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Vuelta al ruedo pero desde atrás

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Utilizada por los populismos para justificar los ataques a la libertad de prensa, la antinomia entre democracia y medios fue recreada por la presidenta Cristina Fernández en la primera exposición pública de los últimos 40 días frente a una platea preferencial: una muchedumbre militante que no precisó de otro indicio para dedicar cantos hostiles a los del Grupo Clarín.

El refuerzo al trazado de una línea divisoria con el periodismo que no le responde coincide con la necesidad de dar una entidad menos amorfa al núcleo duro de adhesiones, que todavía recibe de los votantes –estimado en un 30% del padrón electoral– cuando sondeos como el publicado por PERFIL el 19 de enero comparan el actual momento con el de 2008: el peor de la última década en la percepción de la opinión pública a raíz del conflicto con las entidades agropecuarias por el intento de subir las retenciones.

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Apurado por la urgencia de recobrar el centro de la escena para disipar versiones de un presunto vacío de poder, el anuncio de una ampliación en los planes sociales para incluir a los “ni ni” (ni trabaja ni estudia), no fue fortuito. Tampoco que la administración le fuese confiada al Ministerio de Economía.

El sonriente Axel Kicillof pareció decirlo todo en contraste con el demudado Jorge Capitanich, cada vez más confinado a su rol de edecán del discurso oficialista y desdibujado como jefe de Gabinete. El aparato de propaganda del Gobierno controlado por La Cámpora efectúa para eso un aporte inestimable. Es ostensible el esfuerzo por tomarlo en  planos desfavorables.

Cristina confirmó también la alianza con esa corriente: en efecto, y al menos en su gestión, el futuro será de los jóvenes sin importar que su representante en el Palacio de Hacienda no haya logrado resolver los problemas para los que fue convocado: inflación, devaluación de la moneda frente al dólar, la crisis energética y renegociación de la deuda externa cuando las reservas flaquean y están en el piso más bajo desde 2006.

La Presidenta eludió abordar esta agenda y reeditó la confrontación con el periodismo preparando nuevamente el campo de batalla para tener un enemigo a quien hacer cargo de los tropiezos que desde 2011 viene padeciendo su administración a la que, sin embargo, colocó en un mundo feliz de una peligrosa entropía aislada del resto. Sólo así pueden validarse las peculiares reglas de las que se valió para medir el empleo y el poder adquisitivo de los salarios.

Apeló para ello a una extravagante y antojadiza distorsión de antónimos que le permitiese establecer una equivalencia entre el uso del término “reaparición” con el de  “desaparición” que asoció a la dictadura militar y, en forma implícita, a Clarín.

Reiteración de viejos planteos por Papel Prensa y la adopción de los hijos de Ernestina Herrera de Noble que no pudo llevar más allá de su propio imaginario, abonado por controvertidos personajes como Lidia y Osvaldo Papaleo. O, como parecen ir camino a serlo, Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto.

Pero si hubo rasgos “hollywoodenses” en su vuelta al primer plano no fue el que atribuyó a la prensa independiente al calificar esa acción. La espectacularidad fue dada por el montaje de un verdadero mitin en los patios de la Casa de Gobierno.      

Con una combinación de estilos que  evocó desde el hippismo de Woodstock  –“yo estoy bien porque ustedes están aquí”– hasta un stand up con alusión al peronismo, que saca del armario cuando la realidad aprieta, lo demás fue show para mostrar en los medios que está todo bien.
La carga persuasiva del mensaje  transmite lo contrario y lo invierte. Despojado del encanto de la sorpresa, el oficialismo corre detrás de los hechos sin alcanzarlos. La vuelta de Cristina al ruedo sirve para confirmarlo.

 

* Titular de la cátedra Planificación Comunicacional. UNLZ.