Perfil
CóRDOBA
SILVINA RIVILLI

"Cuando volví a entrar al Comedia este año sentí que entraba a mi casa"

La psicoanalista es hija de Francisco ‘Pupito’ Rivilli, dueño del teatro Comedia hasta 1977. Pasó su infancia dentro del recinto y muy cerca de su padre, que la hacía partícipe de un mundo fascinante. Con Alberto Minero aprendió a ser crítica de arte y tras bambalinas le escondía los caramelos a Thelma Biral. Después de muchos años de mantener sus recuerdos en cajas, el pasado miércoles inauguró –con la reapertura del teatro de la ciudad– una muestra que cuenta la historia de su padre.

Silvina Rivilli
SILVINA RIVILLI. Médica psicoanalista, la hija del productor teatral pasó su infancia en el recientemente reinaugurado Teatro Comedia. | Fino Pizarro

Estudió medicina y se recibió de psicoanalista pero en realidad quería ser periodista. Trabajó como asistente de dirección en algunas obras con Cheté Cavagliatto y en la obra ‘Los siete pecados capitales’, cuya puesta en escena fue en el teatro San Martín.

A los 26 tuvo al primero de sus tres hijos. Fue una de las primeras mujeres en hacer guardias en psiquiatría y formó en Córdoba una red de prestadores en salud mental. Horas antes de la reapertura del Teatro Comedia –una muestra que se exhibe en el foyer del complejo cultural está curada por ella–, Silvina Rivilli dialogó con PERFIL CÓRDOBA.

—¿Cómo fue tu infancia en el teatro?
—Tuve la suerte de haber sido consciente y de poder disfrutarlo. Veía las obras tantas veces que me aprendía las letras de todos los personajes.

—¿Cuántos años tenías?
—Cuando yo nací, el teatro ya estaba. Las primeras veces que viajé en avión a Buenos Aires con mi papá, habré tenido dos o tres años. Íbamos a recorrer teatros. Yo tenía una relación muy particular con el teatro y con la lectura: a los 10 años leía teatro y opinaba sobre guiones. Tenía un maestro, Alberto Minero, un crítico que trabajaba en La Voz del Interior. Él venía a la primera función de las obras y me hacía sentar con él, con una libretita. Me enseñó a ser crítica de arte, a despegar el texto de la dramaturgia, de la dirección, de la actuación, de las luces, del sonido. Y yo estudiaba mucho para estar a la altura de lo que él me transmitía.

—¿Vivían arriba del teatro?
—Sí. Y también teníamos una casa en Villa Allende. A mí me tocaba esconder los juguetes antes de las funciones, descolgar la ropa de los pasillos. Y también jugaba, le escondía los caramelos a Thelma Biral. Cuando vine por primera vez este año, sentí que entraba a mi casa y me dio mucha alegría porque todo esto había estado guardado desde el ‘77, incluso para mi propia historia. Mi papá murió en el ’82, sin nada.

—Era muy joven, ¿no?
—Tenía 55 años. Y tuvo que vender el teatro a los 50. La última función fue el 20 de noviembre del ‘77. Yo tenía 17 años y no podía imaginar cómo era no vivir en un teatro. Pero mi viejo no aflojaba: ya sin el teatro, en el ‘78 lo trajo a Paco De Lucía. Decía que cuando alguien gastaba un par de zapatos en la escena no se iba más del teatro y él había gastado varios.

— ¿Cómo empieza el vínculo de tu padre con el teatro?
— A principios de los ‘40. Tenía 13 o 14 años. Mi abuelo era ferroviario, vivía en Alta Córdoba y él empieza a circular por la zona del teatro. Al principio hacía de todo, desde claque hasta extra y limpieza. Así aprendió. Llegó sin nada y terminó siendo dueño del edificio. Después, entre las listas negras de los artistas que no dejaban actuar y un impuesto del 4% de la capacidad total de la sala que había que pagar por adelantado, terminaron con el teatro.

—¿Cuál era la impronta que tenía el Comedia?
—Era un teatro comercial, de mucha apuesta. Mi viejo armó muchas compañías de teatro. En el ‘59 lo trajo a Xavier Cugat con dos aviones directamente desde México. Le decían que estaba loco...

—¿Y cómo financiaba todo eso?

—Buscaba socios y la gente se entusiasmaba porque lo veía posible. Y cuando vos pensás en los artistas internacionales que han circulado por acá te das cuenta que era otra Córdoba.

—Vivieron buenas y malas épocas, me imagino.
—Sí. En el ‘70 puso el primer teatro en Carlos Paz y le fue mal. Perdimos todo. El teatro te enseña a vivir y te enseña a perder, que es lo más importante para saber vivir. Pero también hemos pasado buenos veranos. Él siempre viajaba a Mar del Plata porque la segunda quincena de febrero era crucial para armar la temporada. Y a veces íbamos todos.

— ¿Qué te pasó cuando te enteraste del incendio?
—Fue muy duro. Yo nunca imaginé que iba a estar contando esta historia, estaba tan guardada para mí... Cajas que fui arrastrando desde la muerte de mi papá sin abrir, sin ver, sin tocar. Ahora, cuando volví a entrar, entré por la puerta que era de mi casa y me recibió un ingeniero que estaba tan orgulloso de la obra que había hecho. Y eso me dio mucha felicidad porque mientras alguien siga sintiendo orgullo este teatro va a seguir viviendo. Él había gastado más de un par de zapatos en este teatro y eso fue muy emocionante porque el teatro no está hecho sólo de artistas. Y ese día éramos un ingeniero y una médica emocionados por un teatro.

Francisco Pupito Rivilli

FRANCISCO ‘PUPITO’ RIVILLI. El expropietario del comedia en la vereda de Rivadavia 262 y el teatro, reinaugurado como complejo cultural el miércoles pasado.