Hace un tiempo fui testigo de la implementación de lo que llaman PoD, print on demand o impresión por demanda. En una librería instalaron una máquina grande que sacaba libros a pedido cada cinco minutos. Los libros quedan bien, igual que los de la editorial, pero con la tapa un poco más blanda. Incluso imprimían unos en formato grande (como un libro normal pero del tamaño de una resma A4, y letra tamaño 20). Un señor mayor, muy corto de vista, pidió cinco libros en ese formato grande y estaba muy emocionado, instalado en su silla, diciendo que era la primera vez en su vida que iba a poder leer sin lupa un libro de una editorial. Me pareció un gran avance. Para ese señor al menos, el PoD es una solución. Si este sistema prospera, se termina el problema de stock y de libros agotados. Uno va a poder pedir cualquier libro y se lo van a imprimir ahí mismo.
Pero uno se pregunta qué pasará con las distribuidoras. Incluso qué pasará con las librerías, ¿se convertirán en lugares chicos con dos o tres máquinas donde se hacen libros a pedido? ¿Y los royalties de los autores? ¿Quién ganará plata? ¿Cómo cambian los porcentajes? ¿Cómo se hace para que el archivo de texto no se piratee?
En cuanto a la personalización de la impresión, como dedicatorias incluidas en la portada o cambios del tamaño de letra y demás, ¿hasta dónde llegarán esos cambios? Se me ocurren las siguientes posibilidades:
Se va a poder imprimir una versión de Rayuela reordenada para no tener que hacer todas esas idas y vueltas incómodas que exige Cortázar entre los capítulos principales y los prescindibles. O si un autor no se decide por un determinado orden para los poemas o cuentos (o incluso capítulos) de su propio libro, podrá poner una función random que baraje al azar el orden de cada impresión, y así lograr que cada ejemplar sea único y diferente.
Supongamos que la novia del cliente se llama Yanina, y su libro preferido es La ciudad sin Laura, de Francisco Luis Bernárdez. Como Yanina lo dejó y él la quiere reconquistar, se hará imprimir una versión del libro pero con la tapa y las portadas cambiadas por La ciudad sin Yanina. O le regalará Yanina Karenina en una versión con todo el nombre de la heroína rusa cambiado a lo largo de la novela.
O se podrá suprimir un capítulo que no nos gusta de la novela de ese autor que sí nos gusta, pero que nos defraudó con ese agregado innecesario. O quizá un autor de 70 años descubra que no lo incluyeron en una nueva historia de la literatura argentina y entonces, indignado, escribirá un capítulo sobre la relevancia de su propia novelística en el campo intelectual de los últimos años, lo pegará al final y lo imprimirá, haciendo justicia poética por mano propia.
Estas variantes o versiones están bien para los primeros propietarios del libro, pero qué pasa con la persona que encuentra después en una biblioteca este libro alterado. ¿Qué lee? ¿Cómo sabe que está alterado? Es interesante la expresión print on demand. ¿Cómo será nuestra “demanda” como lectores? Porque no hay límite –ni tendría por qué haber límite– para esa demanda. Los libros se van a poder imprimir con todos los cambios deseados (¿libros tuneados?). Y entonces, ¿quién va a tener el archivo oficial? Quizá dentro de un tiempo los autores van a tener colgados en sus páginas web los archivos oficiales de sus libros, para evitar equívocos.
Tomemos el caso de Borges. Su obra está casi toda colgada en mil distintas páginas web y la mayoría de las versiones tienen dos o tres errores por párrafo, o párrafos omitidos directamente. Los chicos del colegio no compran los libros, no tienen plata, o les da fiaca, y cuando les piden que lean un cuento de Borges lo bajan de Internet. Y está bien que lo hagan. Lo malo es que en general el cuento está todo mal escrito. Se ve que los amanuenses del siglo XXI estamos más apurados que los de la Edad Media. La obra completa de Neruda está on line y también tiene varios errores por poema, como si hubiera sido tipeada por gente que no sabe castellano. Alguien podría imprimirse, de lo más contento, esa extraña versión de las obras completas de Neruda.
De todas formas, el PoD está regulado actualmente porque está en manos de imprentas conocidas, y por ahora sólo se imprimen textos de archivos otorgados por las editoriales. Pero quién sabe cómo seguirá todo. Igual quiero aclarar que escribo sobre estas cosas no porque me horroricen, sino porque me dan curiosidad. Quiero que toda esta revolución vaya sucediendo. La quiero ver y padecer y disfrutar.