Hace un tiempo me llamó un amigo que dirige una revista erótico-cultural de renombre. Iban a hacer (digo, porque no sé si finalmente la nota se hizo) una producción de fotos con los personajes del año, divididos por áreas de influencia, y quería saber mi opinión acerca de un nombre que había surgido en la reunión de sumario: una escritora cuyo libro generó cierta repercusión en blogs y eventos literarios. Le dije que si estaba buscando impacto y fotogenia, sin duda ése era su personaje. Pero que, hablando estrictamente del campo literario, a lo largo de 2009 se me ocurrían por lo menos una decena de autores más relevantes, que merecerían figurar allí por el peso de su obra reciente. Una de las ocupaciones más importantes de la crítica literaria es la de aportar nuevas maneras de leer, generar sentido donde parece no haberlo. El periodismo cultural de los suplementos masivos (la revista Ñ de Clarín, ADN en La Nación, Radar en Página/12 y estas mismas páginas que usted está leyendo, entre otros) también puede ejercer esa tarea, pero sobre todo debería servir para evitarles a los lectores caer en diversas trampas: trazar líneas, señalar los libros que vale la pena leer en medio de la inmensa marea de novedades, identificar lo que son meras apuestas de agentes de marketing y autores ansiosos por hacer fama y dinero fácil. Separar, en fin, lo perdurable de lo que será olvidado en cuestión de días: a nadie le sobra el dinero, mucho menos el tiempo.
Una responsabilidad similar es la que asumieron hace años y sostuvieron también durante 2009 algunos sellos medianos y pequeños: a esta altura, pocos dejan de reconocer (y agradecer) los aciertos en materia de narrativa y poesía de Paradiso, Bajo la Luna, El Cuenco de Plata, Eterna Cadencia, Adriana Hidalgo, Mansalva, La Bestia Equilátera, Santiago Arcos y tantos otros que, sumados a los ensayos y la literatura extranjera que aportan Edhasa, Anagrama, Tusquets, Siglo XXI, Katz y Fondo de Cultura Económica oxigenan los estantes de las librerías. El esfuerzo nunca es vano, y estas apuestas han llevado a que, por ejemplo, algunas editoriales grandes como Planeta y Random House (que suelen concentrar sus fuerzas en el bestsellerismo, la no ficción, la autoayuda y la divulgación histórica) reformularan colecciones para dar cabida a una nueva generación de autores argentinos: Emecé ya publica a Pedro Mairal, Washington Cucurto, Mariana Enriquez, Oliverio Coelho y Federico Falco; Mondadori a Félix Bruzzone, Juan Terranova y Patricio Pron. Es deseable que estas apuestas sean sostenidas en el tiempo para que encuentren o generen su propio público lector.
Nada de todo esto van a encontrar en la nota de tapa de este número, porque de eso solemos ocuparnos a lo largo del año. Las páginas centrales están dedicadas, esta vez, a intentar ver (a través de datos suministrados por editoriales y librerías) cuáles son los títulos más consumidos por los argentinos. Casualmente, o no tanto, muchos de los libros que mayor demanda tuvieron en 2009 son los que vienen sostenidos por estrategias de mercadotecnia internacionales y campañas publicitarias de gran escala. Pero, como cualquiera sabe, más no es mejor. Esto es lo que hay hoy: los argentinos leen poca literatura. Son consumidores más que lectores, ven a los libros como un pasatiempo o un mero entretenimiento. Pero que sea lo que sucede en la actualidad no significa que deba seguir siéndolo siempre. Modificar ese estado de situación es uno de nuestros desafíos.