Peter Russo es un personaje de House of Cards con una vida errática al que le ofrecen ser candidato a gobernador de Pensylvania. Conociendo sus debilidades, antes de arrancar la campaña el partido lo hace atravesar una durísima entrevista para que cuente todo lo que pudo haber hecho en su vida, hasta lo más íntimo, doloroso y vergonzante, por si eventualmente pudiera volvérsele en contra una vez que estuviera en el barro.
Sería extraño creer que un espacio que se jacta de la planificación no haya aplicado el método Peter Russo antes de designar en altos cargos a Valentín Díaz Gilligan, que tenía cuentas sin declarar en un banco opaco en Andorra y terminó renunciando por ello, o a Luis Caputo, con acciones en un fondo de inversión en Islas Caimán que omitió registrar en su declaración jurada y ahora enfrenta una investigación judicial. Es más, acaban de designar al frente de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) que debe bregar por el cobro de impuestos y el combate de la elusión y la evasión fiscal a Leandro Cuccioli, con años en las finanzas internacionales y una cuenta en Luxemburgo. Sí, ya sé, por lo menos está declarada.
En 2016, The Boston Consulting Group, la misma consultora que el Gobierno contrata para eficientizar el Estado, contabilizaba que en la Argentina había 123.270 personas con entre US$ 250 mil y US$ 100 millones invertidos en activos líquidos, y que el 70% de esa riqueza tanto declarada como no declarada estaba fuera del país. Para un gobierno compuesto por figuras provenientes de las finanzas o del empresariado que seguramente están en ese grupo, tener cuentas offshore o participación en empresas en paraísos fiscales es más la regla que la excepción. Si bien se trata de instrumentos legales y están consagrados en el sistema financiero internacional, también es cierto que se usan para que el fisco se lleve la menor cantidad de dinero posible sobre las ganancias de empresas y bancos, y ahí es donde se transforma en, como mínimo, una contradicción que alguien con ese track record decida volcarse a la función pública.
¿Alcanza? Aún con ese trasfondo, el jueves el presidente Mauricio Macri hizo su mejor discurso hasta ahora frente a la Asamblea Legislativa. La base de comparación es baja, obivamente, pero se trabó poco y hasta se animó a seguir más allá de lo que llevaba escrito, después de trudearla y obamearla con agenda de género y planteo del aborto. Sin Cristina Kirchner en el recinto, que cada vez muestra más que es una especie de Gollum que no puede soltar el anillo, terminó de convertirse en un problemón para todo lo que tiene enfrente. Emerge como el eje de una centroderecha que tiene claro a qué juega, con DT y jugadores que respetan el libreto, ya sea María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta o Marcos Peña. Cada vez más difícil de combatirlo con eslóganes, se aprovecha además de que la centroizquierda todavía no está de acuerdo ni si quiera si quiere parecerse más a Cuba, Venezuela o a Uruguay. Y ahí es donde gana otra vez.
Con la economía en modo crecimiento light, claro que hay mil dudas: bolsillos flacos por tarifas, deuda creciente, rojos externos, vulnerabilidad total si Wall Street estornuda. Ahora, ¿y si les sale? ¿Y si no hay crisis a la 2001? ¿Y si el crecimiento de este año es magro, pero crecimiento al fin con inflación de 20? ¿Y si el año que viene repiten parecido, expansión de 2 o 3 e inflación de 15, todo con obras públicas, ventas de autos y crédito hipotecario en alza?
¿Hay equipo para jugarles en una cancha nueva que están pintando mientras gobiernan?