“Una generación se descubre en sus muertes”, concluye Martín Rodríguez el libro de ensayos que se anima a meterse con el nombre propio convertido en la mala palabra o la palabra negada por gran parte de la clase política y la sociedad argentina: Carlos Saúl Menem.
Mientras que con el giro libertario surgen ciertas reivindicaciones de la matriz menemista, el libro de Siglo XXI editores —compilado por Rodríguez y Pablo Touzon— plantea pensar “los noventa 20 años después” a través de 16 ensayos.
La muerte del dos veces presidente en febrero de 2021, año de publicación de ‘¿Qué hacemos con Menem?’, propone volver sobre una década en la mayoría de los casos demonizada por sus excesos éticos, estéticos y delincuenciales.
Y si bien el peronismo cordobés toma el poder justo cuando Menem lo abandona al perder las elecciones frente a la Alianza, rápidamente aparece en la página 39 del libro el cordobés que marcó la política económica del menemato: Domingo Cavallo.
Al respecto, escribe José Natanson: “Cavallo era un economista con posgrados en el exterior que presidía una fundación, la Mediterránea, creada por el empresariado cordobés para dotar de políticas, programas y cuadros de gestión a los gobiernos provinciales. El éxito cordobesista de De la Sota-Schiaretti, la aldea irreductible que durante una década resistió al invasor kirchnerista, se explica en buena medida por el “modelo cordobés que la Mediterránea contribuyó a fabricar: ultraproductivo y dinámico, con un Estado atento a los negocios privados y políticas sociales focalizadas para atender a los excluidos”.
Zapata, también parte de la revista Panamá, lee la centralidad de la Mediterránea de la siguiente manera: “Con independencia de los juicios ideológicos, fue una de las instancias más comprometidas desde una élite empresarial subnacional en relación con un proceso político”.
Al proyectar la importancia de la fundación que hoy preside María Pía Astori, el politólogo analiza que, si bien es común el cuestionamiento a la prescindencia del empresariado de la vida política, “Córdoba va a contramano" porque tiene una elite que se organiza, resuelve problemas de acción colectiva a partir de la construcción de una serie de intervenciones programáticas sobre la esfera pública que, obviamente, lo tenían en el centro del dispositivo a Domingo Cavallo”.
—El modelo cordobés que caracteriza Natanson es prácticamente una definición del schiarettismo de los últimos tiempos. De mínima, es el modelo de propaganda de Schiaretti. ¿Coincidís?
—El cordobesismo comienza cuando el menemismo está terminando, pero este, con menos complejo de culpa, fue una escuela de formación de sus dirigentes. Sobre todo, de un núcleo que participó del Ministerio de Economía, de la reforma del Estado, de la reorganización de la política industrial y de la política de comercio exterior: Mercosur, el régimen automotor…
Entonces, cuando el peronismo en 1999 gana la Provincia, no era un grupo de inexpertos que tomaba el poder, sino jóvenes que, además de la experiencia política anterior, durante el menemismo se formaron en áreas muy relevantes.
José Manuel De la Sota y Juan Schiaretti venían con una conceptualización muy fuerte sobre el rol que debía tener Brasil, cómo debían vincularse los países. Estuvieron en el epicentro del rediseño del régimen automotor, que fue una de las pocas experiencias exitosas de integración. Es decir, llegaron con un bagaje que les facilitó el proceso de adaptación al gobierno.
—Ese es un concepto que se repite en el libro, no por redundancia, sino por importancia: los 90 como la escuela de la mayoría de la clase dirigente de hoy.
—Es que el menemismo, desde el punto de vista del partido, hizo una apuesta a lo federal, tuvo muchos cuadros técnicos y políticos que venían de las provincias. Los más destacados llegaron desde Mendoza, Santa Fe, Córdoba y La Rioja. El gabinete era muy diverso, a diferencia de lo que se vio antes y después.
—Más allá de que explicitan que el objeto de estudio no implica una adhesión al mismo, hay algo de contar lo negado y escribís que a Menem se lo consideraba como el mal absoluto. ¿Qué implicó para ustedes el hecho de acercarse a ese “mal”?
—El grueso de los autores somos de una generación que se incorporó a la vida política en los 90; la mayoría militando en contra de Menem. Yo lo hice. Y cuando empezamos con el libro, él estaba vivo, por cumplir 90 y nos pareció que había pasado un período que nos permitía problematizarlo y sacarlo de los dos grandes estereotipos: uno en el que lo colocamos, de mal absoluto que luego el kirchnerismo usó, y otro en el que él se colocó, de personaje risueño, que le gustaba.
Es decir, veíamos una serie de elementos de la etapa histórica y aparecía este personaje demonizado y ridiculizado. Pasados 20 años de su salida del poder, intentamos tomarlo en serio, para entender cómo edificó un proceso de transformación, en el marco de la crisis que se vive.
—Para pensar el presente y volviendo a Córdoba, se habla de un schiarettismo, un delasotismo, ¿qué continuidades o discontinuidades ves con ese “partido de poder” como mencionan al PJ en el libro durante los años menemistas?
—El formato partidario de cómo concebir un partido que resuelva la crisis, que produzca gobernabilidad, que sea un partido de mayoría silenciosa y de clase media, es lo que te decía: una elite que tomó el poder con De la Sota, formado en la escuela del menemismo. Esa continuidad le permitió al peronismo cordobés mantenerse al margen del proceso kirchnerista y le dio centralidad en la idea de ser diferente, porque así se configuró.
La primera característica es que el PJ de Córdoba no intentó transformar la sociedad, sino que hizo una lectura: fue a la sociedad y no trató de traer a la sociedad al peronismo. En una divergencia grande en relación con el kirchnerismo, el peronismo local se hizo cordobés antes de intentar que la sociedad se hiciera peronista.
Y como segunda caracterización aparece la dificultad para proyectarse nacionalmente. Hoy, cuando recorrés el país, hay un atractivo por Córdoba, un interés, pero le costó la proyección por su matriz defensiva, de la que intentó salir, con dificultades, para el salto cualitativo que le permitiera el ingreso a lo nacional.
—Ahí aparecen las denuncias de discriminación hacia Córdoba que tanto De la Sota como Schiaretti con el levantamiento policial, la caja de jubilaciones, entre otros, han hecho contra los K, son una constante, como ejemplos de la matriz defensiva.
—Totalmente, esos hechos profundizaron una idea que no es nueva, la de Córdoba como una isla, que se puede retrotraer a Sabattini y este es un peronismo que la supo cobijar muy bien.
—Una pregunta incómoda, ¿qué hubiera pasado si De la Sota no moría? Va el contexto: eran claras sus ambiciones, el programa de Crónica, parte de la campaña que le hace Ramiro Agulla, el publicista de la Alianza. Y, en el mismo orden, ¿la alianza entre Schiaretti y DLS se rompió antes o con la desaparición física del exgobernador?
—Esa sociedad funcionó porque cada uno tenía tareas complementarias no competitivas. Entre esas tareas, el constructor político para emerger a nivel nacional siempre fue De la Sota, un tipo muy ambicioso y asertivo. Que, tal vez, no encontró la época, porque el modelo que ellos construyeron en Córdoba —que nace al calor del kirchnerismo— no les dejó espacio de proyección. Hoy es casi un contexto diseñado para De la Sota. Le tocó vivir el esplendor de su carrera política en una época marcada por unos pilares muy adversos a su programa. Y este contexto es lo contrario: en la pareja política en la que Schiaretti era el estadista-desarrollista al interior para garantizar la proyección nacional de él, fue tan favorable que un poco lo empuja a salir al gobernador. No tengo dudas de que De la Sota hubiera nadado como pez en el agua en este escenario porque el país, la época que se está armando, es mucho más propicia a un programa como los que él expresaba.
—La corrupción marcó esa época: surge en el libro esta idea de que “era fácil” ser antimenemista porque los casos se daban a cielo abierto. ¿Sentís que fue mutando la percepción de “lo corrupto” desde el menemismo a hoy?
—No es lo mismo y si bien no soy un especialista en derecho penal, desde una perspectiva social, hicimos una encuesta nacional y preguntamos sobre el gobierno más corrupto y aparecía, en primer lugar, el kirchnerismo, luego el macrismo y recién, tercero, el menemismo. A la luz de lo que pasó después, creo que la sociedad, por la activación que implican las redes sociales, imágenes, etc., es más fuerte la sensación sobre el kirchnerismo y le sacó peso relativo al menemismo. De la Rúa ganó con el leitmotiv anticorrupción.
¿Peronismo conservador?
Alejandro Galliano, en su apartado titulado ‘Menem y el neoliberalismo argentino’, acota como prueba de “la esterilidad del menenismo”, que solo en Córdoba “dejó reminiscencias de sus genes (convenientemente negados): un peronismo conservador y amigo del mercado”.
Zapata, al respecto, disiente, respetuosamente: “El ascenso del peronismo en Córdoba está marcado por la crisis de ese patrón que arranca con el Tequila en el 95 y termina de explotar en 2001. El PJ en el gobierno cordobés no reproduce al menemismo —Menem era muy pragmático, la época se lo exigía— y se apoya en una política más desarrollista. Si bien es un peronismo que marca una división entre lo público y lo privado, el Estado no tiene que funcionar como una mochila sino como un facilitador, sí tiene un rol más reformador de la estructura productiva que el menemismo”. Y agrega: “La sociedad cordobesa tiene una matriz conservadora y en algunas cosas tensionó (ese conservadurismo) y en otras no. No fueron lo mismo los gobiernos de De la Sota y el de Schiaretti en algunas políticas culturales. El clivaje nacional cambió profundamente en 2001 y se expresa en que el kirchnerismo estatiza el progresismo y este pasa a ser el corazón del sistema. Ahora, en los territorios subnacionales hay una convivencia, pero cada quien se ordena de acuerdo a la matriz cultural de su provincia. Y algunas son conservadoras. ¿Gildo Insfrán no sería conservador? ¿Coqui Capitanich no y Schiaretti sí? La sociedad cordobesa no es un paquete conservador, en cuestiones económicas, por ejemplo, es muy emprendedora e innovadora. Incluso en lo religioso, Córdoba está influenciada por los jesuitas. No es lo mismo que en La Plata”.