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Yo tuve un sueño

Como Luther King, tuve un sueño. Pero no fue como el sueño de Luther King. No tan importante, al menos. Soñé que los Kirchner recuperaban la cordura política. El sueño era así. Después de haber soñado dentro del sueño que los Kirchner seguían como siempre, un día me despertaba y descubría en el diario debajo de la puerta un enorme titular que anunciaba el despido de Guillermo Moreno y la expulsión de su patota del INDEC.

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Como Luther King, tuve un sueño. Pero no fue como el sueño de Luther King. No tan importante, al menos. Soñé que los Kirchner recuperaban la cordura política. El sueño era así. Después de haber soñado dentro del sueño que los Kirchner seguían como siempre, un día me despertaba y descubría en el diario debajo de la puerta un enorme titular que anunciaba el despido de Guillermo Moreno y la expulsión de su patota del INDEC. También decía el diario que la presidenta Cristina había resuelto enviar al Congreso una ley para crear la asignación universal a la infancia y otras para derogar los superpoderes ministeriales, reformar el Consejo de la Magistratura y aumentar la coparticipación al mismo tiempo que el Parlamento discutía con los dirigentes rurales un plan agropecuario.
Bien pensadas, no eran medidas demasiado espectaculares sino elementales en algún caso y hasta simbólicas en otros. Sin embargo, aunque nadie suponía que esas decisiones por sí mismas harían salir al país de la recesión ni mejorarían de manera decisiva la vida de sus habitantes, los anuncios habían producido alivio y esperanza. Por primera vez en mucho tiempo, a pesar de las dificultades materiales, reinaba el buen humor en todos los estratos de la población. En las páginas interiores del diario, un trascendido aseguraba que el ex presidente y la actual presidenta les habrían transmitido a sus colaboradores más cercanos una directiva: “Esta vez vamos hacia un cambio de verdad. Olvídense del diálogo para perder tiempo y sacar alguna ventaja. Haremos las cosas como corresponde y buscaremos el consenso”. Efectivamente, al poco tiempo se anunció que quedaban suspendidas la invitaciones a la Casa de Gobierno porque los temas importantes se estaban tratando en el Parlamento, al que los ministros acudirían con frecuencia.


Luego ocurría algo muy extraño. En lugar de convocar a políticos y representantes corporativos, los Kirchner me llamaban a mí. No es que yo tuviera algo importante para decirles, pero ellos querían descargarse, contarle la verdad a alguien. Así fue como terminé cenando en la quinta de Olivos. Allí, el matrimonio presidencial se atropellaba para hablar primero, para explicarme cómo fue que se habían equivocado tanto. “Nosotros éramos demócratas, peronistas de centroizquierda. No sé qué nos pasó, pero terminamos desconfiando de todo el mundo, despidiendo a los que nos podían ayudar y rodeados de obsecuentes, inútiles y ladrones. Nuestra agenda pasó a estar orientada por Chávez en política exterior y por el más mezquino cálculo electoral en lo interno. Peor aun, cuando nuestra gestión comenzó a fallar ostensiblemente, empezamos a creer que todo cambio era un signo de debilidad inadmisible y que, por lo tanto, la estrategia indicaba redoblar nuestras peores apuestas. Los intelectuales de Carta Abierta, bajo la excusa de la lucha contra la oligarquía, eran los únicos que festejaban cada uno de nuestros despropósitos, nos alentaban a perseverar en el chantaje, la humillación y el apriete y nos daban letra para acusar a nuestros adversarios de fachos y golpistas.” “¿Y qué ocurrió, por qué recapacitaron?”, les pregunté. “Muy simple. Llegaron las elecciones. Aunque al principio no entendíamos lo ocurrido, finalmente comprendimos que no sólo nos habíamos dedicado a enemistarnos con demasiada gente, sino que el pueblo estaba harto de nuestras políticas y de nuestros métodos. Descubrimos lo que todo el mundo sabía: que personajes como Moreno estaban hundiendo la economía y nos desacreditaban como dirigentes y que, por otra parte, no es gritando contra la traición que se hace patria. Nos estábamos estrellando contra la pared.”
Me sentía contento. Al final, el cambio que todo el mundo suponía imposible estaba al alcance de la mano. Continuó Néstor: “En cambio, ahora corregiremos los errores cometidos, haremos feliz al pueblo y volveremos renovados para ganar las elecciones en 2011”. Allí me desperté angustiado. Pero, en realidad, seguía soñando. Lo terrible fue dame cuenta de que no había soñado un sueño mío sino uno de Alberto Fernández. Desesperado, logré finalmente salir de la pesadilla.

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*Periodista y escritor.