Pedro Ara Sarría, oriundo de Zaragoza, pionero en la mal llamada técnica de embalsamiento, llegó a la Facultad de Medicina, en Córdoba, en 1923 con un contrato por tres años para dirigir y organizar el Instituto de Anatomía con dedicación de tiempo completo. A los 34 años y con sólido bagaje científico-docente transformó la cátedra de Anatomía, la dirección del Instituto y la creación del museo.
En 1932 regresó a España dejando un museo de Anatomía único en el país, pero su vida transcurriría en la Argentina, hasta su muerte.
Cabeza de Viejo. Todas las mañanas, cuando ‘el Gallego’ llegaba al hospital de Clínicas, un mendigo que estaba sentado en las escalinatas sobre la calle Santa Rosa lo saludaba muy amablemente y como respuesta Ara le decía “cuando te mueras, tío, te voy a embalsamar”. Y así lo hizo. Entre 1928 y 1929 realizó la tarea de parafinado en la cabeza del mendigo, con todos sus órganos internos intactos y que se considera la mejor obra de parafinación en el mundo.
‘Cabeza de Viejo’ está expuesta en el museo Pedro Ara, en el Hospital Nacional de Clínicas y, a punto de cumplir cien años, sorprende y conmociona a los visitantes por su realismo.
Pedro Ara regresó a Córdoba en 1973 a un simposio y con todos los integrantes de la cátedra de Anatomía rodeando la caja de vidrio que resguarda la ‘Cabeza de Viejo’, buscó un bisturí, se la llevó y regresó habiéndole realizado una muesca en la oreja izquierda, para sorpresa de todos. Al regresar, exclamó: “¡El preparado está bien, la parafina llegó al cartílago!”.
La Bella Durmiente. Ara no embalsamaba sino parafinaba y sólo una vez lo hizo en 1932. “Conmovido por el dolor del Dr. Ramón López, profesor de Higiene de la Universidad, hice exhumar el cadáver de su hermosa hija que llevaba dos días enterrada y la meta de mi trabajo fue el deseo de exactitud en la conservación de su dulce fisonomía y las líneas de su cuerpo, sin la menor mutilación, porque aliviaba el dolor del padre”, detalló en uno de sus escritos.
César Aranega, exdecano de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Córdoba, quien fuera docente y director del museo Ara, relató: “En el hospital, el Dr. López tenía una hija de 15 años por la que sentía adoración, se enfermó y falleció. Le pidió a Ara que la embalsamara, para poder conservarla. ‘La Bella Durmiente’ la llamábamos. Alcancé a verla y fue un trabajo excepcional. Estuvo expuesta en el viejo museo durante dos años. Un día la familia decidió llevarla a un mausoleo del cementerio San Jerónimo y desde entonces no pudimos saber más nada”.
Manuel De falla, parafinado y repatriado. Con errores históricos, algunos hablan de las manos embalsamadas de Manuel de Falla, el gran compositor, pianista y director español, que vivió sus últimos años en Córdoba, Carlos Paz, Villa del Lago y Alta Gracia, donde está el museo que lleva su nombre.
La historia de su vida en Carlos Paz está guardada en documentos originales que mantiene la familia de Eugenio Conde, médico personal de Falla desde que llegó a la pequeña villa, por su enfermedad respiratoria, que luego diagnosticó como tuberculosis.
El compositor de Amor Brujo y el Sombrero de Tres Picos, entre tantas obras, y su hermana María del Carmen, eterna compañera de vida, huyeron de la Guerra civil española con unas pocas pesetas y pese a su frágil salud embarcaron rumbo a la Argentina, a donde arribaron el 18 de octubre de 1939.
Lo que sería una estadía temporal se convirtió en su sede final, viviendo en Carlos Paz, Villa del Lago y Alta Gracia, en su casa Los Espinillos, donde se dedicó a continuar con la composición de su obra de mayor envergadura, ‘La Atlántida’, quizá la más grandiosa del siglo 20, que quedó inconclusa con su muerte y finalizó su discípulo Ernesto Haffter.
Testimonios en la correspondencia con Conde, su médico de cabecera desde Carlos Paz y hasta su muerte, relatan que Manuel de Falla no quería regresar a España mientras estuviera Franco, sobre todo por el asesinato de su amigo Federico García Lorca, y su deseo era ser enterrado en las sierras de Córdoba. Sin embargo, las decisiones políticas marcaron otro rumbo.
Manuel de Falla murió en Alta Gracia el 14 de noviembre de 1946 de una angina de pecho. Lo velaron en Córdoba, en el Hospital Español, y lo trasladaron al Hospital Nacional de Clínicas donde lo esperaba Pedro Ara, que había viajado desde Buenos Aires por órdenes expresas de Franco a través del embajador en Argentina, para realizar el parafinado de su cuerpo durante tres días.
Una vez concluida la tarea, los restos de Falla fueron trasladados a la catedral de Córdoba acompañado por una multitud y al pasar frente al teatro Rivera Indarte la Orquesta Sinfónica interpretó alguna de sus obras. El ataúd fue llevado al panteón de las Carmelitas en el cementerio San Jerónimo y de allí sus restos fueron llevados a la catedral de Cádiz.
Eva Perón, su trabajo más complejo. En su libro ‘El Caso Eva Perón’, Pedro Ara dejó testimonio de todo el trabajo realizado en el edificio de la CGT, en la ciudad de Buenos Aires, a pedido del presidente Juan Domingo Perón, durante tres años y tres meses.
Evita murió el 26 de julio de 1952, víctima de un cáncer, a los 33 años. Tras el velatorio en la CGT, que duró 16 días, trasladaron el féretro al Congreso y luego nuevamente el edificio cegetista, donde pasó más de tres años escondido mientras Ara registraba permanentemente el estado del cuerpo con distintos estudios y documentos firmados que enviaba al exterior, como salvaguarda del trabajo por el que había cobrado cien mil dólares.
Durante la Revolución Libertadora, el 24 de noviembre de 1955, Ara se desvinculó del cadáver de Eva y las autoridades no lo recibieron a partir de ese momento. Hasta que el 4 de septiembre de 1971 fue convocado por Perón a la Quinta 17 de Octubre, en Madrid, donde estaba exiliado.
Relata Ara: “Fui recibido por Perón, su esposa Isabel Martínez y López Rega. Sobre una mesa veíase un viejo y ordinario féretro abierto y aún a metros de distancia apenas pude dudar de que su contenido fuera el que debía ser”. Allí estaba Eva Perón. “El espectáculo impresionaba lastimosamente: humedad y suciedad con un penetrante olor a químicos, que había agregado el 27 de julio de 1955”.
“La última vez que vi a Eva Duarte de Perón –escribió Ara en su libro–, Isabel desataba lentamente las trenzas de Eva para lavarlas y limpiarlas del herrumbre y tierra. La túnica y el camisón no habían sido movidos, pero todo estaba cubierto de grandes manchas. Su nariz aplastada por la fuerte presión del cristal de la tapa. Un surco rodeaba su cuello y había choques de su cuerpo contra las paredes del cajón”.
Faltaba el rosario que la acompañaba, pero Isabel lo había sacado para limpiarlo junto con la medallita de la virgen. La mujer de Perón cortó la túnica sucia para poder ver el cuerpo que se mantenía hasta las rodillas, tal como estaba en 1955. Manifestó Ara: “Yo era el único que podía explicar los hechos presentes con el fundamento que da el conocimiento técnico. Si hubiera visto señales de profanación en sentido estricto, lo hubiera dicho abiertamente, pero no tuve oportunidad de regresar. No me convocaron nunca más”. El resto de la historia ya es conocido.
El 16 de septiembre de 1973 Pedro Ara, el anatomista, murió en Buenos Aires sin ver a Evita en Argentina y sin que le hayan solicitado la restauración del cuerpo, una incógnita que, supuso, fue decisión de López Rega.