Consumir con desmesura por necesidades psíquicas es una de las formas de adquirir prestigio social. Thorstein Veblen lo caracterizó como “consumo ostensible”. El consumo obsesivo de bienes no atiende a las consecuencias. Luce sensato que al consumir la economía crezca: las empresas vendan más, contraten más empleados, paguen más salarios, y todos sean más ricos. Pero no es tan sencillo.
El consumo en la era Kirchner
El kirchnerismo prolongó su estadía gubernamental más años que las dos presidencias de Julio Roca sumadas. Fue paradójicamente puro presente, pura urgencia, pura emergencia. Los economistas usan un término para describir este fenómeno: la tasa de descuento fue muy alta.
Los gobiernos de Néstor y Cristina se vieron favorecidos por el boom de la comodities, el tipo de cambio competitivo y el doble superávit. Y la reactivación generó más reactivación -el multiplicador del gasto- ( Keynes). Más empleo, mejores salarios: más consumo y expansión fiscal.
Con altibajos, la tendencia se mantuvo hasta 2008; en 2005 el “artífice”, Roberto Lavagna, había sido despedido, al proponer la constitución de un fondo fiscal de estabilización.
En el lapso analizado, el kirchnerismo transfirió la mayor recaudación (que provenía de las retenciones) a franjas de la sociedad con mayor propensión marginal a consumir. En el contexto de la recesión internacional 2008-2009, el gobierno pudo desplegar aún, una política anti-cíclica.
Luego de la derrota en las elecciones intermedias de 2009, el kirchnerismo inició un feroz contraataque. Me refiero a AUH, más expansión fiscal, apreciación del peso, crédito barato y atraso tarifario: arrasó con un 54% de los votos en 2011.
El “gran consumo” mostró su cara en el derroche de electricidad y gas de los más pudientes, que se mantuvo hasta el 2015.
Los desequilibrios macroeconómicos acumulados y la fuga de divisas consecuente merecieron el control de cambios a principios del 2012 y luego la administración de la crisis y el estancamiento hasta 2015. La corrección que intentó el gobierno de Mauricio Macri, terminó en fracaso.
En el interminable periodo kircherista, el consumo primó sobre el ahorro y la inversión.
Albertlandia
En 2019, el Presidente Alberto Fernández recibió del macrismo algunas correcciones hechas: tipo de cambio alto, equilibrio fiscal y balanza comercial positiva. Más, como de costumbre, no hubo plan.
La mega emisión monetaria que se inició con la pandemia del Covid-19 llevó el precio de las divisas libres a un valor de hasta el 250% más que de las oficiales. La ultraortodoxa contracción monetaria iniciada a fines de octubre de 2020 acentuó el estancamiento y la pobreza. Para las elecciones intermedias solo les queda la esperanza de que el recuerdo de años mejores y el miedo a un futuro peor pesen más que el desencanto.
Ni Thorstein Veblen lo imaginó
El economista estadounidense (1857-1929) sostuvo que es constante la tendencia a considerar la riqueza actual como punto de partida de un nuevo aumento de la misma, y estudió los hábitos de consumo de la “clase ociosa”. El teórico definió el “efecto Veblen” en el curioso hecho de que, algunos consumidores, ante descensos del precio de bien, reducen la demanda o la aumentan frente a un incremento. Nunca imaginó que un gobierno pudiera fogonear el consumo, dando por cierto el crecimiento perpetuo.
Pese a sus dotes de innovador (criticó a la Escuela Clásica y Neoclásica), jamás se le ocurrió estudiar los hábitos de una clase ociosa subsidiada por el Estado o los de una clase rica que consumiera bienes públicos a precios de ganga o que pudiera existir un serio candidato a presidir la República que propusiera “poner plata en el bolsillo de la gente”.
Gestor de patrimonios financieros y Contador Público
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