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Vivir sin Estado

La semana pasada, en la apertura de una muestra de pintura, sólo se hablaba del que tal vez sea el libro del momento, lo que viene a demostrar, en contra de las corrientes más alemanas de la filosofía contemporánea, que la literatura sigue sosteniendo la capacidad de ofrecernos síntesis precisas del presente y que, después de la política (es decir, la historia), es lo único capaz de suscitar debates intensos.

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La semana pasada, en la apertura de una muestra de pintura, sólo se hablaba del que tal vez sea el libro del momento, lo que viene a demostrar, en contra de las corrientes más alemanas de la filosofía contemporánea, que la literatura sigue sosteniendo la capacidad de ofrecernos síntesis precisas del presente y que, después de la política (es decir, la historia), es lo único capaz de suscitar debates intensos.

“¿Es verdad que la novela es totalmente autobiográfica?”, me preguntó una funcionaria del Ministerio de Relaciones Exteriores. Como conozco los equívocos a los que lleva un diagnóstico semejante, demoré mi respuesta, circunstancia que aprovechó un artista conceptual, enemigo de la autora (se pelearon hace unos años, hecho que la novela registra lacónicamente), para introducir su bocadillo de maldad: “Si es así, la novela debe de ser pésima, porque esa vida no puede tener algo interesante” . “Nada que ver”, intervine. “¿Y entonces por qué es buena?”, insistió el artista conceptual. “La novela está muy bien escrita”, dije, sabiendo que me metía en un marasmo porque ¿qué quiere decir hoy por hoy que una novela está bien escrita?

“¿Ah, sí?”, preguntó una curadora, con un tonito que le venía de su contacto con la obra de Duchamp, a la que últimamente está entregada. Aproveché para aclarar mi punto de vista: “Lo interesante es el modo en que articula el registro de lo íntimo con el dominio de lo público: trabaja en un límite muy lábil, más bien un umbral, y lo hace con gran delicadeza... Y todo lo que dice, como gira alrededor de la desaparición del Estado en 2001, viene muy a cuento para hablar del segundo capítulo de la crisis, que hoy nos arrastra”.

La conversación continuó algunos minutos, con la circulación de los interlocutores característica de la danza precisa de las vernissages, y se reprodujo cuatro noches después, en un tono menos galante y más teórico, en una sobremesa de poetas y críticos latinoamericanos.

Sí, La intemperie de Gabriela Massuh (Interzona) es la novela del año, desde ya, y uno de los libros más importantes con los que contamos para pensar lo que nos pasa.