COLUMNISTAS
el adiós

Y Dios era argentino…

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Diego Maradona. | Pablo Temes

Mi tema de reflexión iba a ser las crisis políticas en varios países de la región; Guatemala, Perú, etc. Pero el miércoles pasado, antes de sentarme a escribir, los medios de todo el mundo explotaron: había muerto Diego Armando Maradona.

Así, pasé el día repasando la vida de ese increíble personaje, tan argentino en su genialidad como en sus desventuras. Y no pude resistir la tentación de cambiar de asunto, porque Maradona nos representa en esa cosa tan argentina de sobresalir. Subdesarrollados como somos, tenemos cinco premios Nóbel; de ellos dos en medicina y uno en física. El director de la Opera Estatal de Berlín es Daniel Baremboin, que también lo fue de las de Londres y Chicago; Jorge Lavelli es considerado uno de los directores que más ha renovado el teatro francés, junto a Jean-Louis Barrault y Peter Brook; Marta Argerich pasa por ser una de las mejores pianistas de todos los tiempos, incluyendo a los pianistos… Todos argentinos y mundiales, por no seguir con una lista que incluye al Libertador de América.

Pero entre nuestros muchos deportistas geniales, Maradona hizo esas cosas que solo hacen los señalados por el destino. A diferencia del “Mono” Gatica, un boxeador tan bueno como él en fútbol, Maradona no decepcionó jamás. Gatica perdió una pelea con el campeón mundial por KO en el primer round porque, según los especialistas, en lugar de hacer su boxeo, fanfarroneó y le “puso la cara” a un gran noqueador como Ike Williams. Maradona, en cambio, no sólo generó el gol del triunfo en la final del Mundial de Fútbol de 1986 ante Alemania, sino que en cuartos de final, nada menos que frente a Inglaterra y pocos años después de la derrota de Malvinas, hizo un gol que es considerado el mejor de los mundiales y otro, “a la argentina”: con la mano y sin que el árbitro lo advirtiese. La famosa “Mano de Dios” fue en rigor una picardía criolla.

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Pero ¿quién iba o va a criticarlo por eso? En aquellas circunstancias, ni los ingleses, justamente reconocidos por su fair play, hubiesen confesado el crimen. O sea, que Maradona, al revés de Gatica, hizo su fútbol y un gol increíble. Y en lugar de poner la cara, puso la mano…

La contracara de esas anécdotas que tan bien nos pintan, es otro argentino, Rafael Bielsa, que ordenó a su equipo, el Leeds, que se hiciese un gol en contra, porque el árbitro les había convalidado un tanto con un jugador rival lesionado. Al empatar, ese día el Leeds perdió la posibilidad de ascender a la primera división. Tanto por cosas así como por sus capacidades, a Bielsa los argentinos lo apodamos  “El loco”. O sea, que para muchos argentinos ser genial, pero honesto hasta el final, es estar al menos algo loco. Aún así, debe entenderse que no es crítica, sino admiración. Los argentinos somos así.

Y ahora, la comparación con Messi, su digno sucesor, tan genial y goleador como él, pero distinto en la vida. Messi entrena y que se sepa ni fuma ni bebe; tiene una familia estable y maneja muy bien su dinero. Es discreto en sus opiniones. Un argentino de esos que han concretado las aspiraciones materiales y morales de los inmigrantes venidos de medio mundo. Maradona en cambio fue un setentista tardío; un soñador que se proponía materializar sus sueños más allá de toda duda y espíritu crítico, pero respondiendo a las exigencias de su tiempo con absoluta honestidad. Maradona fumaba, consumía alcohol, se drogaba y tenía todo tipo de problemas personales. Pero era y siguió siendo un compañero, como prueban sus simpatías políticas y actos solidarios. No fue un militante, sino un adherente de proyectos populares. Muchos setentistas miramos hoy todo aquello con espíritu crítico, pero para el caso, poco importa. Maradona fue uno de esos argentinos geniales que nunca se subieron al pedestal de la fama y el dinero; fiel a sus modestos orígenes. Un predestinado, o como quiera llamarse, a estar en los lugares y momentos indicados y nunca fallar.

*Periodista y escritor.