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CóRDOBA
ENTREVISTA CON BEATRIZ ARSLANIAN

El dolor de ver y narrar el último aliento de Artsaj

La ofensiva letal azerbaiyana y el éxodo forzado de decenas de miles de armenios, reabre heridas y dolorosos recuerdos del Genocidio. Desde el lugar de la tragedia, una periodista cordobesa radicada en Ereván da su mirada sobre una República con fecha de extinción.

7-10-2023-Artsaj
. | CEDOC PERFIL

La región de Nagorno Karabaj fue escenario de dos guerras que sembraron miles de muertos, entre Armenia y Azerbaiyán, dos enemigos irreconciliables tras la implosión de la Unión Soviética que ambas integraban, en agosto de 1991. En diciembre de ese año fue autoproclamada la ‘República de Artsaj’, poblada hasta hace días por unos 120 mil habitantes de origen armenio (etnia mayoritaria en ese territorio en disputa), pero que nunca gozó del reconocimiento internacional.

El gobierno azerí, siempre apoyado por Turquía, lanzó una feroz ofensiva militar para recuperar territorios que considera propios y, tras virulentos ataques que dejaron decenas de muertos, acentuó semanas atrás las penurias de una población civil bloqueada y sin alimentos, medicinas u otros insumos, que no podían llegarles desde la capital armenia.

Tras la rendición de sus tropas y la deposición de sus armas, los habitantes de Artsaj fueron empujados a abandonar sus tierras e iniciar un exilio forzoso o exponerse a lo que varios medios definieron lisa y llanamente como “limpieza étnica”.

Beatriz Arslanian, periodista cordobesa y armenia, radicada hace tiempo en aquella nación transcaucásica y corresponsal de diferentes medios y agencias internacionales, dialogó con PERFIL CÓRDOBA sobre el convulsionado presente de aquella región.

–¿Cuáles fueron tus sensaciones ante la capitulación y el consecuente éxodo al que fueron forzadas miles de personas?
–Es desolador. Creo que las noticias adversas se desencadenaron desde la guerra de 2020. A partir de ese momento, fue una seguidilla constante de hechos nefastos para la población de Armenia y Artsaj. La firma del fin de las hostilidades a través de la declaración tripartita no significó, para nada, el fin de la guerra. Por el contrario, fue el comienzo de la decadencia de la seguridad y la estabilidad de ambos estados armenios. Personalmente, preveía que en algún momento el escenario indeterminado en torno al status de Artsaj y un bloqueo de casi un año que llevó a una crisis humanitaria sin precedentes sobre este terreno, debía definirse de algún modo; pero no imaginé este desenlace. Hace más de un año escribí un artículo no basado en hechos reales, titulado ‘El último aliento de Artsaj’ y narraba un hipotético desmantelamiento de todo el país. En ese momento, seguramente lo escribí para “alertar” un posible escenario de total invasión de Azerbaiyán, limpieza étnica y desplazamiento forzoso de la población. Jamás pensé que la realidad podría haber sido mucho peor que aquella ficción. 

–¿Crees que a partir del primer día de 2024 se cierra una historia y empieza otra, o el nuevo status quo sólo es el preludio de futuros enfrentamientos?
-El hecho de que Artsaj haya bajado su telón como república independiente a través de la agresión, la limpieza étnica, el genocidio y el desplazamiento forzoso no implica que sea el fin de las políticas expansionistas de Azerbaiyán y Turquía. Las ambiciones azerbaiyanas incluyen también territorio soberano armenio. Actualmente hay tropas de Azerbaiyán estacionadas en Armenia desde hace más de un año y el mandatario de Azerbaiyán habla de un corredor con el cual pretende atravesar el sur de Armenia. Desde lo discursivo el presidente (Ilham) Aliyev da cuenta que el conflicto no termina aquí. Tampoco creo que sea el fin de la historia de Artsaj; si así lo fuera estaríamos dejando al agresor el derecho a la invasión y la impunidad. A mí me han enseñado a creer en la lucha de los pueblos.

–¿Qué papel jugaron Turquía, la Unión Europea, Estados Unidos, Rusia e Israel en este ajedrez del Cáucaso del siglo 21?
–Los estados que intervienen son bastantes y tienen intereses dispares entre sí. La intervención de Occidente en la región irrita a Rusia quien tenía el monopolio de la mediación del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán. A pesar de las diferentes perspectivas de cada parte, ninguna se ha planteado en contra de un tratado de paz; por el contrario, sectores como la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia se turnan como mediadores de las reuniones entre los mandatarios armenio y azerbaiyano, que no llevan un hilo entre sí. Turquía es la aliada por excelencia de Azerbaiyán, no hay doble vara en la postura de (Recep Tayyip) Erdogan. Estados Unidos ha comenzado a mostrar injerencia en la región; no es casual la visita de Nancy Pelosi, el año pasado, uno de los primeros viajes de funcionarios de tal rango en Armenia. La Embajada de Estados Unidos es la más grande físicamente de la región. La Unión Europea muestra un doble rasero: han abundado las declaraciones condenando a Azerbaiyán por el bloqueo humanitario de Nagorno Karabaj y la interrupción del corredor, pero a su vez, nunca le han impuesto sanciones estrictas a Azerbaiyán, ni ésta ha dejado de ser su proveedora del gas natural. Por el contrario, en julio han firmado un acuerdo para duplicar la cantidad. Israel provee de armamento a Azerbaiyán y ambos tienen vínculos estrechos. Y, por otro lado, Rusia y Armenia atraviesan en este momento algunas asperezas. El gobierno armenio ha planteado su disconformidad en torno al incumplimiento de sus obligaciones del acuerdo tripartito de 2020, a partir del cual se planteaba el ingreso de tropas rusas pacificadoras con la misión de garantizar la estabilidad de la región y la seguridad de la población armenia de Artsaj. Hubo pueblos invadidos por Azerbaiyán con presencia rusa y a su vez, el corredor Berdzor-Lachin fue bloqueado durante 10 meses cuando, por acuerdo, correspondía a las tropas rusas garantizar la conexión entre Armenia y Artsaj.

–¿Qué responsabilidad le cabe al gobierno y la dirigencia política armenia en esta crisis?
–Creo que el gobierno armenio no tuvo la capacidad para manejar la complejidad en materia de política exterior de un país con serias amenazas externas como Armenia. Tampoco llevó adelante una agenda seria con sus aliados y socios internacionales. Aún no asume su responsabilidad desde las pérdidas y las consecuencias devastadoras de 2020 y siguen hacia un camino de nuevas concesiones y medidas que van en contra de los intereses armenios. 

–De lo que te ha tocado vivir de este conflicto, ¿qué es lo más duro o difícil de aceptar?
–La pérdida de la patria, definitivamente. Ver a las personas sin más opción que recoger lo mínimo e indispensable y partir de sus tierras. Ponerme en el lugar de ellos al momento de tener que ‘despedirte’ de tu hogar, tu tierra, los momentos más felices de tu vida, ha sido intolerable. A su vez, es duro aceptar que no hay más fuerzas ni esperanzas, y que increíblemente todo esto ocurrió ante la mirada internacional y nadie reaccionó. Provoca una sensación de frustración a nivel pueblo el haber alertado sobre un genocidio y no haber recibido reacciones; y más aún, que esa inacción sea posteriormente cubierta por un supuesto interés disfrazado de “asistencia humanitaria”. 

–Más allá de tu rol de periodista y parte de la comunidad armenia, si pudieras cambiar el curso de las cosas, ¿qué intentarías desde un punto de vista humanitario?
–Es difícil pensar lo humanitario sin considerar lo geopolítico como el eje que atraviesa la vida de las personas y hace cambiar el curso de las cosas. Si me limito a lo humano, creo que lo principal hubiera sido dar voz a los pobladores, respetar el hecho de que, en 1991, por medio de un referéndum legítimo, el 99,98% de la población votó a favor de la independencia, la autodeterminación y la soberanía de Artsaj. Incluso a nivel periodístico, creo que no hay margen de error cuando es el pueblo quien habla.