“No olvida nada, pero lo perdona todo. En tal caso se odia doblemente a esa persona, pues lo avergüenza por duplicado, con su memoria y con su magnanimidad”
Friedrich Nietzsche (1844-1900); de “Virtudes peligrosas”: Aurora (1881).
No creo en el perdón. Puedo decir “perdón”, o discúlpeme, como otros dicen sorry, si tropiezo con alguien, o si meto la pata feo, como el pobre Coudet, que pasó del cielo al infierno en dos partidos. No hablo del perdón divino porque no juego en esas ligas, pero sí del humano, el de acá abajo. Es fácil decirlo. Pero no sirve ni simbólicamente, creo.
Recuerdo una noche en los 90, cuando Mariano Grondona se había emperrado con juntar a las dos Hebe: la Bonafini y la Berdina, madre del único militar muerto en combate en el Operativo Independencia, una acción militar que, me confesó en 1983 Acdel Vilas, su autor material, se definió “en tres meses”, mucho antes de que llegara Bussi, “que se robó todo mi mérito”. Yo hablaba solo frente al televisor, indignado, y hasta desperté a mi entonces mujer.
Pasó lo mismo cuando murió Isaac Rojas, en 1993. Grondona, piadoso, elogiaba el “nuevo peronismo” de Menem, que asistió a su entierro, y puso como ejemplo del “viejo peronismo” a una señora mayor que escupió su féretro cuando pasaba el cortejo.
A nadie se le ha ocurrido juntar a Simon Wiesenthal con la familia Mengele. Hay cuestiones de la historia que son sanamente irreconciliables. No hablo de persecuciones, de muerte o de Cúneo. Hablo de la justicia, del valor de una idea, de una convicción. El tiempo enfría, sí, pero no borra lo hecho y lo vivido. Como escribió Gabriel Celaya: “Maldigo la poesía / de quien no toma partido, / partido hasta mancharse”.
En Argentina parece estar de moda el pedir perdón. Macri pide perdón por haber sido “demasiado optimista”. Ups, nos salió un poquito caro tanto optimismo. Papu Gómez pidió perdón en su Instagram por el rodillazo en la espalda lesionada de Biglia, algo que no conformó al Kun Agüero. “Yo lo esperaba en la manga”, dijo. Piñas.
Un diputado de ojos siempre asombrados, llamado Iglesias Fernando, exige las disculpas de todos los que pronosticaban “un supermartes apocalíptico”, orgulloso porque el país no estalló gracias al enroque de miles de millones de dólares por otros miles de millones que se multiplicarán aquí, antes de irse, más gorditos. Su tenue euforia refiere también a la tutela de Cruella de Vil y su FMI, histórico prestamista de los que caen, besan la lona y van por nueve en la cuenta del árbitro. Hay gente rara.
Esmeralda Mitre pidió perdón por haber negado a los 30 mil desaparecidos de la dictadura argentina y a los 6 millones del Holocausto de la Segunda Guerra. Después, Ariel Cohen Sabban, el presidente de la DAIA, le tuvo que pedir perdón a ella, luego de excederse en su afán por tranquilizarla, con un largo abrazo, un beso fallido en la boca y una frase bestial: “Tranquila, que no te voy a garchar”. The horror.
Los Barros Schelotto hicieron jugar bien a Boca solo de a ratos. Fue cuando Tevez entregó sus últimos chispazos antes de extinguirse durante su robo legal en China; cuando Gago tocaba y ponía mala cara por casi todo, Benedetto comenzaba su insólita racha de goles, Pavón se quitaba el balde y jugaba como los viejos wines, desborde y centro atrás, o diagonal y sablazo; y Barrios se hacía dueño de un lugar clave en cualquier equipo de fútbol: el medio campo.
El resto fue administrar la ventaja lograda en las primeras ocho fechas. No fue un picnic. El modesto Godoy Cruz, con un presupuesto infinitamente menor, terminó a solo dos puntos. Glup. La estrella final resultó ser Wanchope Abila, el ancho que Guillermo veía con nivel para reforzar un buen equipo de la B Nacional.
Como Defensores de Macri clasificó segundo de cuatro, y pasó a octavos en la Libertadores, muchos periodistas se deshicieron en elogios, surfeando la breve ola del resultado en tono “perdón, Mellizos”. Sin embargo, Angel Easy saldrá a comprar urgente un Armani, un central, otro 5 y un punta que reemplace a Pavón, que se irá después del Mundial. Hum… Poca confianza en los activos del plantel luego de dos años de trabajo, jugando un solo torneo con superpoblación de balseros, y otros dedicados a facturar en las copas internacionales.
Chiqui Tapia de Moyano, ay, debió poner la cara y recibir los cachetazos por uno de los actos de estupidez más asombrosos en la historia de la AFA. Un manual de capacitación sobre la cultura rusa para dirigentes, técnicos, periodistas y futbolistas que incluía un apartado… ¡con consejos berretas de internet sobre cómo seducir chicas rusas! Allí sugieren: “No tratarlas como objetos, porque no les gusta”. Wow. ¡Bienvenidos al siglo XXI, muchachos!
El que pagó por esta idiotez infinita fue el director de Educación, digamos, Alejandro Taraborrelli, a quien le pidieron la renuncia. No debe ser el único culpable, créanme. Chiqui, atribulado, posó con la hermosa directora de la Casa de Rusia, Olga Muratova, y le entregó un ramo de rosas. Y bueh. “Me permito expresar la esperanza de que de aquí en adelante la asociación que usted encabeza no volverá a cometer ‘errores’ similares”, lo humilló en un escrito oficial Víctor Koronelli, embajador de Rusia en Argentina. ¡Paf, paf, paf…!
No, no creo en el perdón. Ni en el acto protocolar, ni en las frases de compromiso.
No hablo de los hipócritas que mienten y construyen una realidad de cuento de hadas para incautos, porque ellos no tienen de qué disculparse. Son así, hacen lo que saben hacer, lo hacen sin culpa y les va bárbaro, mientras algo más que un castillo de naipes se derrumba a su lado.
Hablo de los que toman partido hasta mancharse, los de Celaya, los que dejan hasta la última gota de sudor o sangre en la cancha, o en la calle, ahí donde uno creció, mientras pisaba la Pulpo contra el asfalto, hace un millón de años, o más.