre escandaloso.
El cambio más radical, creo, está en que esa apropiación del alma por la tecnología se traduzca en un valor de colección y compraventa, algo extremo en casos donde la digitalización verificada de una obra implica la destrucción por cremación del original. Muchos artistas entre dos mundos (el del arte y el de lo visuátil) viven una coyuntura sin precedentes. Pero de tales preocupaciones el teatro se ríe. Los actores en vivo seguimos siendo esas cosas que no se han podido separar de sus almas, tan no fungibles.