“Cuando un músico negro toma su instrumento y empieza a soplar, improvisa, crea; sale de su interior. Es su alma. El jazz es el único espacio de Estados Unidos en el que el hombre negro puede crear libremente”
Malcolm X, 1964
Los recientes horrorosos episodios racistas en Estados Unidos, incluyendo víctimas fatales, actualizan la potencia de algunas de las expresiones culturales de resistencia al supremacismo blanco. Entre esas vertientes, el jazz es la más lograda y es el mayor aporte artístico de ese país a la cultura global.
De los incontables aspectos fascinantes que tiene el jazz como género musical, hay uno poco abordado: su tremendo potencial como expresión cultural antirracista en Estados Unidos y como símbolo de resistencia a la opresión del blanco esclavista. Esta faceta excede al género musical afrodescendiente por excelencia, pero lo comprende, en tanto emana de él.
Como heredero de la tradición musical afroamericana, el jazz es la resultante de varios géneros precedentes: las work songs (canciones de trabajo), los negro spirituals, el gospel y el blues. Esos géneros simbolizan la resistencia al opresor blanco y fueron el caldo de cultivo en el sur esclavista de Estados Unidos, desde principios del siglo XIX, para luego cristalizar en el incipiente jazz, a comienzos de la centuria pasada.
Desde su origen, el jazz es resistencia negra
El jazz siempre fue una expresión de resistencia, aún en las primeras manifestaciones festivas como el estilo ragtime, en su cuna de Nueva Orleans. Allí se armó el género, al ser el lugar al que llegaban gran cantidad de esclavos arrastrados por el blanco esclavista para la cosecha de algodón, provenientes fundamentalmente del África occidental.
Luego, al adquirir masividad, se fue tornando entretenimiento también para el gran público blanco, sobre todo en su momento de mayor popularidad: la década de 1930, con el swing y las big bands. Sin embargo, siempre, en cada una de sus etapas, la génesis del sonido del jazz y sus cambios fueron producto del impulso discursivo musical afroamericano, más allá de que hubiera audiencias mayoritariamente blancas.
Canciones como himnos libertarios
La irrupción del jazz moderno y del bebop, a mediados de los años ‘40, marcan un punto de inflexión en el discurso musical, estético e incluso antirracista del género. En ese momento, figuras como Charlie Parker, Thelonious Monk o Dizzie Gillespie le dieron otra impronta al género que ya no resultaría tan accesible para el público blanco, por ser composiciones más complejas, con un discurso musical más libre e improvisado. Otros músicos geniales, como el exquisito trompetista Miles Davis, sufrirían episodios racistas con detenciones arbitrarias, solo por ser afroamericanos. Numerosas composiciones inspiradas en actos racistas del blanco opresor, incluyendo asesinatos o atropellos a derechos civiles básicos, devinieron en himnos libertarios o alegatos antisegregacionistas.
Ese discurso iría in crescendo al ritmo de los convulsionados años ‘60, con muchos asesinatos de afroamericanos y dos magnicidios de líderes antirracistas: Malcom X, en 1965, y Martin Luther King en 1968. Así, por ejemplo, en ‘Alabama’, el saxo tenor de John Coltrane clama con un aire de profunda tristeza, en respuesta al atentado de 1963 en el que el Ku Klux Klan asesinó a cuatro niñas afrodescendientes, en una iglesia de Birminghan (Alabama). Otro himno por los derechos civiles es Mississippi Goddam de la gran cantante y pianista Nina Simone. Febril militante antirracista, Nina estrenó el tema en el Carneggie Hall (Nueva York), en 1964, inspirada en aquel atentado y en otros, como el asesinato del activista por la igualdad de derechos civiles y políticos Medgard Evers.
En 1959, el contrabajista Charles Mingus compuso ‘Fables of Faubus’, un alegato antisegregacionista en respuesta a la decisión del gobernador de Arkansas Orval Faubus de mandar a la Guardia Nacional para impedir que nueve adolescentes afrodescendientes concurrieran a la escuela de Little Rock, en 1957. En ese tema, Mingus adquiere un tono irónico personificando a una especie de matón simulado, en la versión con letra.
Otra composición de 1960, ‘Work song’ del cornetista Nat Adderley, homenajea directamente a uno de los géneros que dieron origen al jazz. Más aún, el estilo free jazz de Ornette Coleman es abiertamente improvisado, bregando por la libertad en lo musical, pero también en los derechos civiles de los afrodescendientes.
Tal vez el manifiesto antirracista más conocido sea ‘Strange Fruit’, canción de fines de los años ’30 popularizada por la cantante Billie Holiday, en la que ese extraño fruto no es otra cosa que el cuerpo de un negro asesinado colgando de un árbol, muy lejos del estereotipo que lo asocia falazmente a cierta sensualidad.