Recientemente llegó a mis manos un estudio de la prestigiosa Universidad de San Paoli, donde se señala a los periodistas como el cuarto grupo de ciudadanos más odiado por los argentinos, después de los árbitros, los dentistas y los divulgadores de spoilers. Tal vez hayan accedido a ese mismo informe los asesores de Alberto Fernández, por lo que no sería raro que el candidato a Presidente del Frente de Todos comience a focalizar sus críticas al macrismo en Héctor Baldassi, culpándolo por su “falta de imparcialidad”.
Ni que amenace con que en su gestión va a promover que se “democratice la odontología” y que se habilite el uso de gas pimienta contra alguien que nos quiere contar el final de una serie. Por el momento, mientras continúe circunscribiendo su campaña a los enfrentamientos verbales con el periodismo, le sugiero una serie de recursos que vayan en respaldo de su entredicho de esta semana con Mario Pereyra durante la Mesa de Café de Juntos.
Allí podría, por ejemplo, haber provocado a Miguel Clariá, preguntándole si le comieron la lengua los ratones.
En una futura entrevista con Petete Martínez, Fernández debería recordarle que él veía siempre El Libro Gordo de Petete, pero solo porque le gustaba Gachi Ferrari.
A Gerardo López podría hacerle saber que siempre consideró a Los Chalchaleros mejores que Los Fronterizos.
En el programa de Aldo Guizzardi, podría decirle al popular conductor que si tiene que elegir un Lagarto, lo prefiere a Juancho.
Y a Pablo Rossi podría repetirle aquella insidiosa pregunta retórica de Mirtha Legrand: “¿Instituto existe todavía?”.
Así, siendo pertinaz al desafiar la paciencia de comunicadores, referís y odontólogos locales, tal vez Alberto logre convencer a los cordobeses de que lo voten en las Paso. El problema podría surgir si en alguno de esos cruces la situación se vuelve incontrolable y todo termina en una gresca, como ocurrió en el recordado episodio pugilístico ante las cámaras de América TV, entre Alberto Samid y Mauro Viale. Por las dudas, no estaría de más que –previamente- el postulante justicialista haga un poco de guantes en un gimnasio y que asista a las entrevistas con un protector bucal.
Quizás ese adminículo le impida verbalizar correctamente, pero ni así conseguiría hablar más enrevesado que el presidente Macri, a quien tan mal no le fue pronunciando las palabras en español con la dicción de un nativo de las Islas Fiyi.
Por otra parte, con el arribo del dúo electoral que conforman Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey, continuó esta semana el besamanos que tiene como depositario de ofrendas al gobernador Juan Schiaretti, quien sigue firme en su postura de recibir a todos sin comprometerle su apoyo a nadie.
Me comentan que el mandatario cordobés cuenta en el Panal con un equipo de expertos en Photoshop, listos para borrar cualquier atisbo de sonrisa que pueda asomar en su rostro en las fotos oficiales junto a los candidatos.
Se rumorea que, además, durante las sesiones fotográficas en el Panal se escucha música instrumental de películas de suspenso y se proyectan en las pantallas las cifras que reflejan la caída de la recaudación, para que el semblante de Schiaretti se mantenga adusto.
Y con respecto a este último punto, se me ocurre una idea que estaría en condiciones de resolver dos graves problemas al mismo tiempo. Al igual que sucede con los grandes astros de la canción, para agilizar estas visitas protocolares se les podría ofrecer a las fórmulas presidenciales una especie de meet and greet con el gobernador en su despacho. A cambio de un aporte voluntario a las muy necesitadas arcas provinciales, todos los aspirantes a la jefatura de Estado nacional conseguirían la foto y el apretón de manos del responsable del ejecutivo cordobés, que en estos días del cincuentenario del alunizaje viene más requerido que Gustavo Tobi.